Edificios emblemáticos de León
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Edificios emblemáticos de León
¿Se ha enamorado ya usted, amigo lector o lectora, de la maravillosa historia que rodea a la Casa de la Fundación Fernández Peña? Permítame que le ponga en contexto.
La familia Fernández Peña vivía, a principios del siglo XX en la parte baja del Palacio de Botines, diseñado por Gaudí, un auténtico símbolo del modernismo en España. Pero al llegar los dulces años veinte, optaron por la construcción de varias viviendas que pudieran vender, alquilar, o regalar a sus hijos.
Este fue el caso de las Casas Gemelas de Fernández Peña, sitas en Ordoño II nº3 y nº5 respectivamente. El padre regaló una casa a cada hermana, dejando ver parte de su vida privada al mundo, y haciéndonos comprender el aprecio que sentía hacia ellas.
Pero, después de su construcción, en 1926, ¿qué ocurrió con las casas y por qué, casi cien años después, una de ellas sigue en pie, tal y como lucía el primer día, y otra ha desaparecido del plantel arquitectónico de León?
Por fin, después de más de cincuenta años, el intrépido escritor ha conseguido, indagando en los archivos privados y públicos de la ciudad, dar con varias fotografías que dan fe al lector de la existencia de estas construcciones.
Desde un costado de la plaza de Santo Domingo, pueden observar la silueta de las Casas Gemelas, ambas unidas por un vínculo más fuerte que el ladrillo y que tan solo el tiempo podría separar.
En esta otra fotografía, también víctima de un terrible ángulo que no nos permite apreciar las casas en su máximo apogeo, pero sin quejarnos en demasía, pues somos conscientes de la suerte que tenemos al haber dado con tal tesoro, se puede observar la Casa Ciriaco, siempre frente a las Casas Gemelas y testigo providencial de los hechos descritos.
El Roldán, también impertérrito e inconmensurable en cuanto a su altura y planta, observa, desde las alturas, cómo afecta el paso de los años al atractivo cultural y comercial de las casas.
Las Casas Gemelas superaron la guerra y la posguerra, por supuesto, pero muy pocas fotografías sobrevivieron al devenir del tiempo, que tan solo ha traído consigo rumores y detalles inconexos sobre el verdadero desenlace de la Casa Gemela del número 3, ahora desaparecida.
Después de la Guerra Civil española, Paz Fernández Peña, que por aquel entonces vivía en mitad de Ordoño II, se vio obligada a abandonar su domicilio a la fuerza, siendo víctima de un embargo temporal. En su casa viviría, durante los siguientes meses, un mandatario civil del que se desconoce su identidad.
La desaparición de la casa, por lo tanto, debió de ocurrir varios años después, más cerca de los sesenta y setenta, cuando Teresa, hermana de Paz y dueña de una de las Casas Gemelas, decidió vender el terreno, pues su valor comercial había llamado la atención de varias inmobiliarias, y se proyectó uno de esos conocidos rascacielos de León que contrasta con el entorno en el que se encuentra.
Paz Fernández Peña fallece en 1978, con ochenta y seis años y, tras su marcha, se promueven varias iniciativas culturales y sociales que tenían como intención primaria ayudar a los niños con algún tipo de problema físico. Como ve el entusiasmado lector, Paz era una mujer muy altruista y empática pues dedicó su vida a prestar auxilio a los más necesitados. Incluso tras su desaparición, lo que remane de ella, la ilusión y la implicación ha permitido que el proyecto cuente con más apoyos y que estos lleguen, con eficacia y con el aprecio que manaba de Paz, a los que precisan de algún tipo de ayuda.
Pero, no se impaciente el lector, pues se le han prometido una serie de particulares curiosidades que han de verse publicadas y compartidas, saciando la sed del mismo y hallando en el siguiente punto las respuestas a las incógnitas planteadas.
