El Odonista de la ciudad de León
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El Odonista de la ciudad de León
Qué mentiroso sería este Odonista si no hiciese honor a la verdad y reconociese que, paseando por las calles de León a altas horas de la madrugada, nunca se ha llegado a preguntar qué es y cuál es el origen y la utilidad de la pequeña fuente ubicada en la Calle Caño Badillo.
Y es que este amante de las calles de León, este investigador de sus orígenes y este detective del pasado, al fin y al cabo, un Flâneur del tiempo y un Odonista de mi ciudad, ha viajado hasta el siglo pasado para desgranar la leyenda de la eterna fuente, extramuros entonces, y que hoy vigila nuestro fluir, igual que los habitantes de la ciudad contemplamos su constante goteo.
Como estas vacas, beberemos de su narración y reconoceremos lo que un día fue nuestra historia escrita en piedra. Conoceremos, de esta manera, la leyenda del Caño Badillo.
Muchas serán las fotografías que, a lo largo de este artículo, coparán su atención. En ellas hallarán vestigios del siglo pasado y un avance material del tiempo destructivo en el que los edificios adscritos a la antigua muralla han ido desapareciendo con el paso de los años. Pero un rasgo arquitectónico remanece siempre en la pupila del observador lector: La Torre de los Ponce.
No es secreto que la calle Caño Badillo ha sido, desde la Edad Media, un importante enclave para la ciudad de León, pues a ella se asomaban tres puertas principales de León, la puerta del Peso, la Puerta de la Harina, y la Puerta Sol, de la que ya hemos hablado en otro de nuestros artículos, conducentes a la leyenda del Rincón del Coracero.
Este punto neurálgico, extramuros de la ciudad en época romana, servía de lugar de intercambio comercial y poseyó un fluido trasiego de personas durante siglos. El único vigía, que desde época romana, prevalece en el Skyline de la ciudad, es el citado Torreón de los Ponces, que pueden observar en esta atávica instantánea de hace más de cien años.
La muralla romana, dos mil años atrás, recorría gran parte de nuestro centro urbano, partiendo, por este punto escogido a propósito, la Catedral, pasando por la Puerta Obispo, hoy en día desaparecida, y avanzando por la calle Serradores, muralla que aún se conserva, hasta Bermudo III, donde paralelamente a esta y eliminando de su interior una Plaza Mayor inexistente en aquella época, llegaría hasta La Bodega Regia, lugar en el que empalmaría con la Puerta Cauriense, determinada por la intersección actual del Palacio de los Guzmanes y la calle de la Rúa, para seguir su camino por la zona del Cid.
Una vez ubicada la antigua muralla, es preciso apuntar el mote, o leyenda que acompañaba a León extramuros, siendo conocida por todos como La Ciudad de las Torres. Esto era debido a la gran cantidad de torreones defensivos que se construyeron para proteger a la villa de posibles ataques enemigos.
Uno de ellos fue el Torreón de los Ponce, denominado así en favor de Ponce de Minerva, cofundador de la orden del Monasterio de Sandoval, donde descansaba junto a su esposa, y famoso mayordomo de Alfonso VII.
La Torre de los Ponce ha sobrevivido no solo al paso del tiempo, sino también al paso de Almanzor, cuyas huestes destruyeron las murallas de León durante su ataque a la ciudad en el siglo X, admitiendo literalmente que sobre León no quedaría una «piedra sobre piedra».
El Conde Guillen, defensor de la ciudad en ausencia de Bermudo II, fue asesinado por Almanzor en el propio Torreón de los Ponce, este hecho alentó a Almanzor a preservar esta torre, quizás en honor a un gran adversario o en recuerdo de una derrota vergonzosa a manos del caudillo árabe. Sea como fuere, este es uno de los pocos edificios que aún se conservan de la época, y desde las alturas, vigila con cautela la calle que hoy ocupa las ensoñaciones de este Odonista.
Devastador y corrosivo, el tiempo, al igual que el agua, hace mella sobre su víctima, que no es más que todo aquel vestigio de vida que bajo su yugo se alimenta de su verdad. La piedra que descansa bajo el grifo del Caño Badillo es testigo de este hecho, pues casi esculpida, nos relata la historia de nuestra ciudad.
