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pilar g. ruiz
Lunes, 8 de agosto 2022, 00:21
Leiva está descubriendo las trampas que tiene una huerta. Porque en sus escasos ratos libres, le ha salido una faceta hortelana que disfruta mucho. «¡Rock y huerta!», dice. En su casa de la sierra, hace un alto entre concierto y concierto de presentación de su ... quinto disco, 'Cuando te muerdes el labio', un compendio de colaboraciones que son un canto -valga la obviedad- a la amistad y las cosas que se hacen por diversión.
-Tiempo, miedos y las consecuencias de las relaciones, para bien o para mal. ¿Son esos los tres temas predominantes en el disco?
-Sí. Es un disco que está escrito en unos años muy extraños. Lo escribí y lo grabé en plena pandemia y viviendo en Latinoamérica.
-Un singular viaje de ida y vuelta.
-Pasé el confinamiento en casa, en España y después regresé a Ciudad de México otros cuatro meses. Allí escribí mucho, grabé el disco y me fui al desierto, a un pueblo de Texas que se llama Tornillo. La distancia, el tiempo, la sensación de desarraigo y vulnerabilidad a todos los niveles, obviamente está en el disco. También la fraternidad y la amistad y poder compartir disco con tantas amigas.
-El resultado es un menos es más aplicado a cada canción; más detallistas, pero más sencillas en cuanto a capas. ¿Eso es fruto del tiempo también?
-Siempre he andado persiguiendo eso. Al final las canciones son las que condicionan los caminos. Tú puedes tener sobre papel un sonido para un disco, pero las canciones te lo permitirán o no. Yo llevo años intentando conseguirlo, pero por primera vez me han permitido contar las cosas con los mínimos elementos posibles. La producción tiene una importancia muy grande en este disco; la mirada española de Carlos Raya y la de Adanowsky. Estábamos en un 'mood', un estado de ánimo muy similar; tratando de conseguir las cosas desde una guitarra y una voz y cualquier elemento que entrara tenía que jugar un papel muy importante o si no quitarlo. Queríamos que la belleza estuviera presente en los pocos elementos. Siento que hay belleza en ello y lo hemos conseguido.
-Y de pronto coge el teléfono y llama a 14 personas, a 14 amigas para cantar con usted.
-Ha sido algo muy orgánico. Me daba cuenta de que me iba de México o Argentina y lo que escuchaba en el avión era a ellas. Silvana, Daniela Spalla, Zoe Gotusso... Había algo ahí que me estaba conmoviendo. Un día pensé; lo que me apetece es hacer música con ellas, por una cuestión casi egoísta. Contagiarme de ellas. Lo necesitaba. Fue muy acrobático, porque no quería hacerlo a distancia y se pudo llevar a cabo.
-Ha utilizado el verbo apetecer. ¿Cuando uno se mete al estudio a hacer lo que le apetece de verdad, es porque puede permitirse determinadas licencias?
-Tengo que decir que siempre hice la música que quise. Nunca pagué peajes por presiones externas. En este caso me he permitido el lujo de hacer el disco que me estaba conmoviendo y que más me divertía. Y esa palabra es importante. Siempre he trabajado como un proceso un poco sufrido, de cierta vulnerabilidad. Ya llevo muchos discos, no sé si habré grabado 15 o 20, y he conseguido divertirme. Que sea algo libre, donde hemos probado muchas cosas y he aprendido mucho.
-El recorrido vital y sonoro hacia Latinoamérica, ¿es un proceso natural para quien parte del rock en español?
-Creo que sí. Con Pereza hicimos muy mal en no salir fuera. Éramos dos chavales de barrio a los que les costó unos discos vivir de la música. Cuando nos empezó a ir bien en nuestro país era el momento para coger las maletas e irnos. Pero quisimos disfrutarlo y erróneamente tomamos la decisión de quedarnos. Es una cuestión lógica tender puentes, por amistades que tenemos, por referencias musicales. Es antinatural no irte con tu música, con tus compañeros del otro lado del charco. Lo siento como una cuestión más vital que racional.
-¿Se imaginaba terminar teniendo sobre el escenario a nueve personas viviendo de su música?
-No, porque lo mío ha sido una consecuencia, no un fin. Yo no me imaginaba con cuatro tráilers de gira como vamos ahora. Pensaba en hacer canciones, tocar en un club y que le gustara a mi amigos melenudos. Es lo que quería. No me imaginaba tocando en sitios grandes, porque ni siquiera estaba bien visto en mi barrio. Tenía cierto prejuicio con trascender. Cuando empiezas a tocar en sitios muy grandes, se pierden cosas en el camino, conforme la responsabilidad crece va en detrimento de la diversión, pero es un privilegio.
-¿El rock y el pop siguen considerándose géneros menores frente a otros estilos más minoritarios o elitistas?
-Sí. Al final, las cosas de culto generan un respeto 'ipso facto'. Cuando el grupo que te gusta lo empieza a escuchar tu vecino, para ti se convierte en vulgar. Sucede con el pop y el rock. Eso está muy bien tratado en España: que te vaya mal, que seas un figura de culto pero no puedas vivir de ello, está muy alabado en nuestro país. Y que te vaya bien está muy penalizado. Las generaciones jóvenes son más libres, tienen menos prejuicios. Nosotros venimos de generaciones donde lo que no es de culto es barato, y es una mirada muy cateta.
-¿Siente que se ha ganado el respeto del sector? ¿Le importa?
-Se lo tendrías que preguntar a los demás. Yo no ando persiguiendo el respeto. Cuando era más pequeño sí buscaba el aprobado de los mayores y del gremio. Ya no. De lo único que puedo alardear es de tener muy buenos amigos en la profesión. Y para mí eso es suficiente.
-Como balance de todo lo anterior; ¿cómo está?
-Pues mira, estoy como inspirado y contento, pero creo que me falta serenidad. Siento que estoy en un momento bonito, pero añoro un poquito de calma.
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