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Ana Merino.
Ana Merino: «Con la pandemia vemos que el campo permite una supervivencia mucho más digna»

Ana Merino: «Con la pandemia vemos que el campo permite una supervivencia mucho más digna»

La escritora leonesa, ganadora del Premio Nadal 2020, hace repaso de este año extraño en el que ha tocado reinventarse tanto en la gira como a la hora de seguir el día a día, consciente de que el éxito es efímero pero la capacidad creadora sigue presente

Nacho Barrio

León

Sábado, 10 de octubre 2020, 09:21

Resulta complicado acotar qué parte de la charla es entrevista y cuál conversación pura y dura. El diálogo con Ana Merino (1971), en el que la mejor opción sin duda es escuchar, navega por las edades, la naturaleza, la crisis sanitaria y el año dorado que supone haber recibido el Premio Nadal en enero. El Mapa de las Emociones va cumpliendo estaciones con la dedicatoria personal de una escritora que tira de cómic para firmar cada ejemplar. Para este ha elegido un árbol y un libro. Una representación de la esencia de un libro que convence a lectores y a la crítica a partes iguales. Y con un poso leonés que se deja ver entre las páginas. Difícil acotar una conversación donde uno escucha y aprende. La carga de profundidad de la charla, como los personajes de Ana Merino, merece el reposo de lo que se hace con el alma.

- Cuando ganó el Nadal la vida era diferente. Tanto que, al poco tiempo, nos confinaron. ¿Cómo han sido estos meses?

- Este es un año muy extraño. Enero me trajo el regalo del Nadal, que de alguna manera repite la magia que viví cuando gané el Adonais, hace 25 años. Me dan un premio por una novela de personajes construidos desde la madurez, la narrativa te permite crecer como escritor hacia otros parámetros, la poesía está llena de la intensidad de las emociones, que uno descubre cuando es joven. La primera pulsión poética aparece ahí.

Viví el premio Nadal con muchísima alegría, me volví a Iowa (EEUU) para empezar el curso y de hecho solicité un permiso para poder impartir clase online (qué cosas) mientras hacía la gira. Me lo dieron, porque estaban ilusionados con el premio, pero vine a hacer la gira y en marzo se frena todo. Solicité quedarme, pensando en lo que pensábamos todos, que serían dos semanas.

- Pero no fue así.

- Todos estábamos perplejos pero ya en enero, cuando volvía a América después del premio, empecé a tener una intuición distópica. Teníamos las experiencias del anterior Sars, en la que aquí hubo mucha repercusión. La mascarilla no me resultaba ajena y me llevé mucho gel hidroalcohólico para empezar la gira. Lo que estaba pasando en Wuhan me preocupaba. Vimos lo vulnerables que éramos como sociedad. Los mecanismos que teníamos para defendernos no estaban a nuestro alcance y eso fue frustrante.

«España es un país con un potencial de inteligencia formidable y nuestros científicos e investigadores no reciben el apoyo necesario, lo que hace que nos falten mecanismos»

- Usted se encuentra dentro del gran grupo de talentos que tuvieron que coger las maletas para desarrollarse fuera. Científicos, escritores, ingenieros...

- España es un país con un potencial de inteligencia formidable y nuestros científicos e investigadores no reciben el apoyo necesario, lo que hace que nos falten mecanismos. Si hacemos el balance de los médicos, científicos y profesionales repartidos por el mundo, somos los que más exportamos. A veces me duelo mucho cuando dicen que la universidad española está al final del ranking de Shangai, pero no se habla de todos los españoles que están en primera línea del ranking, formados en España. Somos número uno en la universidad en la diáspora. No podemos devolver el amor que tenemos a nuestro país in situ.

- Antes del coronavirus ya retrataba la realidad de un reponedor en 'El mapa de los afectos', una profesión que ha sido básica en la pandemia.

- Samuel me interesa mucho por su perfil. Trabaja de reponedor en un mercado y nos hemos dado cuenta de que la vida de la gente sencilla es lo que permite que la sociedad sea compleja y pueda resistir a los peores embates. Eso estaba en mi novela, Samuel aporta mucho porque vive la vida desde la sencillez del pueblo, con sus comics, su trabajo y sin la aspiración de irse a una gran ciudad a hacer no-se-sabe-qué. Creo que eso también es importante, el que elige la vida sencilla es tan interesante y válida como cualquier otra opción. Esta pandemia nos va a devolver un poco a eso, a vidas que no estén necesariamente ligadas a la gran ciudad. El campo permite una supervivencia mucho más digna.

- ¿La pandemia también obliga a dar una vuelta de tuerca a la gira que no pudo ser?

