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A propósito de la alta cultura, Santo Tomás de Aquino, en uno de los 16 tomos de su Suma Teológica, se centra en estudiar «el problema del mal» para acabar concluyendo que «el mal resulta muy poca cosa en el conjunto de los ... hombres y las cosas del mundo, pero resulta muy vistoso porque es muy creativo».
Como en el maniqueo siglo XIII, hoy seguimos embebidos en la gran creatividad del mal, y, las más de las veces, de espaldas a los misterios del bien.
De hecho editorialmente vivimos ahora una saturación de la ficción noir (la ficción negro-criminal siempre urbana –a excepción del salvaje country noir-, turbia e inquietante que apuesta por darle al lector entretenimiento más que verdad y sentido, y que insiste en glosar el mal y recrearse en él atemperándolo, como mucho, con la justicia policial y legal).
¿El último Premio Nadal, el cual ha sido concedido a la primera novela de la escritora Ana Merino, significará en este sentido la inauguración de un cambio de tendencia?
Se trata la de Ana Merino de una novela coral, casi una colmena de personajes (un muchacho que vigila su mundo desde lo alto de un árbol –uno que lee comics y nos hace ver mediante sus comics y su mirada que las buenas personas anónimas son una suerte de superhéroes-, un abogado carroñero, una camarera de restaurante familiar, una maestra de escuela furtivamente enamorada y casada mucho antes de saber que no quería estar casada y por eso huye en busca de su libertad vital en plena luna de miel, una señora destrozada por dentro porque ha perdido una hija en un accidente sentada tomando café ante otras señoras que, como consuelo o casi amenaza, hablan de Dios, veteranos de guerra de masculinidad saturada, una suegra que cree que el glamour consiste en coleccionar maridos, un granjero, un niño pelirrojo en un taller de arte preescolar, una mujer de treinta y dos años y con dos hijos (la esposa de un soldado que está luchando en la guerra del desierto) que de pronto desaparece parece que por voluntad propia –para asombro de quienes la conocen-, la denuncia de la desaparición, policías, la investigación que se eterniza, beatas, la desaparición que pasa a ser un asesinato, un mecánico adicto al sexo acusado injustamente del asesinato, una dentista ebria de celos, la pena de muerte, la nieve densa en Iowa, los borrachos deslizando billetes de un dólar por la fina tira del tanga de un bailarina erótica, los ansiolíticos, las acusaciones estigmatizantes, el caso cerrado demasiado rápido por la policía, la consternación, los tornados, la empatía con el otro, el crimen que agudiza los comportamientos extraños y, sobre todo, hace visible el mapa de los afectos de la comunidad, eso, sí, la comunidad, traumados soldados en activo, mujeres cosificadas de club de alterne y mujeres de apariencia vulnerable pero en realidad muy fuertes gracias a su ingenio, su perseverancia y su unión, la viudedad, el alcohol, la acusación injusta, la cárcel…): todo en el caldo de cultivo de la Iowa rural.
He aquí una novela natural y naturalista, la cual, aunque hay en ella un crimen en los primeros capítulos, no es un country noir sino algo mucho más original y sorprendente, pues no se centra exclusivamente, como cabría esperar, en el mal real o abstracto, humano o satánico, verista o psicológico, sino sólo lo sobrevuela, para ser ya decimos que no una novela negra sino una sin protagonista individual (frente al mal, que tiene orgullo de autoría, el bien es anónimo y generoso y de todos) sobre la bondad, sobre el consuelo y el cobijo, sobre los jóvenes, los viejos y el diálogo de las edades, sobre la belleza de los bosques y la belleza del perdón y de la protección del otro...
Sí, una novela pertinentemente localizada en un enclave rural del Medio Oeste de los Estados Unidos (esta misma novela situada por ejemplo en el León rural pudiera parecer provinciana, pero sita en USA la consideraremos indiscutiblemente universal pues en este país somos así), en la cual, en contraste con el mayoritario mundo urbano, aún perviven y palpitan tanto el sentido del paisaje como el sentido de comunidad.
En efecto estamos ante una propuesta literaria a la contra de la tendencia dominante (y por eso no sé si revolucionaria pero, por lo menos, audaz) escrita con prosa detenida, intensa y lírico-tierna que –¡gracias, gracias!- nos recuerda la útil lección de que cuidar de otros nos hace mejores, y que todos somos parte de un todo.
La teoría de la literatura últimamente denomina country fiction a las novelas atmosféricas enclavadas en espacios rurales (en las cuales la localización ejerce como un personaje más) escritas con el viejo propósito que en su día formuló el genio portugués Miguel Torga: «llegar a lo universal desde lo local».
He aquí una bella novela country fiction localizada en una vibrante comunidad rural de la América profunda que, como diría don Sabino Ordás (el teórico leonés de la literatura que, en los tiempos en que en la España de la dictadura primaba la muy nuestra novela social o la más europea novela experimental, marcó un cambio de tendencia al promover con sus artículos el regreso a la novela arraigada), bien puede ser todas partes.
Como El festín del amor de Charles Baxter, apuesta con sutileza psicologista por las pequeñas historias que logran la iluminación y el desborde emocional del lector.
Como en la Celama de Luis Mateo Díez, teje narrativamente un puzle en un espacio rural hilvanado una suerte de estructura humana que explica el mundo.
Hay un toque social, uno ecologista y uno feminista en esta novela, pero son tan poco insistentes que parecen música de fondo para una historia de historias humanas que, en conjunto, se convierten en un canto conmovedor del integrador y sustentador espíritu humano.
He aquí, en suma, una audaz e hipnótica novela sobre el bien que, se lo aseguro, está muy bien.
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