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Manuel Azuaga Herrera
Lunes, 16 de diciembre 2024, 09:34
El pasado jueves, el indio Dommaraju Gukesh se convirtió en el nuevo campeón del mundo de ajedrez, al derrotar en Singapur al chino Ding Liren. En febrero de 2023, el pentacampeón Viswanathan Anand, leyenda viva de este deporte, me contó algo que hoy debo recordar en voz alta: «Creo que la nueva generación de jugadores indios, a largo plazo, puede llegar muy lejos. El ajedrez nació en mi país y, de alguna manera, quizás algún día vuelva a sus raíces». La profecía se ha cumplido. Y lo ha hecho antes de tiempo gracias al talento de Gukesh, quien fue uno de los alumnos de Anand en la Academia de Ajedrez WestBridge (WACA).
En 2013, Gukesh tenía solo siete años. A su corta edad, presenció cómo su maestro perdía el título de campeón ante el noruego Magnus Carlsen, precisamente en Chennai, un lugar sagrado para el ajedrez de la India. No en vano, es la cuna de Anand y de Gukesh. «Yo seré quien recupere ese título», se dijo el chico entonces, en silencio. Hoy, a los 18 años, Gukesh ha cumplido su promesa. Es el rey del tablero, un rajá que arrulla en sus brazos al milenario juego y lo lleva donde merece, a sus raíces.
El filósofo Santiago Alba escribió en su ensayo 'Leer con niños': «Contamos la historia de la humanidad a través del destino individual de un personaje mitológico o narrativo». Gukesh, el chico prodigio del ajedrez, entra de lleno en esas dos categorías, la del mito y la del cuento. Su madre, Padma, es microbióloga. Su padre, el doctor Rajinikanth, era un prestigioso cirujano otorrinolaringólogo. Y digo «era» porque el doctor lo dejó todo para ser la sombra, el cobijo afectivo de su hijo. Por eso es tan emocionante ver el abrazo –y el llanto– en el que ambos se fundieron en Singapur, una vez el destino les había sonreído.
El maestro internacional Michael Rahal, jefe de prensa de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) durante la celebración del Campeonato del Mundo, añade a este relato una pizca de contexto, más allá del tablero: «Lo habitual era que Ding y Gukesh comieran en la intimidad. Salvo algún día libre, no se dejaban ver por el restaurante del hotel. Sus familias y analistas sí que lo hacían con total normalidad». Le pregunto a Rahal por algún ritual confesable.
Cualquier cosa. Desde hace un tiempo, tengo la convicción de que detrás de una gran hazaña se esconde un pormenor, un conjunto de circunstancias menudas que la propician. Rahal, muy profesional, acepta el envite: «Ding solía llegar diez minutos antes de que empezara la partida. Se quedaba fuera del cubo [la sala de juego estaba aislada, separada del público por un gran cristal opaco], mirando por la ventana, aprovechando los últimos rayos del sol. En cambio, Gukesh bajaba de su habitación y se iba directo al tablero».
El fotógrafo David Llada, corresponsal para el portal ICC (Internet Chess Club), es el Cartier-Bresson de las sesenta y cuatro casillas. A lo largo de los años, ha tomado miles de retratos de ajedrecistas, rostros que dicen más por lo que callan –o lo que piensan– que por lo que muestran. Es un tipo con ojo. Y con mucho olfato. En la previa de la ronda trece, por primera vez durante el 'match', el príncipe Gukesh apareció en el hall del hotel antes de que lo hiciera Ding Liren. El indio era consciente de lo mucho que se jugaba en esa penúltima partida, con blancas. Hasta su paso era distinto: presuroso y enérgico. Desde el ascensor por el que salió hasta el cubo de la sala de juego, Gukesh invirtió 11 segundos y 56 décimas. Tiempo cronometrado. Llada recuerda esta escena con la lente de los que saben captar los pequeños detalles: «Ese día, Gukesh irrumpió como un tornado. Me recordó mucho a Gari Kaspárov».
Antes del inicio del campeonato en Singapur, fue Kaspárov, precisamente, quien afeó el duelo entre Ding Liren y Gukesh porque, a su juicio, no se coronaría al mejor jugador del planeta, en clara alusión a la ausencia de Magnus Carlsen. Y es que el noruego renunció, hace casi dos años, a seguir defendiendo el título de campeón del mundo. Como contrargumento a la opinión del Ogro de Bakú, hagamos dos consideraciones. Una: Carlsen no participa por decisión propia, por discrepancias con la FIDE en cuanto al formato y el ritmo de juego de la competición. Y dos: el torneo entre Ding y Gukesh ha sido, aunque el dato sorprenda a muchos, el más preciso de la historia, lo que habla muy bien del cálculo y de la comprensión estratégica de los dos contendientes.