- Lo que me da pena de no haber hecho ferias es no haber podido hacer mis dedicatorias, que son muy elaboradas. Tengo un montón de personajes que dibujo, en esta ocasión un árbol y un sol, que tienen mucha carga simbólica. Me ha dado pena por ese diálogo con los lectores. Se han hecho muchos encuentros cibernéticos y, lo poco que he podido salir, lo he aprovechado para dibujar, dejándoselos dedicados a los libreros en algunas ocasiones. Con esa relación que tengo con el cómic, me gusta hacer esa viñeta como dedicatoria. Yo aspiro a que el libro sea fondo de librería, que esté presente, que es a lo que aspiramos los escritores. Es cierto que en enero sonarán las doce campanadas y mi libro, con el nuevo Nadal, se convertirá en calabaza [risas]. Yo espero que el lector lo siga buscando. Es un libro en el que se desarrolla la bondad como sustancia literaria.

«Yo aspiro a que el libro sea fondo de librería, que esté presente, que es a lo que aspiramos los escritores. Es cierto que en enero sonarán las doce campanadas y mi libro, con el nuevo Nadal, se convertirá en calabaza [risas]. Yo espero que el lector lo siga buscando»

- Todos los lectores y la crítica coinciden en la carga de profundidad de sus personajes. ¿Cómo es ese proceso creativo?

- Creo que en este caso viene a cuenta la madurez. En 2021 cumplo 50 años. Con esta novela empiezo cuando cruzo el umbral de los 40, que es cuando empiezas a escuchar. En la treintena uno provoca, pero camino de los 50 te das cuenta de que son los demás los que a ti te aportan sentido, los que te dan las claves del mundo. Llega un momento literario en el que me doy cuenta de que, si quiero articular esas voces que me aportan tanto desde la diferencia, con muchos personajes e hilos narrativos, tengo que darles un sentido humano, que estén porque la gente vive esas realidades, cada uno de una manera. La fe juega un papel clave como espacio personal, son temas que quería tratar porque están en mi diálogo, pero quería afrontar el reto de plasmarlos.

Ana Merino.

- Ha asegurado en otras ocasiones que su origen leonés, la vivencia de su infancia en una tierra que lleva la emigración por bandera, impregna su obra.

- Efectivamente, soy hija de leoneses, León es el espacio de mi infancia feliz porque lo asocio a los veranos en la Montaña Leonesa, ir a casa de mis abuelos y pasar largas temporadas. La oralidad del filandón es una transmisión fundamental, el espacio de la ficción verbalizada. Para mí es fundamental y es cierto, y se lo digo a todo el mundo porque estoy muy orgullosa: León es una región de España que nos ha dado el parlamentarismo, que es el corazón político de Europa. Ahora Noemí Sabugal ha sacado un libro maravilloso que reivindica el mundo de la minería y nos hace ver lo importante de la Revolución Industrial. León es un espacio sagrado de mi imaginario, me ha formado esa mirada literaria y en la novela es posible que la mirada rural sea un guiño al León de las montañas, tan literario.

- En este año de Nadal, ¿en qué momento está? ¿Es una montaña rusa, uno siempre está en meseta o según se acerca enero va cayendo la emoción?

- A esta edad se gestiona distinto, el Adonais me tocó muy joven y en ese momento no eres consciente. Ahora lo vivo con madurez, lo que significa que sé que todo pasa. Yo sigo disfrutando con mi lector de poesía, con mis niños y los cuentos infantiles y con los teóricos de la historieta. Lo que hay en mí es una alegría por la literatura, por la creatividad. Me enfrento con esa alegría a la vida. Ahora está el cómo afrontar el proceso creador.

«A esta edad se gestiona distinto, el Adonais me tocó muy joven y en ese momento no eres consciente. Ahora lo vivo con madurez, lo que significa que sé que todo pasa»

- Siempre es buena noticia el poder afrontar distintos géneros y todos con éxito. Ejemplos hay de fracasos cuando el autor cambia de palo...

- Bueno, yo creo que la materia prima son las palabras, escribir novela es como una tesis doctoral, que requiere una concentración y una minuciosidad técnica de largo alcance. Requiere muchas horas de trabajo y son años de escritura. En diciembre de 2018 pude pasar el relevo de un gran proyecto profesional y le dediqué mucho más tiempo a 'El Mapa de los Afectos'. Una novela son horas, horas, horas, horas...

- ¿Le da la vida para otra novela?

- Ahora da la vida, sí, pero con mucho sacrificio. Tengo mucho trabajo por estas circunstancias, pero lo que hago es coger la agenda y asignarme horas, disciplina al fin y al cabo. Me gusta mucho, esa idea de la amistad, y me levanto, le dedico tres horas y me pongo a trabajar.

- Ojalá fuera tan fácil como suena.

- Hay una edad en la que valoras más cada minuto que vives y entiendes el sentido de tu trabajo. No todo es estimulante, pero no me dedico a lamentarme, sino a decir 'cuanto antes, mejor'. Aprendí esa organización, mi primer trabajo fue con los apalaches, allí desarrollé un máster para maestros y me di cuenta de que si organizas bien tu tiempo puedes disfrutar de muchas cosas. Me apunté a clases de cestería con las mujeres del lugar y aprendí a trabajar el mimbre, salía de trabajar y era lo que mejor me venía para liberar la mente, no meterme en casa a navegar en internet. Lo hago mucho, cuando veo algo popular me apunto siempre.

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