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Deseo compartir con ustedes un secreto a voces que llevo más de cuatro meses ocultando. Un día, la providencia, el destino o el curioso azar puso en mi camino el testimonio de un gran amigo, con el que me unen ya varios proyectos pasados y futuros, que ha aportado a esta sección un nuevo e inédito producto que pretendo compartir, con su permiso, con todos ustedes.
Vean cómo los caminos del Odonista y del Flâneur se vuelven a encontrar, en un punto concreto de la historia. Pero, antes de comenzar a narrar los acontecimientos, debo avisar, a los ávidos lectores, de la exclusiva de este reportaje, cuyas fotografías nunca ha conocido nadie más que su poseedor y su fotógrafo, ochenta años en el pasado. Verán, en el León olvidado, retazos de los recuerdos de sus antepasados y contemplará la belleza de esa ciudad nevada, colmada de belleza y de elegancia.
Una lluviosa tarde de diciembre recibo, en mi bandeja de correo, un curioso mensaje de un lector apasionado, que me contagia su emoción y su labor documental. Pedro, sin apuntar más datos, dice que tiene información privilegiada sobre nuestra ciudad, y piensa en esta sección, piensa en El Odonista, para sacar a la luz una verdad antigua, acompañada por las fotografías de ese glorioso pasado.
Semanas más tarde, cuando el temporal pasado nos lo ha permitido y nuestros horarios hallan horas comunes en las que platicar, me hace entrega de una curiosa caja, con rotulación alemana, que dice lo siguiente: «AGFA Farbenindustrie - AKTIENGESELLSCHAFT – Berlin 36«. Quedo sorprendido por su historia, pero más por su trasfondo, pues el maravilloso secreto que se esconde tras estas instantáneas me deja perplejo y anonadado.
El abuelo de Pedro era el portero de una famosa casa de León. En ella, hacía las veces de encargado, junto a su mujer, y a su hogar acudía Pedro, a modo de guarida infantil para saciar esa hambre juvenil, donde se encontraba con amigos, vecinos, y donde hasta una vez, jugando a cruzar la calle con veleidosa rapidez, fue atropellado por un carro de reparto.
Pedro conocía a la perfección el edificio, y ustedes también lo hacen ya, pues se trata de la Casa Alfageme, edificio que hace esquina entre Ordoño II y Alcázar de Toledo y que seguro que ya habían adivinado ustedes por la perspectiva de las fotografías reveladas.
Pedro argumenta, resguardado en su recuerdo, que su abuelo le llegó a contar la historia, una triste historia sobre el fallecimiento fortuito de una joven en el interior de la casa Alfageme , ya con cinco alturas. Envuelto en ese misterio, el encargado del edificio, del portal que se asoma a Alcázar de Toledo, encontró, tirados, los negativos que hoy les presento, ya revelados y dispuestos para su publicación.
Nada se sabía sobre las personas que aparecían en ellos. Ni sobre su historia. Nada sobre los rostros que se me presentaron en sueños, tras largas horas investigando la posible trascendencia de la misma y la ubicación del balcón desde donde las fotografías están realizadas.
Ya con las imágenes reveladas, accedí a una visión mucho más detallada de lo que estaba observando, pudiendo catalogar a la perfección la época en la que estaban realizadas y la disposición del fotógrafo.
Para poner en situación al lector, y permítanme acudir a una transición que utilizó este Odonista en el primer artículo atribuido a Ordoño II, todas las fotografías del presente reportaje están tomadas desde el edificio Alfageme. Comprueben cómo se reconocen, en la siguiente fotografía inédita, los tres balcones del segundo piso de la casa, a la misma altura, dejando un piso principal bajo la vivienda y uno superior para otras personas. Aunque, como bien sabe, el edificio siempre perteneció a la familia Alfageme.
Observen tanto en esta como en su homóloga nocturna, la disposición de un León prácticamente cambiante. A la izquierda de ambas instantáneas, se reconoce un chalet ya visitado por nosotros, el del famoso Paco Sanz. Esa es la ubicación actual del Banco de España, en Ordoño II y fue, hasta 1949, la residencia del citado empresario, cuando fue vendida, derruida y reconvertido el terreno en un clásico edificio.
¿Se percatan ustedes de la belleza implícita en el reflejo acuoso de esos cuatro hombres que pasean al albor de un neblinoso día por las calles de nuestro querido León? No se me adelanten, queridos lectores, pues ya tengo pensada una novela que llevará por portada esta preciosa fotografía. ¡Cómo bromea este Odonista! Utilicen esta imagen como bien les apetezca, pues quién es el escritor para prohibir a nadie disfrutar del contenido que, con tesón e ilusión, toma prestado de otros fotógrafos e investigadores.
