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José E. Cabrero
Granada
Viernes, 14 de abril 2023, 10:31
A Ernesto Jiménez Linares (Granada, 1967) todo el mundo le llama Eric: Eric Jiménez. «Mi padre me puso así porque en todos los seriales de los 60 el galán se llamaba Ernesto. Luego se vio que con el nombre no se arreglaba el asunto». Aunque Eric sea uno de los mejores baterías de Europa, miembro de Los Planetas y Lagartija Nick, él se siente, ante todo, actor. «Soy un buen actor. Me he barajado en tantas situaciones de gente jodida, desde pijos a chorizos, que he ido adoptando un papel en cada situación, como Peter Sellers. He interpretado tantas personalidades que ya no sé cuál es la mía. Realmente no sé quién soy. Ni tampoco quiero saberlo», sonríe divertido.
Antes de seguir, Eric se percata de que viste «un triste polo azul» y dice que así no es correcto. Unos segundos después, como Clark Kent cuando se transforma en Superman, vuelve con una camisa amarilla decorada con gatos negros. Y, entre sus manos, la medalla de plata de Granada. «Como músico he tenido muchísimas recompensas, pero la que más me emocionó fue esta. Soy tan granaíno que cuando voy a Jaén me echo el pasaporte. Solo Fray Leopoldo de Alpandeire podría ser más granaíno que yo. Esto me emociona muchísimo, mucho, porque soy un amante de Granada. Eso es lo que soy: un granaíno profundo».
–Un granaíno con mundo.
–Bueno, con varios mundos, porque como llevo desde los 80 tocando he vivido varias veces y he vivido a tope. Eso me hace tener una percepción de las cosas diferente de la gente que ha vivido solo una vez. O la gente que ha vivido mucho muy deprisa. Yo, al principio, vivía muy deprisa. Pero como todavía sigo vivo, me voy renovando. Creo que tengo más vidas que un gato.
La estantería del salón está repleta de libros, la mayoría sobre Granada. «Me apasiona la historia de la ciudad: Prieto Moreno, Juan Bustos... Tengo hasta una colección de periódicos antiguos de IDEAL. Creo que mi casa es la hemeroteca». Luego recorre el resto de baldas con un leve movimiento de cuello y confiesa que él, al principio, no leía «absolutamente nada». «No me interesaba, pero un día, supongo que por la carencia que tuve de mi padre, leí 'Cartas al padre', de Kafka, y le pillé el rollo. De ahí pasé a la literatura sudamericana y, ahora, bueno, lo cierto es que no tengo tiempo de leer ni los créditos de los discos que edito».
Entre los libros de otros están, también, los suyos: 'Cuatro millones de golpes' (2017) y 'Viaje al centro de mi cerebro' (2021), ambos publicados por Plaza & Janés con un éxito abrumador. «En España la gente triunfa en lo que no tiene ni puta idea. Por eso pensé voy a escribir un libro porque no tengo ni puta idea de escribir. Triunfé». Mientras hojea su novela en el cuarto de baño (dice que aquí es donde lee toda España, así que es el mejor lugar para hablar de sus libros), surge la palabra «escritor», que se quita de la boca como si fuera un hueso de pollo. «Me da coraje la gente que saca un libro y dice que es escritor. ¡No! Esto no tiene valor literario, simplemente he contado mi vida, con cierto desparpajo, sí, pero nada de escritor».
Eric es «un enamorado de hacer música». «Pero no me puedo permitir el lujo de ser melómano. Soy de la clase obrera trabajadora y para eso hace falta tiempo. Ser melómano es de pijos». Hace años empezó a dar clases de batería, algo que anunció con una foto de Manolo el del Bombo en la que se leía: «Si él fue internacional, tú también puedes serlo». Y, en 2013, abrió en la calle Escuelas 'El bar de Eric' porque, dice, se cansó de cerrar bares. «A mí básicamente me gusta el menú infantil –explica, paseando por su cocina–. En mi bar nos dieron un solete de Repsol. Cada vez que hacemos un plato lo pruebo y, si me parece una mierda, lo vendemos y triunfamos. Si me gusta a mí, eso no funciona. Yo soy adicto de los bocadillos de La Mancha».
Al pasar por su colección de películas, saca el DVD de 'El hombre del brazo de oro', con Frank Sinatra, y se queda mirando la carátula. «Me gustan el cine y las series. A veces me llaman de revistas para pedirme una lista de recomendaciones. Pero cuando tienes una hija de 10 años y eres padre activo, la playlist puede ser Pocoyó o Bob Esponja». Entonces, estira el brazo izquierdo y muestra un tatuaje de una niña: «Mi hija Gabriela. Y pone 'El mayor espectáculo del mundo' porque su nacimiento fue el mayor espectáculo del mundo». A continuación muestra el otro brazo y lo acaricia con los dedos: «A la derecha, Guille, el gran amor de mi vida, con la inscripción 'El corazón manda', como en el Generalife. Ellas son realmente mi estabilidad».
Batería, actor, profesor, hostelero, autor de varios libros... ¿Pero qué demonios es, entonces, Eric Jiménez? «Ya, mucha gente dirá que qué necesidad tengo de hacer tantas cosas. Pero esta es una profesión tan romántica e inestable que prefiero llevar todo a cabo por si vienen vacas flacas». Mientras escribe los temas que componen el casete de su Cara B, en esa terraza planetaria de vistas naranjas, recuerda su nombre de galán, el libro de Kafka y la Granada que lo parió. «Llega un momento en la vida, cuando tienes una hija, que piensas en el bienestar sobre todo de ella. Por eso llevo tantos frentes».
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