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«Las respuestas no importan. Importan determinadas preguntas». Con esa convicción y con su contundente sentido del humor, marca de la casa, el escritor leonés —nacido en Zamora— Javier Pérez ha dado forma en las dos últimas décadas a un nutrido grupo de novelas en ... las que los géneros histórico y policiaco conviven con la sátira.
'La libertad huyendo del pueblo' (Homo Legens, 21,90 euros) es su último vástago, un viaje cargado de humor ácido donde los lectores acompañarán en sus aventuras a un pintor español exiliado en París que se ve obligado a colaborar con los nazis para saquear los fondos pictóricos del país galo.
La pregunta que dio pie a esta novela fue muy concreta: ¿Por qué los franceses comenzaron a evacuar el Louvre en julio de 1938, meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial? A Javier Pérez le dejó sobre la mesa ese envite una de las muchas personas a las que entrevistó en los años 90, cuando estaba investigando sobre la República de Weimar y los orígenes y ascenso del nazismo.
Con esos mimbres entró en escena otro elemento clave que no dejaba de rondar la cabeza del autor: ¿Cómo pudieron organizar los nazis, a nivel administrativo, la estructura de mando en los países que iban ocupando?
«Francia tenía entonces 70 millones de habitantes, pero tras invadir Polonia tomaron Dinamarca, Bélgica, Holanda y Francia, que juntos sumaban mucha más población que la propia Alemania. Si tenías a tus altos mandos y a la mayor parte de tus hombres en el frente, ¿de dónde sacabas a la gente para nombrar gobernadores? En ciudades grandes podías poner a políticos nazis importantes, pero en las ciudades pequeñas podía acabar ocupando el puesto María Santísima, aunque fuera de la oposición, porque no tenían otra opción. Eso te va marcando en cierto modo el tono de la novela», explica.
Además, otro elemento decisivo de la trama es el uso que los nazis hicieron del mundo del espectáculo para evitar que el pueblo francés se uniera a la Resistencia, una realidad documentada en ensayos como 'Y siguió la fiesta', de Alan Riding, que refleja las actividades del Ministerio para la Ilustración Pública y Propaganda.
«Los nazis gastaban mucho dinero (que robaban a mansalva) en actividades culturales. Se dedicaron por todo el país a fundar teatros, coros, abrir cines, cabarets, publicar libros, dar conferencias y organizar conciertos todos los días y a todas horas. Ellos tenían la tesis de que si la gente está entretenida, no se uniría la Resistencia. Y estaban convencidos de que si los artistas trabajan mucho y viven bien, comerían de su mano mientras ejercían como altavoz en la sociedad para transmitir sus ideas», reflexiona.
Inquirido sobre la obsesión de los nazis por todo tipo de artes (incluidas las oscuras), Pérez desvela su teoría de que, en su opinión, «el comunismo es un aquelarre del racionalismo. Es decir, es el racionalismo llevado al extremo», mientras que el origen del nazismo estaría en el romanticismo, en una «sobreexposición a las fuerzas irracionales del alma humana». «El romanticismo alemán, el Sturm und Drang, habla de eso. El nazismo surge de ahí culturalmente», señala antes de recordar los vínculos nazis de compositores como Richard Strauss ('Así habló Zaratustra') o Carl Orff ('Carmina Burana').
En 'La libertad huyendo del pueblo' conviven dos de las pasiones del autor: el contexto histórico del nazismo (que ya abordó en su trilogía 'La crin de Damocles', 'La espina de la amapola' y 'El gris') y la novela satírica (que ha cultivado en obras como 'El secuestro de un candidato'). Su pasión por cuanto rodeó el despertar de la Alemania nazi procede, según cuenta, de su infancia en La Bañeza, cuando tenía a su alcance en la biblioteca pública del municipio leonés una vasta colección de la revista de propaganda nazi 'Signal'.
Además, decisivo fue también saber, con ocho años, que un tío abuelo suyo había luchado junto a los nazis frente a los comunistas durante el conflicto: «Recuerdo estar en casa viendo una película de americanos y alemanes, y decir que los americanos eran los buenos. Él me enseñó una foto con su uniforme alemán y su casco, y me dijo: 'Los buenos éramos nosotros, coño'. Resulta que había combatido en la División Azul, pero lo mejor es que no se alistó por razones políticas, ni siquiera porque necesitara comer, sino porque estaba mal casado y no quería volver a ver a su mujer. Era una época en la que no te podías divorciar y prefirió irse a la guerra a seguir con ella», comenta con sorna.
Sobre su método de trabajo, reconoce sentirse atraído por «historias raras de la época» que encuentra documentándose en la prensa del momento. «La historia la escriben los vencedores, pero los periódicos de las hemeroteca resulta que no. Y tiene su gracia», asegura antes de proseguir: «Las personas que viven los hechos históricos carecen de perspectiva, es cierto, pero como no saben cómo va a terminar la partida, ni quién le va a conceder una subvención al año siguiente, procuran ceñirse más o menos a los hechos, o al menos a una cara de los hechos».
«Suelo investigar hasta dar con una trama histórica que sea peculiar y luego me enfrento a ella desde el sentido del humor, con tintes negros. Sé que hoy en día reírse de algo no está de moda. Somos todos muy solemnes, se tiene mucho miedo de ofender a alguien... Pues todo eso hay que olvidarlo si quieres escribir una novela así. Si ofendes a alguien, mala suerte, olvida la solemnidad y trata de que tus personajes sean auténticos», sentencia.
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