Ya ven, en las fotografías, que pocos de los edificios originales han aguantado hasta nuestros días, a excepción del Caño Badillo, que con su oquedad nos presenta, en la partitura del tiempo, una preciosa sinfonía que cualquier melómano puede disfrutar con tan solo contemplar su maravillosa elegancia.
Como es natural, las construcciones humanas son pasto de los años, y los edificios, apuntalados, son presa del paso del tiempo. Las calles, arterias principales de nuestra ciudad, son representativas del esqueleto de la misma y sus nombres, su odonimia, nos sirve de explicación para ciertos fenómenos históricos.
El Caño Badillo tiene un truco, ya que muchos la conocen también como Caño Vadillo. Sí. Con «V» y con «B», y es que según nos apuntan Javier Tomé y Armando G. Colino, en su callejero público, el término Badillo podría referirse al barrizal que por aquella época, una vez las lluvias llegaban a León, inundaba la muralla romana desde su exterior, ubicándose allí también el servicio de aguas de León debido a su estratégica posición. Pero la nomenclatura Vadillo también tiene su sentido, pues era este el camino que seguía la muralla desde su exterior.
Los edificios, al filo del fin del milenio, fueron dejando paso a varios huecos que el tiempo había erosionado en el perfil arquitectónico de la ciudad, Las casas dieron paso a la muralla, que había estado oculta a los viandantes durante muchos años, y las decisiones fueron encauzándose hacia la reconstrucción y preservación de la misma, Pero, como ven, el caño sigue manteniendo el esplendor de sus días.
Queridos lectores, ha llegado el momento de revelar el origen del caño y su edad. Compañeros de etapa: el caño, que como ven está excavado en la propia muralla romana, recoge las aguas de un manantial subterráneo desde 1696. Hace casi 430 años.
¿Se imaginan recorrer la misma calle que hoy pisan mis pies, hace más de 400 años, y poder tocar aquel vestigio histórico, arquitectónico y prácticamente arqueológico, que hoy también se incrusta en la muralla de nuestra amada ciudad?
El eterno vagar el agua erosiona mis ensoñaciones, y puedo asegurar que este hecho, mientras tocaba las piedras del arco ojival que componen la fuente, me turbó demasiado como para no continuar investigando. Utilizado durante casi cinco siglos, el caño ha servido de fuente, de lavadero y de lugar de reunión y peregrinación de los habitantes de León y del ganado animal, tal y como observamos en la fotografía principal del artículo. Su construcción fue adjudicada a Pedro Crespo del Valle y, hemos de reconocer, que la obsolescencia retardada no ha hecho estragos en su esqueleto, pues se mantiene en pie aunque su entorno arquitectónico se haya visto alterado durante los 427 años desde su creación.
Una de las historias rescatadas por los articulistas Tomé y Colino relata la existencia de una charca de ranas en pleno centro de León.
Allá por los años noventa, existía, adherida a la muralla, una pequeña puerta denominada la Puerta de Cal de Raneros; derruidos sus alrededores en 2001 y reconstruida para ser reconvertida en un establecimiento hotelero.
Si nos adentramos en la calle Caño Badillo hasta la calle adyacente, localizaremos el punto exacto en el que se localizaba el Arco Diego Gutiez, en honor al caballero que ayudó a reconstruir la muralla romana. Esta puerta es también conocida como Puerta Sol.
Volviendo a la Puerta de Cal y Raneros, conocemos su curioso origen, pues nos aseguran los historiadores que en ese mismo lugar existía una charca de aguas estancadas, recubierta de vegetación, y una superficie de lodo, lugar propicio para la proliferación de estos anfibios, las ranas. Este pasadizo comunicaba la calle Caño Badillo con el interior de la Plaza Mayor y, hasta finales del siglo XX, fue utilizado como el servicio de aguas de la ciudad de León.
Me alejo de este enclave histórico para seguir caminando por mi bella ciudad, conociendo los lugares más importantes de la misma y ofreciendo, gracias a la ayuda de los investigadores citados y a los documentos hallados en los archivos a los que se ha hecho referencia, las historias de una maravillosa urbe que aún tiene muchos secretos que ofrecernos.
Camina el Odonista hacia las afueras de lo que entonces fue León, para adentrarnos en el paseo predilecto de los viandantes y en la historia de una avenida construida para el divertimento y el disfrute de los paseantes solitarios como es este escritor. Conozcan, de primera mano, el origen del Paseo de la Condesa y de Papalaguinda en los siguientes artículos de El Odonista.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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