A pesar de esta precisión, el desenlace del 'match' se produjo tras un error incomprensible de Ding Liren. Insisto mucho en charlas y sesiones con alumnos: «En ajedrez, una sola mala jugada te hace perder la partida». O el campeonato del mundo, añadiré a partir de ahora. En la actualidad, el programa Stockfish y otros motores de ajedrez similares incorporan «arquitecturas de red neuronal» o «redes de aprendizaje profundo». Con ello, se busca que estos procesadores se comporten de forma similar a la inteligencia humana y no pierdan el tiempo evaluando movimientos que son intranscendentes. Háganse una idea: Stockfish (versión 12) calcula 50 millones de jugadas por segundo. Por suerte, Ding Liren y Gukesh no son máquinas. Y por eso mismo se equivocan. Más aún cuando han estado sometidos durante semanas a una presión emocional que jamás sentirá el 'hardware' más desarrollado del futuro. Es lo hermoso del ajedrez: el factor humano, que todo lo agita.
Agitados llegamos el jueves a la partida número catorce, la última de las previstas a ritmo clásico. Hasta ese momento, Ding y Gukesh se habían anotado dos victorias cada uno. En el resto de enfrentamientos, habían firmado las tablas. En caso de un nuevo empate, el título de campeón se decidiría, al día siguiente, bajo un formato a ritmo rápido en el que el jugador chino era favorito. Pero antes había que luchar por el punto de la catorce, donde Ding Liren, a pesar de llevar las blancas, jugó a contener, quizás pensando demasiado en el desempate. Lo perverso de esa estrategia fue que, cuando el chino quiso darse cuenta, había perdido la iniciativa y tenía un peón de menos. «Bueno, pero hago tablas seguro», imagino que pensó. Hasta que, en la jugada 55, ocurrió la desgracia.
Cada mañana del torneo, el entrenador David Martínez, El Divis, y los grandes maestros Miguel Santos y Pepe Cuenca, comentaban para la plataforma Chess24 todo lo que sucedía sobre el tablero. El día de los hechos, la partida estaba tan resuelta que los tres hablaban un poco de todo. No es fácil mantener a la audiencia cuando la posición se ha secado y aún quedan una o dos horas de aburrido combate. En ese contexto de modorra, Ding Liren realizó la trágica jugada «torre efe dos» (Tf2). La barra de análisis informático que se muestra en directo, al lado de un tablero virtual, saltó de forma brusca a favor de las negras. David Martínez –en realidad, el mundo entero del ajedrez– se llevó las manos a la cabeza: «¡Es increíble! Le daba un cero por ciento a que alguno de los dos lograra hoy la victoria. Es el error más grave de la historia del ajedrez».
En efecto, el movimiento «torre efe dos» de Ding Liren se estudiará en los libros de historia, junto a la jugada «alfil be cuatro» (Ab4) que Mijail Chigorin realizó en 1892 contra el campeón Wilhelm Steinitz, dejándose mate en dos. Lo del ajedrecista chino fue dramático. Con torre y alfil en el tablero, 'solo' tenía que buscar jugadas pasivas para aguantar con el peón de menos que arrastraba. Sin embargo, por algún motivo, Ding colapsó y llevó su torre a la misma fila que la torre de Gukesh, sin percatarse de un detalle que resultó decisivo: su alfil blanco, en la casilla 'a8', también iba a quedar encerrado en la gran diagonal del tablero. Casi de inmediato, Gukesh comprendió el nuevo escenario. Capturó la torre de Ding y, al toque, forzó a su rival a cambiar los alfiles. Ahora sí: rey y dos peones contra rey y peón. Un final que podría ganar hasta con los ojos cerrados.
Es seguro que el duelo de Singapur será recordado por el gran fallo de Ding Liren, pero seremos muy injustos con Gukesh si solo ponemos el foco en ello. Si me pidieran escribir sobre la batalla, lo haría como en un cuento oriental en el que un mago indio atraviesa una muralla. Y es que, en la mayoría de las catorce partidas disputadas a ritmo clásico, el mago Gukesh lograba sorprender con algún truco que se sacaba de la chistera. Me explico. Las líneas teóricas en el ajedrez de élite son caminos trillados. Así, la secuencia exacta de una partida ya se ha jugado previamente, al menos en sus primeros quince o veinte movimientos. Sin embargo, Gukesh sorprendía a Ding Liren, una y otra vez, con variantes secundarias que sacaban al chino de la teoría clásica, lo que le obligaba a pensar muy seriamente, en ocasiones cerca de una hora, al principio de la lucha. El apuro de tiempo de Ding fue, de hecho, una de las circunstancias menudas que propiciaron la gesta del mago Gukesh.
El gran maestro Pepe Cuenca, uno de los creadores de contenido más seguidos por los aficionados al ajedrez, abunda en esta veta: «Es increíble el espíritu competitivo de Gukesh, la mentalidad ganadora que ha demostrado con solo 18 años. Siempre busca cómo apretar la posición. No se achanta. A decir verdad, nunca he visto nada parecido en un jugador tan joven. Es realmente difícil jugar como él lo hace, sin miedo al riesgo, y más aún en un campeonato del mundo».
Viswanathan Anand conoce mejor que nadie el secreto del mago Gukesh: «Él puede adaptarse a cualquier situación. Es bastante tranquilo, sobre todo bajo presión». He aquí el pormenor que tanto estaba buscando. El factor humano, que todo lo calma.
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