J. A. G.
Sábado, 13 de julio 2024, 17:24
El creador estadounidense Bill Viola, la gran figura del videoarte, falleció el pasado viernes a los 73 años a consecuencia de complicaciones del alzhéimer que sufría desde hace unos años. Creador de imágenes fascinantes con las que llegó a conectar con grandes audiencias, Viola (Nueva York, 1951) supo poner la tecnología al servicio de los temas centrales del ser humano: el nacimiento, la muerte, los procesos de cambio, el sufrimiento o la soledad.
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En 2017, Viola protagonizó la gran exposición con la que el museo Guggenheim de Bilbao celebró su vigésimo aniversario y en la que el genial vídeoartista estadounidense daba un repaso a cuatro décadas de carrera con sus seductores vídeos proyectado sobre tubos catódicos, pantallas, plasmas, espejos o losas de granito.
Considerado un filósofo de la luz y el tiempo, los hipnóticos vídeos de este creador de inspiración mística se han comparado con las pinturas de Caravaggio, Giotto, Velázquez, Durero o Hopper. En una entrevista hace siete años le preguntaron si le agradaba ser conocido como 'el Caravaggio del videoarte' y le compararan con Giotto, a lo que respondió que esos artistas del pasado le guiaron e influyeron porque «cada nueva generación de creadores aprende del pasado». Los expertos, sin embargo, señalan que «todos los clásicos están en su obra».
Artista silencioso e íntimo, Viola empezó tocando la batería en una banda de rock. Iba para publicitario, pero en la Universidad de Siracusa descubrió un programa artístico de estudios experimentales. Pronto le sedujo el vídeo y ahí se quedó para desarollar una vida artística que le trajo muchas veces a España. De hecho, adoraba nuestro país, sus iglesias románicas, el Prado, Goya... y sus trabajos, además de en el Guggenheim, se han podido contemplar en el Reina Sofía, la Fundación La Caixa, la Academia de Bellas Artes, la Alhambra, la Pedrera de Barcelona o la sede de la Fundación Telefónica en Madrid, entre otros lugares.
A Viola sempre le entusiasmó la tecnología del vídeo y su potencial como herramienta de expresión. A medida que crecía como artista, dispuso de nuevos sistemas y de una paleta más amplia, de una extensa gama de pantallas y proyectores, para sus obras, y aún así todavía usaba algunas cámaras antiguas buscando una calidad que no encontraba en lo digital.
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Lo cierto es que la aparente sencillez de sus obras ocultan la profunda complejidad tecnológica de sus piezas, un entramado de cables y dispositivos, que no distraían la experiencia del espectador al contemplarlas. Algunas eran gigantescas como 'Mujer fuego' (2005), 'El ascenso de Tristán' (2005) o 'Nacimiento invertido' (2014), proyectadas en pantallas de casi ocho metros. Otras, de apenas unos centímetros, como 'Cuatros manos' (2001). También destacan 'Los soñadores' (2013) su inquietante galería de retratos bajo el agua surgida de su recuerdo sobre el ahogamiento que sufrió con seis años y del que fue 'resucitado', o 'Hombre en busca de inmortalidad / Mujer en busca de la eternidad (2013), un vídeo proyectado sobe dos losas de granito en los que una pareja de ancianos se pregunta por la trascendencia de sus vidas en una composición que recuerda al 'Adán y Eva' de Durero del Muse del Prado.
Interesado en el misticismo, la poesía y la filosofía oriental y occidental, Bill Viola amplió las posibilidades técnicas del vídeo como herramienta en su indagación sobre la condición humana. «Cree que el papel del artista es descubrir el alma y lo ha conseguido con sus obras», aseguraba la australiana Kira Perov, esposa del artista, su más estrecha colaboradora desde los años 80 y convertida en su voz desde que el alzhéimer mantuvo alejado a Viola de la vida pública.
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El artista era único en el género del videoarte. Ralentizaba la acción de su vídeos rodados con cámaras ultrarrápidas o recurría a un bucle sin principio ni fin como en 'Una historia que gira lentamente' (1992). Algunas de sis monumentales instalaciones de vídeose encuentran en los museos más importantes del mundo, desde el MoMA a la Tate, y su interés por la espiritualidad le abrieron también las puertas de la Catedral de Durham o la de San Pablo, en Londres.
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