Leonoticias
Laciana
Sábado, 29 de abril 2023, 11:30
'Laciana-León, 1934. La revolución de los mineros' es el título del nuevo libro editado por el Club Xeitu, en el que se narra el viaje que cientos de mineros emprendieron la noche del 5 al 6 de octubre de 1934 desde Villaseca de Laciana hasta León para participar en la toma de la ciudad. Un recorrido por los sucesos revolucionarios, en forma de edición anotada a partir del testimonio que dejaron escrito dos de sus protagonistas, con el que se recupera la memoria de ambos y de muchos más, que en su mayor parte terminarían siendo víctimas de la represión.
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Utilizando los textos originales Antonio Fernández y Modesto Cadenas, dos de los principales actores de la revolución de 1934 en León, los editores del volumen, Wenceslao Álvarez Oblanca y Víctor del Reguero, se han ocupado de una edición crítica que complementa lo que aquellos dejaron escrito hace noventa años con 250 notas y numerosos documentos y fotografías. El libro, de 152 páginas y cuya cubierta cuenta con una evocadora ilustración del pintor Manuel Sierra, está ya en las librerías.
El libro 'Laciana-León, 1934. La revolución de los mineros' se centra en la expedición emprendida la noche del 5 al 6 de octubre de 1934 por los mineros de la cuenca leonesa con mayor número de trabajadores, entre 3.000 y 4.000, donde el sindicato ugetista era hegemónico. La caravana, formada por un coche, tres camionetas requisadas y el coche de línea de Beltrán, que había sido interceptado en su ruta diaria, tardó prácticamente toda la noche en cubrir los cien kilómetros que separaban Villaseca de Laciana de León. El motivo, las paradas que los trabajadores hicieron en varios pueblos como Piedrafita de Babia o La Magdalena para requisar armas. Al amanecer llegaron a la Venta de la María, una antigua fonda a las afueras de León, donde se detuvieron en espera de instrucciones para consumar su propósito: participar en la toma de la ciudad y el aeródromo de La Virgen del Camino.
Las indicaciones tardaron unas horas en llegar, pero lo hicieron en un sentido contrario al esperado, por lo que los mineros tendrían que retroceder el camino que habían hecho, regresando a Laciana. En su vuelta, serían sorprendidos en La Magdalena por un grupo de guardias civiles. En el tiroteo fallecería Máximo Soto, presidente de las Juventudes Socialistas de Villaseca de Laciana. A su llegada a la zona, donde los revolucionarios habían declarado la «revolución social», mantendrían su control hasta que el 11 de octubre sendas columnas militares avanzarían desde Ponferrada y León. En la intervención fue decisivo el papel de varios aviones que bombardearon Villaseca de Laciana con el objetivo de dispersar a los revolucionarios.
Además de todos esos avatares, los textos originales de Antonio Fernández y Modesto Cadenas se detienen en explicar los preparativos del movimiento revolucionario en el seno de las organizaciones socialistas, con sus reuniones, sus planes y sus carencias. Luego, frustrado el primer plan de asalto sobre la ciudad, el 5 y 6 de octubre, las vicisitudes de los días siguientes ocultos en los alrededores –San Andrés del Rabanedo, Armunia, Carrizo de la Ribera, Rioseco de Tapia…– hasta conseguir escapar a Babia y Laciana, donde permanecerían hasta el final del movimiento.
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El libro es una reivindicación de la repercusión que los sucesos revolucionarios de octubre de 1934 tuvieron en la provincia de León. En contra de la creencia general de que tal acontecimiento histórico solamente tuvo lugar en Asturias, hasta el punto de que para muchos la revolución de 1934 es «la revolución de Asturias», esta tuvo un amplio seguimiento en la provincia, sobre todo en las cuencas mineras, donde se congregaba el grueso de la clase obrera, y donde la movilización fue total.
En ese sentido, a juicio de Wenceslao Álvarez Oblanca y Víctor del Reguero, la existencia de dos textos tan precisos escritos en la época es excepcional, «por ser el testimonio directo de dos actores principales de lo ocurrido, y por ofrecer una versión distinta al relato extendido», como explican en la introducción del libro. Ambos fueron incautados a sus autores en 1936 y se conservan en el Archivo Intermedio Militar Norte, en Ferrol, engarzados en uno de los voluminosos expedientes de represaliados en la provincia que allí se custodian.
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A través de ellos, se recorre lo acontecido en octubre de 1934 recuperando la identidad y en muchos casos el rostro no solo de los dirigentes socialistas, sino de mineros y obreros que participaron de una u otra forma en el movimiento revolucionario. Por las páginas del libro desfilan desde Alfredo Nistal y su dudoso papel como máximo responsable provincial, hasta el entonces alcalde de San Andrés del Rabanedo, Carlos Valle, anarquistas como Florentino Monroy o Julio González, o los conductores de los coches con los que los revolucionarios hacían llegar sus mensajes en clave a los distintos puntos de la provincia. Además, se destaca el papel que jugaron algunas mujeres, como Celsa y Consuelo Bernardo, cuya intervención fue providencial para sacar las armas ocultas en un piso de la Plaza Mayor de León.
Antonio Fernández Martínez nació en La Foz de Morcín (Asturias) en 1900. Minero en MSP, en Villaseca de Laciana, desde su juventud, durante los años de la II República asumió el cargo de secretario general del Sindicato Minero Castellano de León (UGT), la organización sindical más importante y numerosa de la provincia.
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Por su parte, Modesto Sánchez Hernández, popularmente conocido como Modesto Cadenas, nombre con el que firmaba su obra artística, fue un reconocido pintor de la época. Nacido en Madrid en 1898, aunque asentado en León desde su niñez, compatibilizaba sus estancias en la ciudad leonesa con otras en Hendaya, donde se había formado como vidriero, donde conoció a la que sería su mujer, y donde tenía una importante clientela. Autor de una obra pictórica que ya había logrado un estilo propio, celebró desde 1923 diversas exposiciones individuales en León, Madrid, San Sebastián y Lisboa, entre otras capitales.
Ambos, Antonio Fernández y Modesto Cadenas, fueron dirigentes de las organizaciones socialistas leonesas y, en calidad de tales, miembros del comité revolucionario provincial en 1934. Finalizados los sucesos, pudieron exiliarse a Francia y Bélgica, donde permanecieron hasta la amnistía que la victoria del Frente Popular trajo en 1936. De nuevo en León, serían detenidos unos meses después, al producirse la sublevación, y condenados a muerte en consejo de guerra, fusilados el mismo día, el 21 de noviembre de 1936, en el campo de tiro de Puente Castro.
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