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Fue uno de los grandes corresponsales de guerra españoles, pero hace 30 años, a Vicente Romero (Madrid, 1947) sus jefes lo castigaron «por desobediente». Dejaron de enviarle a los grandes conflictos internaciones, pero no pudieron rebajar su instinto periodístico. Con el encargo de hacer algún ... documental sobre la historia del cine español, Romero se hizo fuerte en la Filmoteca Nacional y allí, abriendo latas que estaban sin clasificar, encontró material inédito sobre la censura franquista, De aquellas indagaciones salió una serie documental, 'Imágenes prohibidas', todavía disponible en al web de RTVE, pero quedaron en el tintero muchas historias que contar. Ahora, el legendario reportero las recupera en un nuevo libro, 'Los señores de las tijeras', publicado por Akal.
Los censores del franquismo tenían un nombre: eran los Ángeles Guardianes. «Se trataba de funcionarios enchufados, voluntarios y representantes del Ejército y del Ministerio del Interior, pero sobre todo, había miembros de la Iglesia: ellos eran los que decidían lo que los españoles podíamos ver o no ver», cuenta Romero. Y sobre todo esos 'ángeles' destacaba un Arcángel, San Gabriel. «Le llamábamos Arcángel San Gabriel a Gabriel Arias Salgado (el ultracatólico ministro de Información y Turismo entre 1951 y 1962), el protagonista de la época más dura de la censura. Era más papista que el Papa, y llegó a censurar la película Raza, de la que Franco había sido guionista», explica el autor.
En aquellos años, el criterio por el que una película debía ser mutilada era básicamente uno: «Lo que dijera la Santa Madre Iglesia». «Arias Salgado creía que la censura previa servía para salvar almas de españoles, que si hubiera censura, el 80% de las almas se condenaba por pecados cometidos a causa del cine, y que gracias a él ese porcentaje se reducía al 25%. Debía tener contacto directo con San Pedro», ironiza Romero, que recuerda los testimonios de los obispos más cerriles de la época, que consideraban a la gran pantalla «peor que la bomba atómica».
Por el libro circulan una variedad de personajes que retratan la España de la época. Uno de ellos es Juan Miguel Lamet, que decía de sí mismo que era «marxista», pero que tenía que censurar películas «para ganarse la vida». «En un ejemplo máximo de cinismo cometido por un partido de izquierdas, luego llegó a ser director general del Instituto del Cine en los gobiernos del PSOE», apunta Romero.
Más conocido, sin duda, es Manuel Fraga Iribarne, el ministro de Información y Turismo que sustituyó a Arias Salgado y aperturista «moderado», puntualiza el autor de 'Los señores de las tijeras'. «Siguió cerrando periódicos y siguió prohibiendo y cortando guiones y películas, pero también se dio cuenta de que España tenía que alejarse de las rigideces del franquismo y acercarse a Europa. ¿Quién podía prohibir los biquinis en la pantalla si luego las playas estaban llenas de ellos?», se pregunta Romero.
Cambios en el doblaje, voces en 'off' que cambiaban los sentidos de las películas, giros de guion que convertían a amantes en hermanos… 'Mogambo' o 'Con faldas y a lo loco' son tristes ejemplos de la mutilación que sufrieron en España algunas obras maestras del cine. Pero de la necesidad de adaptarse a la censura también surgieron obras virtuosas y «chistes privados» que los espectadores avisados podían entender. Sin embargo, el daño que hizo la censura al cine español fue irrecuperable. «Me contaba Juan Antonio Bardem que la censura es para siempre porque cualquier cambio en el guion o en el rodaje hacía que esa película ya nunca fuera lo que su autor quería que fuera», expresa Romero, que avisa del riesgo de que en España vuelva a instaurarse «el espíritu de Trento y del franquismo de la mano de Vox». «Lo ideal para ellos sería volver a instaurar la censura, como vemos en muchos ayuntamientos en los que tienen poder, donde han prohibido obras por su contenido», advierte el reportero, que también lamenta el estado del periodismo actual, en una situación «peor que nunca». «En Ruanda hubo un genocidio y estábamos todos los medios. Ahora, hay hambre, drama y guerra en Etiopía, en Chad, en Sudán o en el norte de Mozambique y no nos estamos enterando porque no hay nadie allí».
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