«Nada podemos olvidar; nada queremos / que borre el tiempo en nuestros corazones», escribió en su día Eugenio de Nora en el libro antifascista Pueblo cautivo, y, al recordarlo ahora, se diría con mayor afectación si cabe que, de pronto, el activismo emocional y la ... inteligencia rigurosa de raigambre militante vuelven a estar más de luto que nunca…
Eugenio de Nora, (Zacos, La Cepeda, León, 1928-Madrid, 2018), poeta testimonial perdurable de obra no muy extensa pero sí dotada de personalidad, coraje y una notable lucidez –está recogida al completo primero en la entrañable Colección Provincia del ILC, y luego en la prestigiosísima Editorial Cátedra-, sí, poeta de verso cristalino, retórica ponderada, temática variada a pesar de su encasillamiento, menos gusto por transgredir reglas que por hacer denuncia, culturalismo sutil, ideología en verdad muy marcada pero regusto por toda la gama lírica existencial más allá de lo social, fue un celebrado compositor de poemas y poemarios, lo cual convirtió su obra en una de las más relevantes de su tiempo –por eso figura en todas las antologías de postguerra-.
De hecho él es el verdadero autor de ese célebre libro de poemas aguerridos –Pueblo Cautivo, prólogo de Pablo Neruda e ilustraciones de Álvaro delgado- contra Franco y su régimen cuya valentía y denuncia hicieron que hubiera de publicarse en los años 40 inicialmente en anónimo. Y es cofundador junto a Victoriano Crémer y Antonio G. de Lama de la Revista Espadaña. Pero, además de un maestro con bandera de la que no se avergüenza, Eugenio de Nora es un crítico literario de merecida referencia y autor de la titánica obra de historia de la literatura y crítica literaria La novela española contemporánea…
Y es que él fue un estudioso de la literatura, catedrático en Estados Unidos y sobre todo en Suiza, Doctor Honoris Causa por la Universidad de León y Premio Castilla y León de las Letras entre otros honores, aunque todos esos honores, premios y puestos murieron con él.
Pero su obra aún vive…
También ha muerto con él, o parece que muere, un tiempo y una forma costosa, exigente, influyente, decisiva y muy admirable de entender el significado de la palabra intelectual.
Y es que Eugenio de Nora, hombre en el buen sentido de la palabra bueno igual que Antonio Machado, fue un intelectual unamuniano, esto es, un trabajador infatigable menos amigo de vanguardias y barroquismos que de realismos epidérmicos y afilados como cuchillas, pero indudablemente riguroso y versátil: hoy en su obra, como las ruinas de los palacios y las catedrales, no están sólo los vestigios del pasado sino, como mínimo, las huellas del camino que nos ha traído hasta aquí.
En verdad volver a leer hoy la poesía de Eugenio de Nora es asomarse a un clasicismo y una profundidad sin vértigo ni concesiones.
Y eso nos hace falta.
Hubo un tiempo analógico en que los intelectuales tenían prestigio incuestionable y voz audible y, desde luego, tan respetada como demandada condición de precursores sociales.
Lloramos la muerte de ese tiempo en esta época nuestra de inteligencias artificialmente condecoradas, pero de dramas sociales auténticos.
Y lloramos la muerte casi sin pena ni gloria del viejo guerrillero de la pluma don Eugenio de Nora.
www.luisartigue.org
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