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Klara es una máquina con sentimientos. Una AA, una Amiga Artificial especializada en el cuidado de niños. Desde un escaparate contempla el mundo y no deja de preguntarse qué pasa por las cabezas de los transeúntes. Aprende sus emociones y como ellos, necesita energía solar ... para cargarse. Es la protagonista de 'Klara y el sol' (Anagrama), la nueva novela de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 66 años) premio Nobel de Literatura en 2017 que indaga en esta fábula sobre la esencia del ser humano en los tiempos del 'big data', la manipulación genética y la dilución de las ideologías.
A caballo entre la ciencia ficción el cuento infantil, Ishiguro aborda problemas agudos en un momento de cambio crucial para la humanidad. Cree que el 'big data' «cambiará nuestra percepción del alma» y nos obligará a preguntarnos «si hay algo más allá de lo cartografiable por la tecnología». «Klara, que es una especie de mascota electrónica, se pregunta qué hace distintos a los seres humanos, y yo creo que la diferencia radica en la capacidad que tenemos amarnos y de cuidar los unos de los otros, algo que nos hace únicos e irreemplazables», razona Ishiguro desde su casa en Reino Unido en un encuentro virtual con periodistas de habla hispana. «No sé si los robots acabarán siendo tan emotivos como los humanos», dice.
Los desafíos de la genética es otro de los temas de esta novela en la que Ishiguro se pregunta cómo abordaremos la creación de seres humanos mejorados física e intelectualmente mediante la edición genética, «una técnica cada vez mas fácil y que no está regulada». «¿Cómo evitaremos nacimientos de niños mejorados intelectualmente, físicamente o que no caigan enfermos?», se pregunta. «Habrá una especie de meritocracia salvaje y será peligroso que existan personas mejores que otras», se responde.
Cree que la inteligencia artificial acabará con muchos de los empleos actuales y cambiará el modelo económico y político. «Eliminará la mayoría de los trabajos considerados hoy parte de la élite intelectual», vaticina Ishiguro, muy crítico con imperios tecnológicos como Facebook o Google. «El negocio de las tecnológicas no favorece al bienestar de los seres humanos y hay que encontrar la manera de controlarlos para obtener ventajas», plantea. Lejos de hacernos la vida más fácil, cree que «generan desigualdad». «Facebook se lleva casi toda la tarta publicitaria observando contenidos y comerciando con ellos. Hay que encontrar la fórmula para alinear los intereses de la sociedad y de la tecnología. Necesitamos despertar para organizarnos y despejar lo de los peligros ingentes que trae la tecnología».
También le preocupa que el monopolio digital y la inteligencia artificial, «amenacen a las democracias liberales, que tienen más difícil competir con sociedades autoritarias, con modelos alternativos a la democracia muy potentes, como China y Rusia, que pueden tomar decisiones económicas eficaces y tienen sistemas de vigilancia sobre todos los ciudadanos de forma efectiva». «El análisis de izquierdas-derechas ya no es suficiente», señala.
Asegura, con todo, que 'Klara y el sol' no es un libro «oscuro o triste». Que se limita a mostrar una sociedad que cambia. «No soy pesimista, pero no tengo soluciones más allá de invitar a reflexionar sobre lo que está pasando y constatar los grandes desafíos ante los cambios científicos y tecnológicos», dice. Admite que los años le han vuelto «un poco más optimista respecto a la naturaleza humana». «Quiero celebrar lo bueno de los seres humanos en los que hay algo fantástico que surge cuando quieres proteger a los demás en un mundo duro y hostil en el hay que encontrar formas amor, de decencia y de bondad y de esperanza».
El escritor británico de origen japonés es más que premioso. Empezó a escribir en 1982 y recuerda que esta es «solo» su octava novela. «No escribo todos los días y nunca me marco objetivos. Hablo, dialogo, pienso y reflexiono muchísimo antes de ponerme a escribir. Persigo ideas y pasa mucho tiempo antes de empezar escribirlas. Prefiero no escribir nada antes que un libro cualquiera», asegura.
No repetirse es otro de los objetivos de este lentísimo narrador que tiene como modelos a Stanley Kubrick en el cine y a Bob Dylan en la música, que buscaron siempre hacer cosas diferentes. «Dylan cambiaba en cada disco y Kubrick hacía lo propio con cada película. Yo me propongo hacer lo mismo y eso me da energía con cada libro, que refleja una época», dice. «La literatura es un espejo de lo que siento en cada momento y de por donde va la sociedad. Sirve para intercambiar emociones y sentimientos además de ideas», dice el autor de 'Lo que queda del día' (Premio Booker) o 'Los inconsolables' (Premio Cheltenham).
Asegura que el Nobel no ha sido un lastre para terminar esta novela. «Había escrito una tercera parte cuando me concedieron el premio y no me afectó. Era ya un proyecto sólido», dice el escritor, que bromea con los «superpoderes» que debía haberle dado el galardón. «Al volver de Estocolmo creí que todo funcionaría a la perfección, pero no cambió nada. Todos los problemas de la escritura estaban ahí y eran los mismos. Era como si el Nobel me lo hubieran dado en otro planeta», ironiza.
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