Borrar
La escritora Pilar Adón acaba de publicar 'Las iras'. Esther Vázquez
«Escribo de niñas educadas y tranquilas pero que esconden un aullido interno»

Pilar Adón

Escritora
«Escribo de niñas educadas y tranquilas pero que esconden un aullido interno»

Premio Nacional de Narrativa en 2023, publica 'Las iras', un libro de cuentos en los que la inocencia infantil se desliza hacia el horror

Lunes, 27 de enero 2025, 00:11

Pilar Adón ha vuelto a escribir una obra inquietante. La autora, galardonada hace dos años con el Premio Nacional de Narrativa, ha alumbrado dieciocho cuentos en los que se prodigan niñas aparentemente sosegadas, pero que, por dentro, albergan un volcán interior. En Las iras (Galaxia Gutenberg), la escritora sugiere que el enclaustramiento que experimentan muchas veces las protagonistas esconde, en realidad, una búsqueda de libertad. Venganza, miedo y traición son sentimientos que pululan por estos relatos, en los que Adón apela a la perspicacia del lector para resolver las elipsis y rellenar huecos. Deja en manos de los críticos la tarea de definir su literatura, que algunos expertos han catalogado como gótica. «Tú te sientas, escribes, y las etiquetas vienen después», dice.

–¿Cuál es el hilo conductor que recorre estos cuentos?

–Hay en ellos una vocación común tanto temática como estilística. Todos tienen prácticamente la misma estructura y, en casi todos, aparece una cita relacionada con la literatura bíblica. Los personajes suelen ser niñas o mujeres muy jóvenes que, de alguna manera, se han sentido traicionadas, decepcionadas o abandonadas, y actúan en consecuencia. Cuando entregué el libro a la editorial, no podía dejar de pensar en la traición, el abandono, la venganza, no sé muy bien por qué.

Pilar Adón, autora de 'Las iras'. Esther Vázquez

–¿La profusión de citas bíblicas obedece a que el Dios de la Biblia es vengativo e iracundo?

–El Dios de la Biblia católica se quedó con esa miseria que, en principio, pertenece a los humanos: la ira. Otros dioses clásicos retuvieron la lujuria, la gula, la ambición o la envidia. El hecho de que uno de los cuentos hable de Caín y Abel, que yo transformo en dos hermanas, y que Caín fuera el primer ser que experimentó la ira, configuró un círculo increíble. Además, desde que murió mi padre, hice una especie de vínculo con la naturaleza, pues para mí él representaba la naturaleza. En un sentido literario, era como si me hubiera fusionado con ella.

–¿Se identifica como escritora que cultiva lo gótico, el terror?

–Pues soy incapaz de apreciarlo yo misma. Ya vendrán académicos, estudiosos y críticos que lo hagan. Alguno ya lo ha hecho, y lo acepto, no tengo ningún problema con respecto a las etiquetas que le puedan poner a mi literatura. Con una novela anterior, 'Las hechiceras', me inscribieron en el neorruralismo, y también lo admití, porque siempre he escrito sobre la naturaleza. Vivo en Madrid, pero paso más tiempo en el pueblo de mis padres, y jamás he escrito sobre la ciudad.

«La soledad voluntaria puede ser muy rica. Nos permite alejarnos de obligaciones sociales

–¿Por qué sostiene que, en el encierro, hay una especie de búsqueda de la libertad? ¿No es una contradicción?

–Para mí no lo ha sido nunca. Encierro y libertad son términos absolutamente antitéticos, porque con el primero nos vamos a la prisión, a la cárcel, a la privación de libertad. Pero el encierro del que yo hablo es voluntario, no impuesto. La soledad voluntaria puede ser rica, nutricia y muy inspiradora. Nos permite alejarnos de las obligaciones sociales.

–¿Le han dicho alguna vez que, con lo buena persona que parece ser, cómo escribe sobre asuntos tan truculentos?

–Muchas veces, sobre todo en los clubes de lectura. Esperan una persona y se encuentran con otra.

–El libro está preñado de violencia no explícita, pero sí sugerida.

–Eso es, ni siquiera el lenguaje es violento; no se muestran escenas con sangre, palizas, etc. He querido llegar al límite, estirar y estirar el chicle para ver hasta dónde podía llegar. Narro escamoteando información, incidiendo mucho en un mismo tema, como si se tratara de una forma musical. De esta manera surgen interpretaciones distintas, porque el lector se lleva el cuento a su propio terreno.

–Las niñas que aparecen en 'Las iras' no tienen la candidez ni la inocencia que se atribuye a la infancia.

–Son niñas, no niños. Y, efectivamente, huyo del tópico Disney. Hablo de niñas que esconden un aullido interno. Hacia el exterior, son muy educadas y tranquilas, pero por dentro tienen un volcán. En la adolescencia, recordémoslo, todo es extremo; no hay apenas grises, están los blancos y los negros. Los términos intermedios los vamos aprendiendo según vamos creciendo y relativizándolo todo. De sentirse víctimas absolutas, dan la vuelta a la situación y se convierten en verdugos y monstruos.

–Es muy acusada la presencia de perros.

–La explicación directa y auténtica es que yo siempre he tenido perros. Que los haya en mis cuentos y novelas es algo muy natural. Pero en un plano más simbólico, el animal más fiel y leal es el perro. Representa la fidelidad frente a la traición absoluta que sienten esas niñas.

–En los relatos hay muchos huecos y elipsis que el lector tiene que rellenar. No es una autora fácil.

–En realidad, eso deriva de mi propia ambición lectora. No quiero que me den nada masticado. Quiero que me consideren una lectora inteligente y que me dejen aportar partes del relato, la conversación y el diálogo. Porque, al final, la literatura nunca es un monólogo. Lo que sé es que necesito escribir; el día que no lo hago, me noto muy extraña.

–¿Y puede surgir la belleza tras el horror?

–En los cuentos está absolutamente mezclada la belleza con el horror. Las niñas presentan la apariencia de ángeles cándidos, pero por dentro anida el horror. Es algo que está muy asociado al Romanticismo, a la figura del monstruo y a lo sublime. La tormenta, el abismo, el precipicio aterrorizan, pero nos sentimos atraídos por su hermosura, aun a costa de llevarnos a la destrucción.

–Dice que odia los relatos que acaban con redobles de tambor.

–Los inicios, la primera línea, tanto en la novela como en los relatos, son muy importantes. He llegado a la conclusión de que el final del relato es, en realidad, su inicio, porque cuando lo terminamos, muchas veces volvemos a la primera frase.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

leonoticias «Escribo de niñas educadas y tranquilas pero que esconden un aullido interno»