La intervención quirúrgica del Emperador

El fin de la dictadura, la entrada al nuevo siglo. La llegada del euro y el cambio de un León que comenzaba a caminar haciendo frente al éxodo de población y al envejecimiento de la misma. El Emperador fue testigo de piedra de una nueva era que comenzaba al tiempo que él desaparecía.

Un teatro que cerró sus puertas hace ya más de 16 años y que espera ver a lo largo de 2023 un proyecto financiado con el 2% Cultural que dote de una nueva vida a uno de los edificios leoneses más singulares.

Este será el último de los múltiples intentos que se han llevado a cabo los últimos años para hacer renacer al Emperador. En 2011 se proyectó un concurso en el que diferentes equipos presentaron sus ideas de anteproyecto de intervención sobre el teatro. Uno de esos equipos, Krasis -fusión, acorde, armonía-, estuvo capitaneado por el arquitecto leonés Ramón Cañas que acompañado de un grupo de expertos italianos estudió a fondo el estado ya en aquel momento muy deteriorado del Emperador.

El estudio de Cañas junto a los italianos Berlucchi SLR, Croci e Asociatti SLR y Studio Artes presentó así un proyecto que seguía el estilo de los arquitectos «del país donde nació la restauración» que habían trabajado en La Scala de Milán y otros teatros históricos. «Ellos tenían esa experiencia y solvencia y nosotros jugábamos con el factor local y de conocimiento del espacio», recuerda Cañas.

El proyecto, aunque no resultó ganador, nos ayuda a hacernos una idea del estado que presenta el teatro tras casi 20 años cerrado. Singularidades como su doble papel de teatro y sala de cine, problemas de visibilidad, la falta de espacios y de zonas funcionales obligan al teatro a someterse a una «intervención quirúrgica».

«Pensamos en habilitar espacios para la gente en los descansos, dotar al lugar de salas de ensayo, guardarropa, aseos, almacenes, camerinos, ascensores... teníamos que aprovechar los huecos», explica el arquitecto, que durante el proceso se focalizó en «precisar un diagnóstico del lugar, señalar unas pautas de intervención y proceder a una labor quirúrgica».

El objetivo, tras detectar los defectos del espacio, era aplicar la tecnología actual en temas de acústica y visual pero manteniendo la esencia del espacio. «Queríamos mantener la organización neoclasicista, que no se viera pervertida o disturbada por la intervención».

Además, y tras el estudio, observaron que sería posible mantener parte del mobiliario como las butacas pero «adaptándolas a la altura, reformar los acolchados y los niveles y ayudando así a mantener la esencia del teatro original que todos conocimos pero adaptándolo al siglo XXI».

El coste en aquel momento de la intervención propuesta superaba los siete millones de euros, cifra que hoy aumentaría con el sobrecoste de los materiales.

Haciendo balance, el arquitecto se atreve a apuntar que se trata «de un edificio muy importante, emblemático y que está en la memoria de todos y creo que tiene una potencialidad importante».

Y esperando cruzar ese «rubicón final» que devuelva la vida al Emperador, el emblemático edificio leonés, despojado de señales pero manteniendo en su interior la esencia de lo que un día fue, espera la llegada de un proyecto que, 16 años después, le haga revivir.