Esta casa, la de la Fundación Fernández Peña, sita en Ordoño II nº5, se ha convertido en una Fiel de Fechos leal y diligente, que ha contemplado el paso del tiempo y la proliferación de los acontecimientos más fortuitos, desde la visita de los reyes de España, como fue en su momento la de Alfonso XIII, o la de Primo de Rivera, incluso las marchas a favor de Franco y la despedida de la Legión Cóndor. Prueba de este hecho es la transición que hoy les ofrezco, asomado al mismo balcón al que hace más de cincuenta años otro intrépido fotógrafo se asomó para tomar esta instantánea.
Quizás lo más curioso de esta edificación sea su piso superior. Paz poseía, en el patio interior trasero, un pequeño huerto en el que plantaba todo tipo de plantas y que le servía de fuente autosuficiente de alimento durante el tiempo que disfrutaba de su estancia allí. Pero también disponía de animales, lo cual quizás tampoco fuera demasiado extraño a las afueras de la ciudad, en las caballerizas, o en las cochiqueras dedicadas a la ganadería, pero sí que llaman la atención del escritor pues, al recibir de Perto de Lucio esta primicia, me hallo perplejo e incrédulo. Pero mis dudas se disipan al conducirme mi entrevistado por las ascendentes escaleras que nos encauzan hacia el piso de arriba.
Allí, apartados de las viviendas, descansan dos pequeñas habitaciones o cuadras en las que Paz dejaba secar los chorizos y los salchichones y donde guardaba la leña que luego utilizaría para calentar la casa.
El piso intermedio no se queda atrás en cuanto a su interés, pues después de casi cien años, ha recuperado el esplendor del que un día hizo gala. Nos cuenta Perto que, al llegar por primera vez a la fundación, las paredes, las escaleras, las estancias, poseían una tonalidad apagada y avejentada, ya que durante muchos años Paz había vivido con austeridad y con limitaciones ascéticas. La luz, parte fundamental del despacho en el que ahora me encuentro, se echaba de menos años ha, y la pintura, que antes parecía aceitosa y triste, hoy luce un bello y alegre color corporativo, en relación a la gama cromática de la fundación.
En su interior, el parqué original aún se conserva y las paredes, repletas de recuerdos, nos enseñan que la vida que ha fluido por sus ladrillos da fe de la importancia de aquella Casa. Desde Bargueños centenarios, hasta un importante grabado textil, dedicado a Catalina Riu por su tío carnal, Juan Homs i Botinás.
Su legado es y será eterno, y Perto ayuda a que así sea, manteniendo esta responsabilidad y consiguiendo elevar a la fundación a límites de los que la familia se sentiría orgullosa. Gracias a su trabajo, y al legado de Paz y de Urbano González Santos (1914-2011), presidente de la fundación, esta puede seguir ayudando a los más necesitados y ofreciendo auxilio a aquellos con más dificultades, manteniendo así la memoria de esta familia en el lugar que se merecen.
Tanto es así que, en 2018, el corredor inaugurado entre la Avenida de Ordoño II y San Agustín, lleva su nombre y el de su fundación, haciéndonos comprender la importancia de sus acciones.
Como dato curioso y del que nos alegramos con sinceridad, Paz consiguió ser enterrada en la cripta de la Parroquia de San Claudio, cumpliendo esta el último deseo de una mujer que dio su vida por los más necesitados.
Me despido de Ordoño II no sin antes pasar por delante de la Fundación Fernández Peña, guiñando un ojo una vez llego a su altura e imaginándome, que una vez vuelva a abrir mi párpado, la magia romántica se instaurará y se proyectará sobre la fachada del edificio existente una casa que dejó ya hace tiempo de existir, para volver a disfrutar de la visión de ambas Gemelas que han sido objeto de nuestros últimos artículos.
Saludo a Perto, que se asoma desde el balcón del primer piso, y dirijo mi mirada hacia el superior, desde donde también se despiden de mí los cuatro integrantes conocidos de la Familia Fernández Peña; José Fernández, el padre, Paz Peña, la madre, Teresa y Paz Fernández que, con su aportación, han conseguido cambiar la vida de miles de personas, entre las que me incluyo.
Sin duda, su estela me perseguirá, al igual que al resto de leoneses, durante mucho tiempo, a lo largo de mi camino, en pos de conocer todas las historias escondidas tras la fachada de los Edificios más Emblemáticos de León.
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