Vista de la Catedral de León en una imagen antigua.

Un 'cazavampiros' en la Catedral de León

Convencido de que su vida corría peligro, Juan Antonio Toral protagonizó uno de los capítulos más surrealistas de la historia de la capital: rompió una vidriera, se coló dentro del templo y volvió a salir asustado por lo vivido

Nacho Barrio

León

Jueves, 31 de octubre 2019, 18:20

Sentados en el desnivel, a escasos metros del árbol que crece en solitario a la sombra de la Catedral, dedican sus mañanas a ver la vida pasar (y a comentarla) en Puerta Obispo. El grupo es variable, como sus conversaciones. A veces ... excesivas, otras reflexivas y en su mayoría demasiado explícitas para los viandantes que suben y bajan la calle, los mismos que confían en pasar desapercibidos si en ese momento toca bronca en la tertulia.

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Coinciden allí, en eternos paseos nacidos a la vera del frío callejero y de una situación crítica. Una camaradería que suele verse alterada si faltan los suministros. Cuando eso pasa, ni la música del 'loro' que a veces ameniza la mañana puede amansar los ánimos.

No es algo nuevo. De hecho, en un grupo como éste pero hace 28 años solía encontrarse el protagonista de esta historia.

Juan Antonio Toral llevaba repitiendo durante bastante tiempo que los vampiros que vivían en la Catedral de León le hablaban. Se lo contaba a todo aquel que se cruzaba en su errático camino ya que las voces le perturbaban profundamente. Los vampiros querían matarle. Días y días avisando de que, si no paraban de amenazarle, él actuaría. Que acabaría con ellos y con su sed de sangre humana.

La cantinela era el pan de cada día en los alrededores del templo. Hasta que en la madrugada del 21 al 22 de abril de 1991, Juan Antonio no pudo más.

Sirviéndose del cable de un pararrayos situado en el exterior de la Catedral, Juan Antonio trepó doce metros de altura por la pared del templo hasta llegar a la vidriera de la capilla de la Virgen Blanca. El agobio y la paranoía era tal que, con las fuerzas que le quedaban, destrozó los cristales y entró en el templo. Unos 'cristales' elaborados por el artista Rodrigo Herrera... en 1565.

La noticia apareció al día siguiente en el diario El Correo.

Una vez dentro Juan Antonio se acercó al sepulcro del infante Don Alfonso, ubicado en la misma capilla, ya que según su relato era de ahí de donde se encontraban los vampiros. Nunca se pudo certificar a cuántos mató en aquella noche de abril y, según las crónicas de la época, salió de la Catedral asustado por el sepulcro de Ordoño II.

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«Lo hice para hablar con los vampiros, no para matarlos»

Ya en la mañana del día 22, la ciudad maldijo a los gamberros que causaron el destrozo, sin saber a ciencia cierta quién había podido ser. El caso era realmente contradictorio, ya que la valiosísima vidriera renacentista, única en la seo leonesa, apareció rota sin motivo aparente: nadie se había llevado objeto alguno del primer templo de León.

Zona por la que trepó.

Poco duró la incógnita. Los comentarios apuntaron pronto a Juan Antonio, que había repetido en alto sus planes en innumerables ocasiones.

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Un mes después, el 'cazavampiros' estaba sentado en el banquillo de los acusados del Juzgado número dos de lo Penal de León por ser el presunto autor del destrozo, en un juicio que dejaría a las claras la realidad mental por la que pasaba el hombre.

Así, durante el proceso se declaró culpable de haber roto la vidriera y de haber entrado en la Catedral de madrugada, justificando que lo hizo «para hablar con los vampiros que salen de los sepulcros, no para matarlos». Igualmente explicó al juez que deseaba convencer a los animales para que no le chuparan la sangre durante la noche, «ya que a esto se debe su cansancio y el que ahora no pueda trabajar».

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Como se señaló en la crónica de tribunales publicada en El Norte de Castilla en aquellos días, después de concluir su declaración, Juan Antonio «se empeñaba en continuar hablando y se dirigía indistintamente hacia el juez, el abogado o el fiscal, al margen de quien realizara la pregunta o de otras cuestiones puramente formales de la vista».

Por si esto fuera poco el informe de los técnicos no dejaba lugar a dudas. El resultado de los análisis psiquiátricos practicados sostuvo que Juan Antonio presentaba «una obsesión esotérica, un alto sentido de la justicia y tendencias agresivas». De la misma manera apreció «una asombrosa destreza y fuerza física, como lo demostró al escalar el muro de doce metros, sosteniéndose en unos cables hasta llegar a la vidriera de la catedral».

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Un millón de pesetas

Con estos mimbres, el fiscal solicitó en un primer momento tres meses de prisión para el procesado, pero al final modificó sus conclusiones, manteniendo el pago de un millón de pesetas al Obispado como indemnización por los daños ocasionados y el internamiento en un centro psiquiátrico. Por contra, la defensa reclamaba la libre absolución bajo el compromiso de presentarse cada quince días ante el juez.

Finalmente, Juan Antonio fue trasladado al centro psiquiátrico de Alicante, donde quedó ingresado.

Artículo publicado en El Norte de Castilla (30/05/1991).

Caja España financió los trabajos de restauración de la vidriera, que llevan la firma de Luis García Zurdo.

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Además del revuelo causado por este extraño capítulo, la rotura de la vidriera impulsó una fuerte crítica ante la dejadez de las administraciones en el cuidado del patrimonio, lo que llevó tanto a la ciudadanía como a éstas a tomar conciencia.

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