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La España de la posguerra y la modernidad puede verse reflejada en el universo de Juan Marsé, el escritor de Barcelona que ha muerto a los 87 años. Ese retrato humano y social de un país que se levantó de las cenizas de la miseria ... y caminó con paso firme, aunque tambaleara a veces, hacia el progreso está tanto en sus obras como en su propia vida.
Autor de novelas como 'Rabos de lagartija'(2000) o 'Últimas tardes con Teresa' (1965) creó un microcosmos especular a partir del barrio en que había crecido, y ganado la vida como aprendiz de un oficio manual y habilidoso como el de joyero. Con la literatura, sin embargo, todo recuerdo se convirtió en proceso metonímico para dar cuenta de un gran 'todo', una nación compleja que, sin moralinas ni editoriales, ayudó a comprender.
Su madre murió al nacer y fue adoptado por los Marsé, no acabó sus estudios y comenzó en la literatura escribiendo cuentos que publicaba en revistas como 'Ínsula'. En la veintena vivió tres años en París, cuando se ganaba la vida con empleos de distinta naturaleza, e indagó en la novela desde principios de los sesenta y en los noventa. Bajo el sello de un gran grupo transnacional, publicaría novelas como 'El amante bilingüe' o 'El embrujo de Shanghai'. Siete de ellas han sido adaptadas al cine, bajo la mirada de directores como Fernando Trueba ('El embrujo de Shanghai') y Vicente Aranda ('La muchacha de las bragas de oro' y 'Si te dicen que caí').
Merecedor del premio Cervantes en 2008, Marsé despegó al ganar otro premio, el prestigioso Biblioteca Breve de la época de Carlos Barral. Este escritor que aseguraba emprender de cero cada nuevo reto, para «expresar lo mejor posible lo que uno quiere expresar», como dijera a este periódico, murió en la madrugada del domingo en el Hospital de Sant Pau de la ciudad en la que nació. En lo literario se le ha incluido en la llamada 'Escuela de Barcelona', junto a otros escritores como Jaime Gil de Biedma, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo o Eduardo Mendoza.
En esta entrevista de 2017, el premio Cervantes destacaba que aún seguía siendo un «aprendiz». Ni siquiera ser el el autor de novelas más que relevantes en el último medio siglo terminaba por afianzar la seguridad de Juan Marsé (Barcelona, 1934). «Cada vez que me enfrento a un texto tengo la sensación de partir de cero, de que todo lo que he aprendido para el libro anterior no sirve para el nuevo», aseguraba el veterano escritor, que reunía por aquel entonces nueve relatos y algunos artículos en la edición revisada de «Colección particular» (Lumen), un caleidoscopio de su mundo.
Confesaba Marsé que nunca se sentía «un escritor hecho». El oficio de narrar consiste a su juicio «en expresar lo mejor posible lo que uno quiere expresar». «Ésta es la batalla. No hay otra. Es inútil pensar en la experiencia», aseguró el también premio Planeta.
Rrechaza las historias basadas en hechos reales en el cine y la literatura y prefiere el desafío de hacer creíbles las historias imaginadas, logrando que el lector se olvide de que está leyendo y la literatura se haga invisible. «La autoficción no me interesa. De hecho, todo está inventado en el Quijote», dijo.
En tono jocoso, aseguró que sus relatos proceden siempre de «una especie de encargo» de amigos. Es el caso de «Noches de Bocaccio», que le encargó Beatriz de Moura y que devino una reflexión sobre la Gauche Divine y que no está en el libro. Tambien de «Teniente Bravo», que era un chiste que los amigos le pedían que contara en noches de copas. «Fue un relato oral durante mucho tiempo», hasta que Manuel Vázquez Montalbán le dijo que tenía que escribirlo.
El único texto inédito es «Conócete a ti mismo, Fritz», fruto de una conversación con Fernando Trueba, que durante el rodaje del «Embrujo de Shanghái» le preguntó si había escrito algún guión de cine. Reparó entonces en que tenía en una carpeta un esbozo de guión en una veintena de folios. «No es exactamente un cuento, o sí lo es», dudó, calificándolo de «rareza», dado que transcurre en Buenos Aires en lugar de Barcelona, donde Marsé ambienta todas sus ficciones.
Marsé confesaba ser «un rematado gandul y un perfeccionista», lo que según Echevarría, «son cualidades idóneas para el cuentista». Él autor se confesó lector habitual de cuentos «desde Maupassant a los latinoamericanos, pasando por «Los relatos del padre Brown» de Chesterton, unas historias divertidas e inteligentes».
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