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Bienaventurado sea el querido lector o lectora que se haya atrevido a hacer click sobre este titular tan antológico. Como habrán ya adivinado, ahondaremos, en el presente artículo, en la vida del pícaro leonés, cuya historia ya ha sido mil veces estudiada por los expertos, pero que ha influido en la creación de la leyenda leonesa, que todos los años recorre las calles de nuestra urbe, promoviendo el culto hacia esta figura tan conocida.
Con intención de diferenciar entre tradición respetuosa, y botellón empedernido, acto de incivismo puro que en ningún caso promueve la cofradía, les acerco esta historia, que tiene como protagonista a Genaro Blanco, un pequeño hombre, cuya gran estela ha perdurado hasta nuestros días gracias a la labor de difusión, romantización y poetización de Paco Pérez Herrero y al gran trabajo patrimonial de Maxi Barthe y Juan Antonio Cuenca. Sus testimonios nos servirán de guía para conocer la historia del personaje y ya casi familiar, nuestro padre Genarín.
Hoy exploramos la historia de un hombre que inspiró la picaresca actual, cuya vida fue el lienzo sobre el que se proyectaron los milagros del orujo, y con su legado, los poetas, los románticos, y los agnósticos que no han abrazado ninguna religión, han podido disfrutar del abrazo entre la vida y la muerte: El Entierro de Genarín.
Despertará polémica este artículo, pues muchos son los que encuentran, en esta festividad, el colmo de la mediocridad y de la vastedad, y créanme, de verdad que son muchos. Como siempre, yo no doy mi opinión, pues tan solo soy un humilde cronista que visita el tiempo, nuestro pasado, para navegar por la vereda de la calle de los Cubos, cuya historia conoceremos más adelante, y que se pregunta qué ocurrió, en el tercer cubo de la muralla, aquella madrugada del 29 de marzo de 1929, hace casi noventa y cinco años.
Para esta serie de tres artículos, se ha contado con la inestimable ayuda de Juan Antonio Cuenca, y Maxi Barthe, abad de la Cofradía de Nuestro Padre Genarín. En su página web encontrará el lector infinidad de recursos que le permitirán conocer la vida, la muerte y la leyenda de Genaro Blanco. Pero también conoceremos el testimonio de una mujer que se sitúa en el otro lado del espectro, en contra de esta práctica. Sus datos no serán revelados por respeto a su decisión, pero su experiencia nos ha ayudado también a conocer los orígenes de aquellas reuniones clandestinas que homenajeaban a Genarín.
La vida de Genaro Blanco estuvo determinada por el abandono, el libertinaje y, cómo no, el buen chato y el orujo. Su apellido ya nos da una pista de su origen, pues Blanco es el apellido dedicado a los recién nacidos que son abandonados a su suerte por elección de los padres. Como la tradición lo imponía, se le colocaron los dos apellidos que marcaban sus humildes comienzos, empezar de cero, significaba escribir su nueva historia en un papel en blanco. Y como el día 19 de septiembre de 1861, día en el que el bebé nació, se celebraba San Jenaro de Nápoles, no hubo un nombre mejor que Genaro Blanco Blanco.
Fue llevado al Hospicio de León, donde aprendió un oficio a la edad de 16 años, tras toda su infancia en Palaciosmil, donde sería criado por una familia de acogida.
Tras el servicio militar, en el que muchas trabas encontró debido a su corta estatura, contrajo nupcias en Nuestra Señora del Mercado con María García Pérez, obteniendo cinco hijos la pareja.
Esto ocurrió en 1897, y ya por aquel entonces, la altanería picarda de Genarín le llevaba a aprovechar su empleo como pellejero para visitar las parroquias, y los burdeles donde con una copita de orujo siempre en la mano, conseguía saciar sus necesidades biológicas y fisiológicas. Se dice incluso, y ya ni sé dónde lo he escuchado, por eso no lo tengan muy en cuenta, que hasta fue él quien, en un alarde de valentía, impelido por el alcohol que por sus venas corría, y con la gallardía que ofrece la nocturnidad, levantó la manta que cubría el rostro de Guzmán el Bueno en la madrugada del 15 de junio de 1900. Por supuesto, esto es una leyenda, pues bien sabe, por la historia que ya les he narrado, que fue el Ayuntamiento, en un acto cobarde, quien, por falta de valor, inauguró la estatua de Guzmán el Bueno a las cinco de la mañana, sin acto público alguno que ennobleciera la figura del héroe y la creación de Marinas. También se cuenta que intentó (o consiguió, según otros), venderle la Catedral de León a un inglés en el Café Express.
