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Tres cosas unían a Javier Krahe y Joaquín Sabina: el gusto por Georges Brassens y Leonard Cohen, las copas y un enfisema pulmonar. Con el tiempo Krahe dejó el tabaco, pero Joaquín Sabina no se despega de sus cigarrillos, salvo en ciertas ocasiones. Una ... de ellas ocurrió este martes, cuando acudió a la presentación del libro 'Javier Krahe. Ni feo, ni católico ni sentimental' (Reservoir Books), trayectoria vital de un hombre cáustico que no dejó títere con cabeza. Su autor, Federico de Haro, ha entrevistado a más de 60 personas que conocieron al cantante, y fruto de ello ha salido una crónica repleta de anécdotas y algunas canciones desconocidas que se transcriben en el libro. «El hombre que quitó a las semifusas el corsé», como lo definió Sabina en un soneto, tuvo en Javier Krahe a un hermano, un cómplice, un cuate y un maestro en un «mar sin ventanas a la RAE».
«A nadie debo tanto como a Javier Krahe. Siempre me ha cabreado que se le ninguneara. Este país no se merecía tener a Javier Krahe», dijo Sabina, quien pintó al cantante como el Georges Brassens español. «A Brassens se le estudia en la escuela; a Krahe se le persiguió por blasfemo. De él aprendí cierto rigor métrico y rítmico. Estamos en deuda con Krahe, y no pagaremos esa deuda hasta que se haga un estudio sesudo, que no académico, de sus letras».
Satírico, descreído e irreverente, Javier Krahe revive cada vez que se reproduce una de sus canciones. Murió a traición, en Zahara de los Atunes (Cádiz), sin poder tomarse el año «selvático» que ansiaba. Nadie hubiera dicho de él que fue un alumno del colegio del Pilar, cantera de élites y gobernantes. Krahe no tuvo el mal gusto de formar parte de ningún gobierno, pero sí de la élite de la canción. Si no fuera porque era un hombre templado, se habría enfurecido si alguien le hubiera llamado poeta. Más aún si le hubieran tomado por cantautor. La verdad es que su voz era una carrasposa entonación de notas y toses. No tuvo más religión que la de amar a Georges Brassens por encima de todas las cosas y solo abrazó como libro sagrado 'La Odisea'. Quizá no le hubiera gustado que alguien escribiese su biografía porque nada más lejos de Javier Krahe que darse pisto.
En la presentación del libro no faltó su guitarrista Javier López de Guereña, amigo que le acompañó durante tres décadas y que ejerció el noble oficio de «parásito vacacional». De Guereña y su prole se presentaban puntualmente todos los veranos en la casa que Javier Krahe y Annick Bloyard tenían en Zahara de los Atunes y allí escuchaba sus nuevas canciones. De Guereña pintó a Krahe como un hombre templado, carente de ambiciones y que creaba tres cuatro canciones al año, «pero qué tres canciones». Sacaba un disco cada tres años, porque Javier Krahe, mas que componer canciones, las acariciaba por largo tiempo y no las soltaba hasta que las consideraba perfectas. Un día le preguntaron cómo llevaba una y respondió: «me falta una palabra».
El ensayo cuenta con testimonios de amigos como Joaquín Sabina, Pablo Carbonell, el Gran Wyoming y Julio Llamazares, entre otros, y está prologado por De Guereña. Quien se deje llevar por el prejuicio, quizá piense que su aspecto desmañado lo llevaba también a la música. Craso error. Sabina dice de él que trabajaba las letras «no para mejorarlas, sino para hacerlas inmejorables». Víctima de la censura de todo tipo, perseguido por blasfemo y vetado por un PSOE reconvertido a la fe atlantista, abjuró de todos los credos políticos, incluso de los que le resultaban simpáticos. «Soy anarquista de cinco a seis y media, que es cuando duermo la siesta», decía.
Javier Krahe era un hombre de saberes varios, incluido el arrancar su coche, un cuatrolatas del que le costaba deshacerse, con un chicle mojado que le servía para unir los cables. El truco se lo llevó a la tumba. Con ese trasto recorrieron media España. Krahe, que era un crítico riguroso, tenía como canción favorita de Sabina 'Purísima y oro', un tema que también le encanta a Serrat. «Él no era muy dylaniano, pero sí escuchaba a Dylan», dijo Sabina de Krahe.
Doctorado en sarcasmo, sexo y gula, Krahe escribió 'Obseso sexual', una canción perdida que luego citó Camilo José Cela en su 'Diccionario secreto'. Federico de Haro se empapó tanto del personaje que llegó a saberlo casi todo de Krahe. «Luego, para dibujar un perfil íntimo, traté de olvidarlo todo».
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