Edificios Emblemáticos de León
Secciones
Servicios
Destacamos
Edificios Emblemáticos de León
Ya hemos conocido la historia de la Casa de don Valentín, ya sabemos cómo, a principios del siglo XX, Valentín Gutiérrez adquiere, en una subasta pública, los terrenos en los que se emplazaría su edificio años más tarde.
La ambición del promotor provocó que se proyectasen varias viviendas adyacentes que se comprendieran como insostenibles después de varios años. Por ese motivo, el único que edificio que acabó por erguirse fue el que hoy conocemos como sempiterno baluarte arquitectónico más allá del río Bernesga: la Casa de don Valentín.
Ahora conoceremos qué es lo que ocurrió con el edificio y qué usos desempeñó, qué vieron sus grandes ventanales y sus mansardas, y qué fue de la familia Gutiérrez.
León crecía y crecía sin parangón, pues son fechas que ya hemos conocido como pletóricas en anteriores artículos de la saga de Edificios Emblemáticos de León.
En estos momentos, principios de la década de 1930, los arquitectos extranjeros y leoneses desplegaban su potencial para levantar las casas más famosas de la ciudad. Algunas de ellas ya han aparecido en nuestra sección, como es el caso del Sanatorio Miranda, levantado en 1930, o la Imprenta Moderna, proyectada meses antes y siendo este el edificio representativo del movimiento modernista en León, junto al Roldán que ya llevaba casi cinco años en pie.
Pero la Casa de don Valentín era, quizás, la más llamativa de todas ellas. Puede que por su ubicación, a la vera del río y siempre erguido sobre el horizonte leonés, o puede que por sus preciosas cúpulas que lo diferencian de otros más modernos, la Casa don Valentín ha sido siempre la envidia del resto de los edificios de León.
El progreso llegó a la otra parte del río, y allí donde no había nada, ahora descansaba una simiente figura portentosa que velaba por todos los leoneses. El edificio se convirtió en objeto de fotografías de la época. Tanto es así que observamos cómo los asiduos a este arte decidieron plasmar el paso de las estaciones con su silueta al fondo, siempre fiel al retrato tan idílico que ofrecía con su presencia.
Los leoneses caminaban por el puente de los leones hasta la otra orilla, tan solo con la idea de visitar las zonas aledañas al edificio o para disfrutar de un café caliente en el Bar La Barra, objeto de otro de nuestros artículos posteriores.
Muestra de ese progreso es este plano de la zona industrial de la ciudad, donde se reconoce, en la parte superior, la Estación del Norte y, bajo ella, en la esquina inferior izquierda, descansa la Casa de don Valentín. De las vías del tren partían sendos carriles que transportaban, a través de los solares vacíos, la mercancía hasta Elosua y hasta la Unión Química Española S.A. Estas vías eran denominadas apartaderos y, si el paseante solitario de León se fija bien, aún puede descubrir su rastro en el asfalto de la avenida Palencia.
Es en esta transición cuando uno comprueba cómo la atracción del río llama a los seres humanos y a los habitantes de León a cruzar el Puente de los Leones y a proliferar, a crecer y a expandirse, siguiendo ese instinto inherente al hombre y encontrándonos con un cambio sustancial en cuestión de años.
Quizás ya pocos leoneses recuerden la construcción de la Casa don Valentín pues, para la mayoría de los lectores, ya estaba edificada cuando hubieron llegado al mundo. Pero sí son muchos los que se acuerdan de la sala de fiestas al comienzo del Puente de los Leones. Esto significa que nos acercamos al presente. Eso significa, que el episodio más terrible y dramático de la Casa don Valentín se cierne sobre el lector.
Tal y como relata Francisco J. González, nuestro entrevistado, las buhardillas que en la parte superior del edificio se ubicaban eran dedicadas para viviendas insalubres y muy poco acondicionadas para la convivencia.
Para que se haga una idea el lector, y robando a Francisco expresiones de su boca, estos pequeños zulos se asemejaban a cualquier bohemia buhardilla parisina en la que un triste poeta sujeta un paraguas bajo una gotera mientras escribe los versos que nadie leerá. Como aquella que compartieron Emile Zola y Paul Cezánne a finales del siglo XIX.
El incendio, que pudiera haberse originado en un tubo incandescente que provenía de una Bilbaína mal instalada, devoró las vigas de madera y destrozó la cubierta del edificio en cuestión de minutos.
Como puede observar en las imágenes, el fuego destrozó la parte superior del edificio, reduciendo a cenizas las famosas cúpulas de Francisco Javier Sanz, y afectando también al sexto piso, que tuvo que ser desalojado, al igual que el quinto, que vio cómo, después de desescombrar la zona, se convirtió en el piso más alto del edificio.
Este piso resultó ser el de Francisco J. González, arquitecto que hoy tiene la amabilidad de recibirnos. Después de un año, y viéndose golpeado por la lluvia, el frío y el viento que a esa altura azotaba la cumbre de un techo casi desnudo, sucumbió y colapsó, siendo este otra víctima de un incendio que afectó a toda una ciudad.
El incendio se convirtió en un terrible depredador de paredes, dejando desprovistas de vida a una serie de viviendas que ya nunca podrían ser habitadas. O eso creía el pueblo de León, que había visto con interés cómo las llamas deglutían un edificio desde el tejado hasta el quinto piso. Pero, si desaparecieron más de dos alturas, y las cúpulas que allí había diseñado F.J.Sanz habían perecido en el suceso, ¿cómo es posible que casi treinta años después podamos disfrutar de sus construcciones arquitectónicas tal y como lo hacían los habitantes de la ciudad de León en 1993? ¿Quién se encargó de la reconstrucción de las dos plantas y cómo este hecho devolvió a la Casa de don Valentín una vitalidad que parecía haber sido socavada bajo decenas de años de abandono?
Conoceremos la placa del Julio del Campo, veremos una preciosa vidriera que bien podría pertenecer a la Catedral de León, y nos colaremos en un misterioso sótano que pudo servir en los años treinta como refugio antiaéreo. Un sistema de calefacción centenario, que cuenta con radiadores exclusivos que ya ninguna casa conserva y una gran peculiaridad arquitectónica que esconden sus viviendas, pues todas son diferentes entre sí.
¿Qué pensaría el ilustre lector si le dijera que todos estos maravillosos detalles se localizan en un solo edificio de siete plantas? La Casa de don Valentín. Es misión, por lo tanto, del siguiente episodio, poner un punto y final a la historia de uno de los Edificios más Emblemáticos de León.
Publicidad
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.