Falleció, a los pocos años, en 1917, su mujer, en el Hospital de San Antonio Abad. Compruebe, querido lector, cómo los personajes de nuestros reportajes van pasando por los edificios cuya historia narramos mi querido alter ego y yo.
Ante la escasez económica, Genaro se vio obligado a vagar por aquel León de entreguerras mendigando un trabajo, que siempre obtuvo, y gracias a los cuáles subsistían tanto él como sus hijos. Permítanme que sea conciso en este aspecto, pues muchas historias quedan por narrar y ya conocen que el espacio es muy contrito.
Acudía, todas las noches, al bar Mansilla, no siendo óbice la falta de dinero, para tomarse su característica copita de orujo. Ocurre, en las inmediaciones del citado establecimiento, la terrible tragedia; la madrugada del 28 al 29 de marzo de 1929 un camión atropella a Genarín en el tercer cubo de la muralla y este pierde la vida.
Muchos interrogantes suscitan la muerte de Genarín. Al encontrar la bragueta abierta del cuerpo, y la muralla mojada con orines, le presupuso que el pícaro estuvo regando las plantas que ornamentaban la muralla romana cuando le sorprendió el camión de la basura. El testimonio del trabajador del Ayuntamiento alude a una posible temeridad del mismo, que estrenando aquel vehículo, pudo cometer un error al ir demasiado rápido por el Espolón a la hora de girar hacia la Catedral y toparse con Genaro miccionando. El caso es que José María Sáez, conductor del mismo, desapareció poco tiempo después, migrando de León sin querer saber nada del suceso. Otros, como nuestra entrevistada anónima, creen fervientemente que ningún camión de la basura pasaba por aquella época, en 1929, por la carretera de los Cubos.
Fue La Moncha, Ramona Mariño Ituriza, de la que Genarín era un asiduo cliente, la que escuchó el suceso y fue la primera en socorrer al herido, por el que nada pudo hacer. Su presencia allí fue mediatizada por la leyenda que surgió de su aparición debido a la sábana santa que cubrió el rostro de Genaro. Pero, sin pretender adelantar acontecimientos que son objeto del siguiente artículo, sigamos conociendo qué pasó con Genaro.
Hay muchas teorías sobre su fisonomía, que hoy en día han caído en el olvido por la clara desmitificación de un hombre que hoy es leyenda en nuestro panorama tradicional leonés. Su rostro ha sido representado en muchas fotografías, como ese bonachón beodo, tomando una copita de orujo en la intimidad de cualquier establecimiento. Pero, en realidad, como seguro que ya sabrán ustedes, dicha imagen se trata de una atribución falsa de Genaro, pues la fotografía data de muchos años después de que este perdiera la vida.
Eduardo Arroyo, gran pintor, representó, en su día, la imagen de Genaro, que hoy pueden disfrutar ustedes en el libro Un día sí, otro también, en el que se recogen las obras del artista, apareciendo curiosamente este retrato de Genaro. Sin duda, se trata de una joya, como nos reconoce Maxi Barthe, Abad de la Cofradía de Nuestro Padre Genarín, y una de las pocas imágenes del pícaro leonés.
Recorriendo los bares de León, desde su casa, en Puente Castro, llegando hasta el Rollo de Santa Ana, luego hasta la Plaza de Grano, para terminar en la carretera de los Cubos, donde saciaba su sed femenina en la calle donde la mitad de León había perdido la virginidad, terminaba sus andanzas en una tasca oscura donde se reunían los olvidados hombres de León, románticos hasta la médula, que preveían observar la puesta de sol tras cientos de partidas de cartas.
Según el testimonio de la anónima mujer, era allí, en el Mansilla, donde los cuatro evangelistas se preparaban para rendir homenaje, tras la muerte de Genaro, a un pícaro leonés que acabó por convertirse en historia de nuestra ciudad.
¿Quiénes eran esos hombres? ¿Cómo llegó un homenaje clandestino a convertirse en una festividad tradicional e histórica en España? ¿Qué ocurrió para que, en 1956, el Obispo Almarcha y el Gobernador Civil ordenaran el cese inmediato de las celebraciones?
Descúbranlo, queridos lectores, en este paseo por la historia de las calles de León, que Genarín nos ayuda a recorrer, gracias a la inestimable colaboración de Maxi Barthe y Juan Antonio Cuenca. Háganse con acopio de valor para acercarse a la narración de Julio Llamazares, a los poemas de Paco Pérez Herrero, o a la investigación de Javier Fernández-Llamazares y Julián Robles Díez en su «De Genaro Blanco a Bendito Canalla».
Sigan leyendo a este Odonista, enamorado de su ciudad, y cronista de la misma, que desea compartir con ustedes, el pasado de nuestras historias más arraigadas.
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