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Cuando su madre cayó enferma, hubo médicos que no querían ni tocarla. La ignoraban. La razón de que la trataran como a una apestada es que era negra. Este es uno de los argumentos que invoca Rachel Eliza Griffiths, poeta y artista visual, para denunciar el racismo institucional en su país, EE. UU. Griffiths, casada con Salman Rushdie, acaba de debutar en la novela con la ficción 'Promesa' (Random House), una obra ambientada en los años cincuenta y que disecciona las angustias de una familia afroamericana que lucha por sobrevivir en Maine, en el norte de EE. UU.
«Siempre he dudado mucho del sueño americano, porque tiene una disonancia total con los inmigrantes, la gente pobre y racializada», asegura la escritora, quien alega que las minorías oprimidas en EE. UU. deben estar siempre alertas. «Algunos de nosotros tenemos que estar muy despiertos, porque nos puede costar la vida ese mal sueño».
En una rueda de prensa telemática desde Nueva York, Griffiths asegura que se animó a dar el salto desde la poesía a la ficción cuando murió su madre, quien falleció en 2014. Fue el duelo lo que la animó a adentrarse en el camino de la prosa. «Tenía algo que decir que no podía expresar ni con la fotografía, ni con la poesía, ni como profesora. Ese fue el momento en que la novela despegó».
La novela cuenta la infancia de las hermanas Cinthy y Ezra Kindred, cuyas vidas han transcurrido rodeadas de amor. Han crecido bajo la protección de sus padres y el amparo de los Junkett, con quienes integran la escasa comunidad negra de Salt Point, una pequeña población pesquera de Maine. Pero al terminar el verano y volver a clase, las hermanas son recibidas con hostilidad.
Esa inquina contra la comunidad negra es la misma que ha sufrido en carne propia la escritora. «No hay nada tan degradante como que alguien mire tu piel, tu cuerpo, y decida que no eres humano. O que trate a tu madre o a tu padre como si fueran esclavos o animales indignos», afirma la novelista, que no se reprime al calificar esta afrenta: «Es asqueroso y repugnante. Estados Unidos no está para nada aislado del racismo».
Nacida en Washington D. C. en 1978, Griffiths sostiene que ama su país, una circunstancia que le confiere el derecho a criticarlo. «Vivimos momentos muy complicados en la historia de EE. UU., en la memoria estadounidense. No tengo nada nuevo que aportar, pero sí pienso que el arte y la ficción ofrecen nuevas maneras de verlo», argumenta la escritora, cuando aún está reciente el juramento de Donald Trump como presidente de EE. UU.
«¿Ese 'Make America Great Again', esa supuesta grandeza, significa volver a los años cincuenta? ¿El gran momento es la esclavitud, cuando teníamos que beber de fuentes distintas? ¿Esa es la 'Gran América' que queremos ahora? Esa disonancia me sigue fascinando», sentencia.
Para la escritora, la década de los cincuenta se presta a lecturas ambivalentes: se pensaba que todo era posible —la expansión del ferrocarril, el crecimiento de Nueva York—, fenómenos que convivían, sin embargo, con el silencio impuesto a las mujeres y la conculcación de sus derechos.
Autora de cuatro libros de poemas, Griffiths no olvida el papel de su madre, quien le contagió el fuego interior para afrontar las iniquidades de la vida. «Era una persona feroz, tenía una personalidad vibrante. Era una superviviente nata».
La escritora desmonta el mito de que el norte de EE. UU. sea un remanso de paz antirracista. En el imaginario colectivo pervive la idea de un sur atroz, esclavista, con negros colgados de las ramas de los árboles. Pero en un viaje por Long Island y Maine cuando era estudiante, quedó sorprendida al recorrer pueblos y comarcas donde no encontraba rastro de ningún negro. Eso espoleó su imaginación y la llevó a preguntarse: «Caramba, ¿cómo crecería una persona como yo en un lugar como este, en el que no hay una comunidad de gente negra?».
Cuando se le pregunta por posibles soluciones para EE. UU., la autora apuesta por el orgullo, aunque descarta la fórmula de la cancelación, una maniobra que, según ella, esconde una profunda pereza. «Cancelar a alguien es una manera de no querer hacer un trabajo de comunicación. Puedes cancelar un cheque, pero ¿cancelar a un ser humano? ¿Qué significa esta especie de guillotina moral?».
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