Pasa el confinamiento leyendo, pintando, llamando por teléfono y asomándose por la ventana. Máximo Huerta (Utiel, Valencia 1971) no se lame las heridas. Promocionar recluido su octava novela, 'Con el amor bastaba' (Planeta) –«un grito en favor de la diferencia»–, le sirve de bálsamo tras ... su inopinada salida de TVE, que suprimió su programa 'A partir de hoy'. Elio Ícaro, un niño «diferente» que vuela, es el protagonista de su último libro.
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-¿Màxim o Máximo?
-Mis amigos me llaman Max. Mi familia Maxi. En la tele soy Màxim. Máximo es lo que pone en mi DNI y lo que me evita problemas con los billetes de avión.
-TVE suprimió su programa en plena pandemia. ¿Dolido?
-No soy de alargar disgustos. No extenderé el duelo. Toca resurgir de las cenizas, como el ave fénix. La supresión me jode, me duele y es un enorme disgusto por todos los compañeros que esperaban que les contrataran. Ahora a disfrutar de la escritura con la mente puesta en nuevas experiencias. He renacido y renaceré muchísimas veces. El secreto es empezar. El presente es muy incierto. No tenemos futuro, solo pasado. Por eso en mis novelas hay melancolía y miradas atrás. La gente que no gasta la vida y no arriesga me da mucha pena.
-¿Las audiencias son tiránicas?
-No en este caso. Subimos mes a mes. Empezamos en 5 y llegamos a un 7,5 de 'share' compitiendo con Ana Rosa, Susanna Griso, Arguiñano o 'Al rojo vivo'. Querían ofrecer más avances informativos sobre la pandemia, cuando la sobreinformación es un error. Hay que hacer dieta mediterránea con la comida y con los medios. Hay que ofrecer un menú variado. Teníamos un punto de 'gafapastismo' para unos y de 'mainstream' para otros. Nos hicimos un hueco. Era una gozada.
-¿Tiene ya proyecto para volver?
-Tengo la luz verde, como un taxi. Estoy libre y receptivo para bajar la bandera.
-Con su fugaz paso por el Ministerio de Cultura, ¿se ha librado de un marrón?
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-Mi madre dice que sí. Yo no tengo esa mirada. No pienso en ningún marrón. Soy terco y muy flexible, como un junco. Si me hubiera tocado, ahí hubiera estado. Cuando acepto una responsabilidad lo hago con agallas y con todas las consecuencias, ilusión y responsabilidad. A otros ministros les robaron el Códice Calixtino y lo pasaron fatal. Cada cual tiene su momento duro.
-Esta última novela, ¿es muy distinta a las anteriores?
-Pertenece a un periodo de entreguerras: la mía cuando dimití, y la situación tan grave que vivimos. Un escritor vive de lo que lee, sufre, siente y encuentra. Se escribe para llenar vacíos, para desquitarse con la realidad. Todo lo que he vivido, en especial los últimos tiempos, está aquí.
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-Escribe con un tono de fábula inédito en sus otras novelas.
-Era necesario e idóneo para reivindicar la libertad; el espejismo de intentar ser uno mismo, como dice la profética frase de Aute en la faja del libro. Somos de cultura oral, de los cuentos de las abuelas para explicarnos el mundo. La novela habla de instintos, de represión, de deseos, de felicidad y de crítica social desde un tono amable como el de la fábula.
-¿Es una novela de amor?
-Es un grito. Un refugio. El título no es nada romántico. Es una declaración. Sólo necesitamos llamar a la gente que queremos y nos quiere y saber que con el amor basta. Necesitamos trabajo, vivienda y sanidad. Sí. Pero sentir amor hacia las personas y las cosas es primordial. A veces con eso basta.
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-¿Ha batallado mucho para lograr ser usted mismo?
-Somos nosotros mismos poco a poco. En la novela se dice que todos somos raros y creo que es así. La normalidad no existe. Reivindico el valor de la diferencia frente a la 'normalidad'. Todos somos raros, especiales, únicos. Necesitamos el amor, el mejor antídoto para frenar los desencuentros en nuestra vida: en el colegio, en la adolescencia, en la vida laboral y en cualquier ámbito. Nos cuesta crecer y marcar esa diferencia. La vida va muy rápido como para acumular miedos y disgustos. Deberíamos ser más conscientes de que necesitamos ser felices. Debemos quitarnos plomo para elevarnos, sacudirnos prejuicios y mochilas.
-¿Eso nos hace mejores?
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-Desde niños elegimos una pandilla, para ser uno más, con lo bonita que es la diferencia que reivindica la novela. Se pregunta cómo actuamos frente al diferente, al que se soporta tan mal. Por qué buscamos pertenecer al grupo, a una masa para que te acepten y no enfrentarte a otros.
-¿Es la homofobia el paradigma de la negación de esa diferencia?
-Es terrible, está muy apegada y emerge en un partido infantil cuando un padre le grita maricón al árbitro. Creo en el ser humano y al final todos nos haremos más flexibles. Puedes estar confinado en ti mismo por que los demás te perciben diferente. De no ser así, no habría problema en crecer feliz en la diferencia.
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-¿La vida le tratado bien en amores?
-Siempre. Hay que amar y dejarse amar.
-¿Dónde quiere envejecer?
-En una casa con balcones. Me he pasado estos días estirando el cuello por la ventana para ver la vida, como los pollos que llevan en los camiones al matadero. Mis raíces están en mi pueblo. En los lugares pequeños me siento mejor.
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