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Precisamente, esa delicada mirada del mundo que rodea a la escritora alicantina, Mónica Rouanet, quien ha dedicado, más de dos décadas, a la atención de familias y menores en riesgo de exclusión social, la condujo hace seis años a un recóndito edificio, que, en el ... pasado, había albergado una residencia para niños sordos de la Comunidad de Madrid. Tras sus vivencias, la realidad y la ficción, que el tiempo había tejido sobre este espacio, inspiraron su nuevo relato, No oigo a los niños jugar, publicado por Roca Editorial.
- Autora de novelas de personajes, ¿por qué historia debería empezar el lector para conocer a Mónica Rouanet?
Por cualquiera de ellas. Son todas diferentes, así que se me conoce de nuevo con cada novela. Aunque todas contienen de fondo algún tema de carácter social, este varía de una a otra. Ese sería el único punto en común entre ellas porque, en relación al estilo, me gusta experimentar y voy cambiando la voz narrativa, el punto de vista, los tiempos verbales…
- ¿No oigo a los niños jugar es un grito a la necesidad de escuchar a nuestros jóvenes?
Sí, el trasfondo social de esta historia es ese: no solo debemos oírlos, sino escucharlos. Acompañarlos y guiarlos en su proceso evolutivo respetando sus propias opiniones. Es normal que durante la adolescencia se presenten dudas sobre el yo, sobre quién somos y cuál es nuestro lugar en la sociedad. Es en ese momento cuando más atención debemos poner en los jóvenes, pero sin oprimirlos, sin imponerles el futuro que para nosotros, los adultos, es el ideal. Tal vez ese futuro signifique para ellos una condena. Escuchémosles, puede que el futuro que ellos proponen sea, en realidad, igual de bueno o más que el que nosotros les habíamos planteado.
- «Sobran las palabras cuando la ciudad duerme y nosotros vivimos». A partir de esta frase, ¿cómo se construyes esta historia?
Inquietante frase, ¿verdad? La encontré en la parte de atrás de una puerta desvencijada en una de las escaleras de servicio del edificio donde trabajaba. Esa frase, la historia del edificio, y el trabajo que desempeñaba en él fueron el germen de esta historia.
- En alguna ocasión, has comentado que «escribes sobre lo que imaginas» y, en este caso, la imaginación se nutre de esas «leyendas» que te contaron sobre el edificio, como las apariciones de la «monja de la campana» o «el niño Fernandito» o la realidad detenida en aquellas habitaciones intactas, con las camas hechas, los juguetes ordenados o los dibujos abandonados, en las paredes de esa residencia, que funcionó hasta principios de los 2000. ¿Cómo convivieron la realidad laboral y tu escritura en este mítico espacio?
Fue una maravilla trabajar allí y, a la vez, crear esta historia. Cada día encontraba algo nuevo que me inspiraba para inventar escenas o personajes. Como sabes, una parte del edificio continuaba cerrada al público. Eso le daba aún más emoción. Pero no hacía falta pasar a esa «otra parte» porque, si sabías observar bien, en la que ya estaba en uso se escondían un montón de señales de lo que había sido antes el edificio. La imaginación hizo el resto.
- Dos realidades, dos tiempos, dos voces, que sirven de altavoz a numerosas situaciones silenciadas, como son las adicciones, la anorexia, las dependencias emocionales o el suicidio. ¿Cómo se crea esa atmósfera totalmente claustrofóbica alrededor de estos temas?
Los problemas relacionados con la salud mental son claustrofóbicos en sí mismos y esa es la sensación que pretendo generar en los lectores. Quiero que, desde la primera página, sientan que están en el interior de la cabeza de Alma, la joven protagonista que ingresa en un sanatorio mental para jóvenes adolescentes. Experimentarán su patología, y la del resto de sus compañeros, desde su propia perspectiva, la de una chica de 17 años que está bajo los efectos de un shock postraumático que la ha llevado a intentar quitarse la vida.
- Tu protagonista, Alma, es una adolescente de diecisiete años que, tras un grave accidente automovilístico, sufre un shock postraumático y es ingresada en una clínica psiquiátrica, donde convivirá con otros jóvenes. ¿Cuánto hay de Alma en ti, tras ese fatídico 28 de diciembre de 1989?
Jajaja, no demasiado, menos mal. Yo sufrí un accidente de coche a los 19 años, pero no con las consecuencias del suyo. Aun así, estoy convencida de que todos los personajes que creamos están relacionados con nosotros. Cada persona observa el mundo desde la perspectiva del yo y percibe lo que le es afín, tanto por similitud como por oposición. Lo que no está dentro de nuestro campo perceptivo ni siquiera lo vemos. Por eso creo que todos los personajes son parte del autor que los crea, aunque eso no quiere decir que sean él mismo ni que se le parezcan.
- Entre esos compañeros, destaca Luna, drogodependiente, Ferran, adicto al sexo, Gabriela, obsesionada con la comida, Candela, en crisis permanente, o Mario, con esquizofrenia paranoide. Háblanos, precisamente, de este último personaje.
