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En un libro póstumo, Fernando García de Cortázar narra con vigor y ambición literaria un viaje apasionado por la historia de Europa, desde Heródoto y las guerras médicas hasta la actualidad. En 'Érase una vez Europa' (Espasa), escrito en colaboración con Eduardo Torrilla, el historiador ... vasco, fallecido en julio del año pasado, tributa un homenaje a los hombres que postularon una conciencia humanista del Viejo Continente. El libro comienza con el retrato de Joseph Conrad en el Congo de diciembre de 1890 y termina con el derrumbe del Muro de Berlín en noviembre de 1989, así como el consiguiente desmoronamiento del Telón de Acero. Los dos acontecimientos resumen a la perfección las pulsiones que forjaron el sueño y la pesadilla europeos: el espíritu tolerante y justo, de un lado, y la tentación sangrienta y tiránica, de otra.
La presentación del ensayo en el aula magna del Icade, en Madrid, se convirtió en un homenaje al historiador y jesuita vasco, un hombre que, como dijo su colega y amigo Juan Pablo Fusi, estaba dominado por la «preocupación nacional y el patriotismo cultural», un elemento este del que, si se carece, llega a ser un drama, pues es como estar desprovisto de derechos civiles. Para Fusi, el libro contiene todas las virtudes del historiador: «la belleza de la prosa, las citas cultas y una tesis transcendente».
García de Cortázar y Torrilla mantienen la idea de que Europa se levanta sobre monstruos. La censura, las cruzadas, el mal sueño del imperialismo y el nacionalismo exasperado jalonan la historia de Europa. La utopía de un continente unida intenta dejar atrás los espectros de dictaduras y atrocidades que han provocado un estremecedor desfile de muertos. Si esto es incontestable, no menos cierto es que el humanismo, la filosofía, la democracia, los derechos humanos están esculpidas en las lenguas de de Sófocles, Cicerón, San Mateo, Francisco de Vitoria, Voltaire, Churchill y Margarete Buber-Neumann, entre otros muchos.
Eduardo Torrilla sostuvo que su amigo y maestro tenía una particular visión de la historia. Para García de Cortázar, el hombre que carece de unos rudimentos básicos sobre la historia está «incapacitado para entender el mundo». «Fernando detestaba los fanatismos de toda clase. Cultivaba la pasión por la literatura y su universo cabía en una biblioteca. No recuerdo almuerzo que no acabara en una visita a una librería. Era historia y literatura, alegría de vivir, patriotismo ilustrado, esperanza y fe. En suma, era un español de nacimiento, de lengua y hasta de profesión y oficio».
García de Cortázar escudriña en esta original biografía de Europa las luces y sombras de un vasto territorio, al tiempo que glosa a sus héroes, aquellas personas que, en las horas más difíciles, comprendieron que la única civilización posible es la que une al ser humano contra la barbarie y la guerra. Nerón y Domiciano, Calvino, Robespierre, Leopoldo II, Stalin, Hitler, Milosevic y su fe en el derecho histórico serbio de someter a otros pueblos de los Balcanes transitan por las páginas del libro. Y es que Europa ha hecho fermentar las más abominables aberraciones, pero también ha alumbrado las ideas y principios que han permitido pensar, plantar cara y vencer a esos monstruos.
A decir de Torrilla, «Fernando no era pesimista. Le preocupaban la supervivencia de los nacionalismos, los populismos y lo que llamaba la hoguera de los necios», que identificaba con la inclinación cada vez cada vez más tentadora de incurrir en el revisionismo histórico.
Los autores presentan un paisaje europeo plagado de contrastes. Nadie discute por ejemplo que Roma perpetró el genocidio de pueblos, pero no menos cierto es que relató críticamente sus conquistas y se puso en la piel de las civilizaciones sojuzgadas por las legiones, dando voz a su versión de la historia. Como recuerda Mary Beard, las palabras que Tácito pone en boca del britano Calgaco todavía resuenan en las críticas modernas del imperialismo: «Al saqueo, el asesinato y el robo lo llaman por falso nombre 'ley y orden' y, después de arrasarlo todo, hablan de 'paz'».
España envió soldados, misioneros y comerciantes a colonizar, no sin crueldad, inmensos parajes de América, pero también a cronistas de Indias que hicieron de notarios de los abusos a los indígenas, fedatarios capaces de ponerse en la piel de los aborígenes y sembrar el germen de la moderna antropología.
El historiador murió a los 80 años, a los pocos días de haber revisado los quince primeros capítulos del libro. Según explica Torrilla, el resto de capítulos están basados en un primer borrador, en las minuciosas anotaciones y en el plan que el sacerdote jesuita hacía de cada uno de sus proyectos editoriales y que enviaba siempre a su colaborador.
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