Edificios Emblemáticos de León
El edificio de León al que Almanzor perdonóEdificios Emblemáticos de León
El edificio de León al que Almanzor perdonóTan insistentes han sido los amables lectores con el humilde Odonista que se encarga de explicar el origen del nombre de las calles de León, que ha tenido que convencer a su otra mitad, el incansable Flâneur que vaga por las calles, para rescatar la ... historia del Monasterio de San Claudio e investigar su pasado, reencontrándonos con uno de los Edificios más Emblemáticos de León.
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Como ya habrán observado en el artículo del Odonista, dedicado al Paseo de Papalaguinda, durante muchos años, décadas inclusive, la muralla de un desconocido, casi olvidado, monasterio, ocupaba gran parte de un solar que hoy en día podemos reconocer como el barrio de San Claudio.
¿Cuál es su historia? ¿Cuál su envergadura? ¿Y qué dimensiones podría tener este gigantesco Monasterio para que decidieran, según la ley de San Benito, ofrecerles terrenos tan alejados del centro de León?
Pero sírvase del ejemplo del progreso, queridísimo lector, pues, ¿cómo iban a pensar entonces los beatos frailes, que mil quinientos años después la ciudad se expandiría hasta tan lejanas cotas, alcanzando el río y conquistando las tierras de labranza en las que se había afincado el Monasterio de San Claudio.
Antes de comenzar a narrar los comienzos del Monasterio de San Claudio, es necesario que el lector se haga una sincera idea de las dimensiones del mismo y su localización.
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Como se indica en el mapa de P. Risco, datado en 1792, y que nos ofrecía una visión del León Medieval, en torno al siglo X o XI, el Monasterio de San Claudio ocupaba la vera del Río Bernesga, y una manzana que culminaba con una gran muralla que alcanzaba los futuros Jardines de San Francisco.
Esta era la magnitud. Como ven, una auténtica barbaridad. Y resulta que este cariacontecido escritor, sentimiento provocado al saber que nunca llegará a conocer el esplendor que rodeó al Monasterio, ha encontrado diversos testimonios que nos narran el origen del citado mastodonte eclesiástico.
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En este terreno, según cuenta la leyenda y acudiendo a la hemeroteca secular, los hijos de San Marcelo fueron torturados y martirizados. San Marcelo, casado con Santa Nonia, mujer que cuenta con una leyenda fantástica y llamativa a los ojos de cualquier leonés, tuvieron nada menos que doce hijos, a los cuales sobrevivieron por diferentes causas. Pero la muerte de Claudio, Lupercio y Victorio fue la más dolorosa para todos.
Siglos después de sus muertes, se levantó, en el año 550 o 560 después de Cristo, el Monasterio en su honor, donde se cuenta que las reliquias de los tres mártires fueron guardadas.
El humilde pero extenso Monasterio prosperó con el tiempo. Los años fueron pasando y sus grandes parcelas, otorgadas según la orden de San Benito, por el que a cada Monasterio le corresponden una serie de hectáreas en relación a su número de ocupantes que asegure un sustento producido en su interior y busquen en el alimento externo el menor apoyo, permitieron que sus monjes sobrevivieran al paso de los siglos.
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Pero el siglo X llegó, y con él, también el progreso y las guerras. Más en concreto, las aceifas de Almanzor, que destruyeron gran parte de la villa de León. Aunque el destructor de ciudades la tomó personalmente con León, salvó ciertos edificios, como la Torre de los Ponce, que se ha preservado hasta nuestros días; Almanzor no iba a hacer lo mismo con el Monasterio, al que sus soldados despojaron de todas riquezas.
La leyenda cuenta que la providencia otorgó una nueva oportunidad a los feligreses, pues al entrar Almanzor en la Iglesia del Monasterio con su caballo, este colapsó y cayó muerto frente al altar, tomándolo el supersticioso conquistador como una señal. Devolvió las riquezas robadas a los feligreses y permitieron que la palabra de Dios siguiera expandiéndose por la provincia.
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El Monasterio fue adquirido, a principios del Siglo XX por la familia Fernández Peña. Familia que seguro recordarán de artículos contemporáneos que tratan la historia de las Casas Gemelas de Ordoño II y su relación con la construcción de la Casa Botines.
El Monasterio, al completo, fue demolido y convertido en escombros, que fueron vendidos para hacer carreteras. Una pequeña pero importante parte se mantuvo, perenne, mientras el tiempo pasaba y el progreso alcanzaba a la ciudad de León.
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Con la recién inaugurada Plaza de Toros en primer plano, observamos, en 1950, cómo las cicatrices del tiempo moldearon el entorno leonés. Y, en el centro de la imagen, un avispado lector contemplará los restos de la muralla del grandioso Monasterio de San Claudio.
Desde la parte superior del barrio de San Claudio, se observa a la perfección el esqueleto de la parcela del Monasterio. La Muralla, que en muchas ocasiones, algún leonés despistado confundía con la muralla romana y medieval debido a su gran parecido pues ambas contaban con cubos, defensivos en el caso de la real y ornamentales en el de la del Monasterio, sobrevivió hasta bien entrada la década de 1960. Por ello, seguro que muchos fanáticos lectores aún recuerdan jugar, de niños, por el Paseo de Papalaguinda y arrimarse a la muralla en ruinas del olvidado Monasterio de San Claudio
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Se observa, ya por último, en la siguiente imagen, el hueco que dejó el Monasterio de San Claudio en el panorama urbanístico leonés, y que hubo de ser rellenado con el progreso, las nuevas edificaciones y la desaparición del mismo terreno a medida que el barrio de San Claudio crecía y crecía hasta llegar a ser tan acogedor como lo es ahora.
Y el Paseo de Papalaguinda también fue creciendo con el tiempo, hasta desarrollarse en su plenitud, conseguir atraer el tráfico del centro de León e incluso se consiguió llegar a tener en cuenta el barrio de San Claudio, un lugar alejado de la muralla romana original, como centro de la urbe.
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Antes de despedir para siempre la historia real del Monasterio de San Claudio, me gustaría añadir, como colofón, una preciosa leyenda que cuenta Ponga y que sirve de bello cierre para nuestro artículo.
Los mártires, Claudio, Lupercio y Victorio fueron enterrados en San Claudio, pero no fueron sacados en procesión hasta mil doscientos años más tarde, cuando, en 1429, los restos de San Marcelo llegaron al fin a León después de ser descubiertos en Andalucía bajo una sepultura que indicaba a los sorprendidos soldados: San Marcel, mártir leonés.
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Dichos restos salieron de la Catedral de León y las arquetas que contenían los de los hijos, desde el Monasterio de San Claudio. A medio camino, se produjo el emotivo reencuentro, mil doscientos años después, entre padre e hijos, descansando para siempre, juntos, en la Iglesia de San Marcelo, en pleno centro de León.
Su historia nos enternece, y nos transporta a otro tiempo, donde los cuentos, las leyendas y los rumores, perfumaban un paraíso leonés repleto de vida y de buenos relatos. Caminamos, bajo la sombra de los edificios, sin saber que, antes de su existencia, un gran Monasterio olvidado reinaba sobre la colina junto al Bernesga. Acérquense, queridos lectores al Paseo de Papalaguinda y al barrio de San Claudio para experimentar, de primera mano, la indolente sensación de descubrir que en ese punto, hace apenas sesenta años, desapareció la gran muralla milenaria que protegía un Monasterio del siglo VI. Acérquense, amados vecinos, a conocer la estela fantasmal de uno de los Edificios más Emblemáticos de León.
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