Mario es un personaje al que le tengo un cariño especial. Las patologías del resto de personajes me son más cercanas. La de Mario, esquizofrenia paranoide, no tanto. Para saber cómo es el día a día de las personas que la padecen contacté con el padre de un chico argentino que la sufría, y le iba presentando las escenas en las que aparece este personaje para que me fuera diciendo si le resultaban coherentes. Al final acabé hablando, a través de audios de whatsapp, con el propio Facu, así se llamaba. Facu murió poco antes de que la novela fuera publicada y está dedicada a él como representación de las personas que sufren trastornos mentales.
- ¿Padecer algún trastorno psicológico sigue siendo un estigma, en nuestra sociedad actual?
En la sociedad actual, ser diferente es ya un estigma. Últimamente parece que se habla mucho más de la salud mental y de la necesidad de recibir ayuda en este sentido. Esto es favorable, porque está consiguiendo que muchas personas nos beneficiemos de tratamientos especializados sin sentirnos mal por necesitarlos. Aun así, todavía desconfiamos de los que sufren patologías más graves sin darnos cuenta de que esta actitud de rechazo repercute negativamente en su enfermedad y les hace ocultarla, tanto a sí mismos como a los demás, para no ser señalados.
- «El auténtico silencio se percibe cuando eres incapaz de percibir tu propio ruido». ¿Vivimos rodeados de demasiado ruido para escucharnos?
Vivimos pendientes de una infinidad de cosas sin importancia que nos impiden apreciar las que realmente la tienen. Damos más valor a lo que los demás puedan ver desde fuera que a lo que sentimos por dentro. La sociedad nos exige a gritos que nos adaptemos a determinados moldes sin detenerse a pensar que no todos poseemos la elasticidad suficiente para ello.
- La salud mental infantil y juvenil es la gran olvidada del sistema sanitario español, una situación que es preciso abordar, en la actualidad, con carácter de urgencia, especialmente, en situaciones de extrema vulnerabilidad. Un derecho, que necesitamos convertir en realidad, también, desde el ámbito educativo. España es el país europeo con mayor índice de trastornos mentales en niños y adolescentes. En los últimos años, los casos de urgencias psiquiátricas infantiles se han triplicado en nuestro país y el suicidio es ya la principal causa de muerte no natural en personas de entre quince a veintinueve años. Desde tu punto de vista, como profesional con amplia experiencia en este tema, ¿qué nos falta, como sociedad, para avanzar en esta asignatura pendiente?
Hace falta aumentar el número de profesionales de Salud Mental en la sanidad pública en todas las franjas de edad, no solo en la infancia y adolescencia. Necesitamos sumar profesionales en psiquiatría y psicología, de manera que los pacientes obtengan una atención continua y personalizada. Y necesitamos que la sociedad vea los trastornos mentales como cualquier otra afección de la salud, que trate a las personas que los padecen con empatía y no las señale por padecerlos.
- ¿Cómo podemos promover la igualdad y la empatía a través de la lectura?
Yo creo que la clave consiste en presentar personajes verosímiles con los que el lector pueda sentirse identificado y llevarlos a situaciones singulares en las que deba poner en práctica su empatía. Si consigue hacerlo con una novela, lo logrará en la vida real. Es solo cuestión de entrenamiento.
- ¿Qué nos puedes comentar sobre tu novela Nada importante?
Con Nada importante he querido abordar la postura de la sociedad frente a la violencia de género a través de varias décadas. La historia comienza en enero de 1991 y finaliza en la época actual y, durante todo ese tiempo, iremos descubriendo cómo la sociedad se posiciona ante este tipo de crímenes. Recorremos las páginas de la novela de la mano de una de las víctimas, que logra sobrevivir a una terrible agresión. Cuando despierta del coma no recuerda absolutamente nada de su vida anterior y es entonces cuando su agresor decide colarse entre sus amigos más cercanos para acompañarla hasta contar con la oportunidad de acabar definitivamente con ella.
«He llegado a esa edad en que la mayoría de los miembros de mi grupo etario asegura no sorprenderse ya con nada, y agradezco no ser como ellos. Tengo la suerte de asombrarme todavía con infinidad de cosas, casi todas sencillas. Supongo que todo depende del ángulo desde el que se miren. No quiero decir que vaya por la vida descubriendo maravillas que pasan inadvertidas a los demás, no es eso. Es, simplemente, mi manera de observar el mundo».
Queridos lectores: Hagamos del presente, el futuro que deseamos tener, para alcanzar la salud mental que nos merecemos.
¿Y vosotros, podéis oírlos? Escuchadles jugar en nuestro blog latintaentretusdedos.com y en nuestras redes sociales @tintaentusdedos.
- No oigo a los niños jugar. Mónica Rouanet. Roca Editorial. Barcelona. 2021. 320 páginas.
- Nada importante. Mónica Rouanet. Roca Editorial. Barcelona. 2022. 320 páginas.
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