Karin Smirnoff (Umea, 1965) era una próspera empresaria maderera, experiodista y madre con el síndrome del nido vacío, cuando decidió convertirse en escritora. Se matriculó en un curso de escritura creativa en la Universidad de Lund y un editor aceptó meses después su primera novela. ... Tras encadenar varios éxitos con narraciones de suspense, los herederos de Stieg Larsson le proponían continuar con la saga de 'Millennium'. Aceptó el desafío de retomar al personaje de Lisbeth Salander y seguir con 'Las garras del águila' (Destino), séptima entrega de una serie que ha vendido más de 105 millones de ejemplares. Lanzada con 100.000 copias en español, la novela denuncia la creciente «hipocresía verde», el «greenwashing» y humaniza a su protagonista.
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De visita promocional en España, Smirnoff asegura que su pretensión ha sido «humanizar» a Salander para «que pasara de ser una heroína a una antiheríona». También denunciar el «cinismo verde» que practican las grandes corporaciones «que están destruyendo impunemente los ecosistemas del norte de Suecia», de donde proceden tanto ella como Larsson. «No soy escritora de novela negra. Me propusieron seguir la serie quizá por ser del norte, como Larsson, porque en mis novelas anteriores había suspense y para aportar una perspectiva femenina», plantea la autora.
Ha enlazado su novela con las tres primeras de Larsson, «cuya gran preocupación es que la literatura diga las verdades de nuestro tiempo», asegura la escritora. El gélido norte sueco es el escenario en el que Salander, su indomable sobrina adolescente de Svala, -creada por Smirnoff-, y Mikael Blomkvist se enfrentarán a una red de corrupción amparada en la explotación de energías renovables.
La violencia en todas sus caras, en especial la ejercida contra las mujeres, y el auge de la extrema derecha son así de nuevo temas centrales en 'Las garras del águila'. Pero destaca la preocupación por la devastación ecológica y su ocultación. Esa falsa «fiebre verde» con la que las grandes empresas lavan su imagen «poniéndose la careta ecológica para seguir dañando al planeta».
«Muchas empresas presuntamente ecológicas ocultan cosas terribles y se lavan la cara con impolutas etiquetas verdes. Ese cinismo ecológico existe en casi todas partes. Pero en el norte de Suecia se está pagando un alto precio por ello, con nuevas explotaciones mineras que destruyen lagos y bosques y expulsan a los pobladores autóctonos, los Sami, y acaban con su tradicional forma de vida», denuncia.
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«Es cierto que si pasamos al coche eléctrico y las energías limpias, necesitamos muchas baterías, pero también que se paga un altísimo precio por unos desmanes ecológicos que quedan impunes». «Las empresas trabajan con políticos que se cuelgan a su vez las medallas ecológicas. El norte de Suecia es muy rico y nos mienten diciendo que es pobre. Contratan a polacos y trabajadores de este con sueldos más baratos, expulsando a los locales y destrozando su entorno», insiste.
«Mientras sigamos necesitando tanto, las cosas no irán bien. Hablaremos del cambio climático pero no haremos nada para detenerlo y parar el deterioro del planeta», lamenta Smirnoff. Sabe que tras la impunidad de las multinacionales «hay ingentes cantidades de dinero y que sale a cuenta cometer estos desmanes». «Si robas mucho te hacen rey, y si robas poco acabas en la cárcel», ironiza. «Vivimos en un mundo autodestructivo en el que es más difícil ser constructivo. Y eso que las mejores cosas de la vida, como la amistad, la naturaleza y el amor son gratis», dice esperanzada.
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Smirnoff cree que Larsson, defensor acérrimo del feminismo, no hubiera predicho el 'Me Too' «pero quizás habría imaginado a las mujeres diciendo juntas 'hasta aquí hemos llegado'». «Desde su muerte han ocurrido muchas cosas y hemos avanzado bastante en igualdad, pero todavía queda un largo camino por recorrer. A pesar de los avances, las mujeres tienen menos poder, menos representación, menos salario y menos presencia», constata.
«La violencia es el tema de mis libros. Pero la violencia contra las mujeres no es solo que un hombre pegue a una mujer. Para los hombres, aunque la mayoría esté de acuerdo con que necesitamos mayores niveles de igualdad, esto es más difícil de entender y tiene que ver con estructuras de poder muy ancladas en nuestras sociedades», insiste Smirnoff, que presenta a una Lisberth Slander «más madura que ha conocido la violencia en carne propia y ajena».
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«Cada lector tiene un Salander en su cabeza, y yo tengo la mía. La de los primeros libros es una heroína solitaria y violenta», dice la escritora que ha querido convertir a la oscura, solitaria y violenta 'hacker' «en un ser humano adulto; en una mujer más humana y una antiheroína más conectada con el mundo».
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