
Marina Perezagua
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Marina Perezagua
Marina Perezagua habla con desencanto de Nueva York. Ya antes de la irrupción de Trump, la ciudad sufría los embates de la decadencia, como lo reflejan su atroz racismo, la vigilancia vecinal, el delirio de lo políticamente correcto en la academia, los suicidios rampantes y la pesadilla de la enfermedad mental. Después de dos décadas viviendo en la megaurbe, la escritora ha decidido plasmar parte de sus experiencias en el libro de cuentos 'Luna Park' (Páginas de Espuma). La autora, hastiada de la vida descarnada neoyorquina, ha decidido afincarse en Istán (Málaga).
–¿Se ha vuelto Nueva York una ciudad insoportable?
–Antes había una cierta red de solidaridad. Ahora la gente pasa al lado de una persona tirada en el suelo sin ni siquiera comprobar si respira. Todo empezó con la pandemia, que fue devastadora. La falta de acceso a la sanidad, la cantidad de personas sin seguro médico, con enfermedades mentales, encerradas sin medicación… Horrible. He pasado tiempo en el metro y he visto cosas que antes eran impensables y que te rompen el alma. Los indigentes se masturban, defecan... Se ha normalizado hasta tal punto que ni siquiera sale en las noticias.
–¿Esas cosas ocurrían hace 20 años, cuando usted llegó a la ciudad?
–No, recuerdo que un indigente quiso subir al autobús. Olía fatal, sí, pero llevaba su dinero y podía pagar. El conductor no le dejó subir. Nadie dijo una palabra, pero todos los pasajeros se bajaron en señal de protesta. Ese tipo de actos solidarios eran habituales, había humanidad. A una mujer le prendieron fuego y nadie hizo nada. Es demencial.
–Denuncia un deterioro de la vida universitaria.
–Ahora con Trump es un delirio, pero ya estaba mal antes de su llegada. Ya entonces no se podía hablar con libertad. Había temas vetados, libros que no podía incluir en el temario. Todo por culpa de lo políticamente correcto.
–¿Puede poner un ejemplo de censura de libros?
–Los diarios de Colón. Yo daba un curso sobre literatura y mar. Evidentemente estoy dispuesta a hablar de colonialismo. Pero yo hablaba de Colón como navegante. Aun así, ese libro no podía estar. Los invitados que proponía debían cumplir ciertos perfiles. Si eran heterosexuales y tenían una familia tradicional existía un problema. Y ni hablemos si eran españoles. España sigue siendo el país colonizador.
–¿Cómo empezó todo?
–En los departamentos de Humanidades siempre ha habido menos presupuesto que en los de ciencias. Quizá por eso algunos sintieron la necesidad de justificar su lugar politizándolo todo. Ya no bastaba con hablar de literatura, había que hacer manifiestos.
–Ha decidido por eso afincarse en Istán, en Málaga.
–Será un cambio radical. Todo el dinero que tenía lo invertí en una casita allí; al menos no tengo hipoteca. Y estoy haciendo entrevistas con colegios internacionales, que abundan en la zona, para empezar a dar clases.
–Presenta Nueva York como una ciudad de contrastes extremos.
–Se podía ver un ejecutivo al lado de un artista callejero. Sin embargo, hay una enfermedad social profunda: simulacros de tiroteos, evacuaciones constantes. Me sobrevinieron pensamientos que jamás pensé tener. Yo, que siempre he estado en contra de las armas, me preguntaba si no debería tener una para proteger a mi hija.
-¿Qué piensa del hecho de que algunos escritores hayan criticado que se escribiera un libro sobre José Bretón?
-Creo que ha habido más apoyos que críticas. Es lógico que una madre se oponga a que se escriba sobre el asesinato de sus hijos, es normal. Yo también lo haría. Pero, sinceramente, creo que se ha producido cierta envidia. El libro tuvo una visibilidad enorme incluso antes de publicarse, y hay muchos escritores que aún están intentando que les publiquen.
–En uno de los cuentos aborda la política del hijo único en China, que dio lugar a infanticidios femeninos.
–China me parece un modelo muy peligroso, con trabajadores en condiciones de semiesclavitud, una educación sin pensamiento crítico, una historia oficial que se memoriza como dogma. Sinceramente, ya no sé qué modelo representa.
–Habla del feminismo «mal entendido. ¿A qué se refiere?
–Para mí, el feminismo implica igualdad, pero también solidaridad. Y nunca me he sentido más agredida por otras mujeres que ahora. Es doloroso decirlo, pero es así. Hay una competitividad feroz, una politización sin diálogo, una necesidad de pertenencia que cambia de bando con facilidad. Hoy poliamorosa, mañana otra cosa. Todo muy superficial.
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