Una figura felina aparece impregnando la película fotográfica, mirándonos, con su hocico dispuesto para el ataque y unos ojos penetrantes que nos observan con su entrecejo fruncido y listo para juzgarnos. No se preocupen, pues se trata tan solo de ese reflejo inequívoco de la luz de las farolas en la lente de la cámara.
Dense cuenta de que por aquel entonces, entre los años 1944 y 1950, el farolero se encargaba de encender, una a una, todas las farolas de la ciudad, con su eterna pértiga, dotando a León de una luz sibilina que se colaba por las ventanas de nuestros protagonistas. Al igual que la semana pasada recordábamos a los trabajadores incansables que habían dado su esfuerzo por la ciudad, y reconocíamos las calles de León a través de la mirada de una niña que observaba el mundo desde su ventana, hoy cambiamos de ventana, para asomarnos, desde la Casa Alfageme, a Ordoño II, disfrutando de su recorrido.
¿Qué estaría ocurriendo, amables lectores, por aquel entonces en la ciudad de León? ¿Cómo es posible que miles de personas se lanzasen a la calle para llenar Ordoño de vida? ¿Reconocen a sus antepasados entre el tumulto que pasea por la avenida más famosa de León?
Le pregunto a Pedro, pero él tampoco lo sabe. Quizás fuese uno de esos partidos de la Cultural, que disputaba en La Puentecilla, o en el estadio de La Correrda. O fuese un acto público en la Plaza de Guzmán el Bueno, al que todos acudían con devoción y pleitesía. Por estas calles, han pasado reyes, generales, y dictadores, y todos ellos bajo la atenta mirada de los vecinos que, agolpados en los balcones, saludaban a los visitantes que conocían ahora las arterias urbanísticas donde habían nacido los leoneses.
¡Qué romántico este León nevado, cubierto de blanco y gris! La nieve no puede ser la de la gran nevada de 1955, pues las farolas, los vehículos, y la vestimenta, data de mucho antes. Aquí disponen, como primicia, de una imagen nunca vista. Si hace unas semanas conocíamos la historia del Banco Santander, obra de Crisóstomo Torbado, con casi ciento veinte años, hoy les ofrezco, gracias a la cesión de Pedro, el primer plano del edificio primigenio, antes del fin de la primera mitad de siglo. Se yergue, mucho más clásico que ahora, elegantizado por el rosa y el blanco, con ese torreón lateral que ya saben que tanto me gusta.
Hacia el otro lado de la panorámica, la plaza de Guzmán el Bueno. ¿Se dan cuenta? No hay nada más allá del puente. Apenas hace veinte años que la Casa Valentín se ha levantado, y los territorios aledaños al Bernesga son dotados de vida gracias a la proliferación del comercio y de los transportes ferroviarios. Es decir, gracias a la Estación del Norte y a la Azucarera. Pero, más allá, nada avisa al lector de la presencia de una futura ciudad extendida.
Sí, amigos y amigas. He quedado ensimismado por la belleza de estas imágenes. Pero no crean que han terminado su proyección en estos artículos. ¿Desean asomarse a la azotea del edificio? ¿Quieren salir a la calle, cámara en mano para conocer las tradiciones festivas del León de hace más de ochenta años? ¿Están dispuestos a conocer la verdad sobre La Casa Alfageme y sobre las personas que lo habitaron? Entonces quédense, una semana más, para conocer la maravillosa historia de estas fotografías.
Tras horas conversando, Pedro y yo llegamos a la misma conclusión. Era necesaria una profunda investigación acerca del tema. Desentrañar los misterios y encontrar a los dueños de los negativos que ahora obraban en mi poder. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo superar la barrera de los ochenta años de antigüedad y reunir a las fotografías con sus protagonistas?
Apenas días después de despedirme de Pedro y caminar cada uno por nuestro lado, compartí, una breve pregunta sobre el edificio en varios grupos en los que me he introducido como ermitaño estudioso de León, donde se comparten todo tipo de teorías, historias, leyendas y fotografías. Mi pregunta, muy sencilla, a priori, pero que desató el gran torrente en el que ahora les pretendo introducir a ustedes.
Una persona me respondió, y decidí enviarle una de las fotografías que ustedes ya han observado. ¿Cuál fue su respuesta? Nunca me hubiera imaginado toparme con aquel descubrimiento.
-Soy Rafael Martín Alfageme. Y esas fotos fueron tomadas por mi familia directa.
El círculo se cerraba, pero la historia debía continuar. Conozcan la narración completa, de la mano de uno de los descendientes de la familia Alfageme, a lo largo de la semana que viene.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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