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La actual mujer de Salman Rushdie, la fotógrafa y poeta afroamericana Rachel Eliza Griffiths, prohibió al escritor que se mirara al espejo durante una buena temporada después del atentado que casi le cuesta la vida hace casi dos años. Ahora, vistas las heridas que sufrió, ... se comprende que el novelista considere su supervivencia un «milagro médico». Durante 27 segundos, el autor de 'Hijos de la medianoche' fue salvajemente apuñalado por un joven que se había adoctrinado en las creencias islamistas de signo integrista en el sótano de su casa. Sin antecedentes penales y sin pertenecer a ninguna organización terrorista, el atacante, Hadi Matar, infligió a su cuerpo terribles heridas. Los cirujanos le tuvieron que extirpar parte del intestino, sufría cuchilladas en el pecho, en la mano izquierda, su ojo derecho le colgaba de la cuenca y grapas metálicas le remachaban la garganta y la mejilla.
Su estampa se parecía a la de un 'ecce homo'. Curiosamente, en el libro que acaba de publicar, 'Cuchillo' (Literatura Random House), Rushdie no expresa rencor ni se apunta a los discursos de odio tan en boga hoy en día. Cuando se le pregunta si la muerte reciente del presidente iraní Ebrahim Raisi en un accidente de helicóptero aliviará su persecución, se encoge de hombros. «¿Qué se yo de Irán. Lo único cierto es que trataron de matarme. Parece confirmado que el régimen no ha tenido que ver en mi intento de asesinato. Raisi pertenecía a la línea dura, pero no creo que quien le sustituya vaya ser un liberal», cuenta con ironía el escritor.
Rushdie ha estado en Madrid para promocionar su libro 'Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato', una narración en la que narra con tono divertido y carente de solemnidad cómo un 'lobo solitario' por poco le envía al otro barrio. Su agresor, residente en Estados Unidos, viajó al Líbano con 19 años para visitar a su padre y su mente volvió envenenada por las soflamas de Hezbolá. «Su madre dijo que ya nunca volvió a ser el mismo», asegura Rushdie, que hace dos años se encontraba relajado. Después de más de tres décadas desde que el ayatolá Jomeini dictó una fetua que le sentenciaba a muerte, creyó que la muerte del líder espiritual y el acuerdo entre Irán y el Reino Unido para revocar la temible sentencia le permitía una existencia más tranquila. Pero se equivocaba. El homicida frustrado, al que Rushdie nunca se refiere por su nombre, sino como A, rumiaba cumplir el designio de Jomeini y desagraviar al islam. «Apenas me conocía. Había leído dos páginas de 'Los versos satánicos' y visto algún vídeo en YouTube», apunta el autor. Su crimen: haber escrito un libro considerado blasfemo por Ruholá Jomeini, artífice de la revolución islámica.
Durante un coloquio con el escritor Javier Cercas, moderado en el Ateneo de Madrid por la periodista Monserrat Domínguez, el español preguntó a la víctima del atentado si el arte podía redimir el mundo, cada vez más sumido en incertidumbres y furia. «El mundo no se puede cambiar a través de la literatura, quizás acaso puede transformar la percepción de unos pocos lectores».
Rushdie cree que corren tiempo aciagos para los artistas en todo el mundo. No solo en Europa, donde el Gobierno de Giorgia Meloni, persigue a los intelectuales críticos, sino en todo el planeta, donde la disidencia acarrea a veces penas de cárcel. «En China no es un tiempo estupendo para ser escritor, ni en Rusia, ni en África ni en algunos lugares del mundo islámico. El peligro está por todas partes. A veces por razones políticas y en otras ocasiones por motivos religiosos».
Los servicios secretos y la Policía estadounidenses dan por cerrado su caso. «No han interrogado ni buscado a otras personas, parece que fue alguien que actuaba en solitario», argumenta el escritor, quien se ha dotado de un arma secreta contra la intolerancia: «El fanatismo excluye al humor y el humor es una respuesta al fanatismo. ¿Alguien se imagina a un talibán con sentido del humor?».
Durante su estancia en Madrid, Salman Rushdie también ha aprovechado la ocasión para recorrer las salas del Museo del Prado y del Reina Sofía junto a su esposa. Ha podido contemplar con gusto los cuadros de Goya, Velázquez y El Bosco, y se ha sobrecogido con el 'Guernica' de Picasso, artistas todos que retrataron la ferocidad desbocada del ser humano.
Para el escritor, hijo de Mayo del 68, el tiempo que alumbró la revolución feminista y la lucha por los derechos civiles, es sorprendente el giro que ha dado el planeta. «Todo mundo pensaba que el mundo iría a mejor». «Por entonces la religión no era un tema del que se hablara: parecía imposible que volviera a primera línea y de nuevo nos equivocamos».
El escritor, indiferente al hecho religioso, no vio un «túnel de luz» cuando se debatía entre la vida y la muerte y peleaba por no perder la lucidez. Gracias a la presión providencial de un pulgar en un tajo de su cuello no murió desangrado. No perdió nunca la conciencia hasta que entró en el quirófano y le anestesiaron. Es más, lo que le preocupaba es que le estaban haciendo añicos su impecable traje de Ralph Lauren con tanto tijeretazo a su atuendo para acceder a las heridas. «No vi ángeles a las puertas del cielo ni demonios en el infierno. No hay nada. Valoro muchísimo la vida».
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