'La mujer no tiene aptitud para la cocina'
Gastrohistorias ·
En 1954 la prensa española fue escenario de una interesante discusión sobre la aportación femenina a la gastronomíaGastrohistorias ·
En 1954 la prensa española fue escenario de una interesante discusión sobre la aportación femenina a la gastronomíaAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 8 de marzo 2024, 00:10
En 1954 la Federación Culinaria Estadounidense (ACF) celebró en Washington su convención anual. Aunque seguro que allí se discutieron cosas muy interesantes, lo único que llegó a oídos españoles sobre aquel congreso fue un brevísimo teletipo de la agencia Efe, un parrafito pequeño pero matón ... que desató -seguramente sin querer- una polémica gastronómica de primer nivel: «Washington, 22/9. -Cerca de 300 cocineros se han reunido en esta capital en una convención. Todos ellos son varones y algunos de los participantes han manifestado que 'todo el mundo sabe que la mujer no es buena cocinera'».
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Mientras que muchos periódicos españoles se limitaron a publicar texto, alguien en el ABC se sintió particularmente inspirado por el tema. El jueves 23 de septiembre de 1954 en la página 19 del ABC apareció un extenso artículo sin firma titulado 'La mujer no tiene aptitud para la cocina'. Incluía el breve de Efe y un (visto desde ahora) bastante bochornoso editorial en el que el autor hacía suya la opinión de los chefs estadounidenses. «La mujer es una cocinera de campo, de pueblo, de barrio. Tuvo que guisar para los hombres que volvían del trabajo, pero todos los platos populares que se llaman 'a la cazadora' o 'a la marinera' los inventaron los hombres, solitos, en el monte o el mar. La gran cocina magistral, suntuaria y académica es una creación viril».
Según el anónimo columnista, las mujeres no habían aportado nada a la historia de la cocina y tampoco a la de la costura, ya que alta costura y alta cocina eran asuntos exclusivamente masculinos. «Basta sentarse a una gran comida o pedir un menú algo cuidado para comprobar que quienes saben comer son los hombres. Si se quiere «saber guisar» lo primero es «saber comer. Y beber».
Para que no le tildaran de misógino, el autor de la columna admitía que había habido reinas aceptables y escritoras notables, pero se afianzaba en su juicio sobre las dotes culinarias femeninas diciendo que «en cuanto a la bibliografía gastronómica, los libros hechos por mujeres son los menos, y no son los mejores. El de doña Emilia Pardo Bazán resultó un disparate, con recetas copiadas de librotes y que ella no sometió a experimentación».
Aquí les he hablado de tantas señoras estupendas que firmaron fabulosos libros de cocina por lo que no vale la pena rebatir este exabrupto. De sobra saben ustedes el valor -tanto literario como en sabrosura- que tienen los recetarios de Pardo Bazán y lo mucho que le gustaba a la novelista gallega empuñar la sartén.
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Quien sí entró al pique con esta pieza fue Víctor de la Serna y Espina (1896-1958), quien por entonces recorría España como corresponsal por encargo de ABC. Estando en Asturias leyó aquella salida sobre las cocineras y se apresuró a coger el teléfono para dictar a Madrid una encendida respuesta.
Recuerden que este primer don Víctor fue padre de Víctor de la Serna Gutiérrez-Répide, quien bajo el pseudónimo de Punto y Coma fue cronista gastronómico para Informaciones y El País, y abuelo del tercer Víctor (de la Serna Arenillas), que actualmente ejerce la misma labor en El Mundo con el alias de Fernando Point. Se ve que el amor por el buen comer y el interés por quienes guisan proviene de antiguo en esta familia, ya que el patriarca dictó una efectiva e interesante 'Defensa de la mujer como cocinera' que se dio a la imprenta el 25 de septiembre, solo dos días después de la aparición del artículo original.
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«He leído con alarma que ABC opina que la mujer no es apta para la cocina y que el arte culinario es cosa de hombres», decía don Víctor. «Se alega que ninguna cocinera ha pasado a la historia y sí, en cambio, muchos cocineros. Pero bueno, es que hay dos clases de cocina: la monumental, académica y solemne de la que usted habla, y la otra [...] Hay una cocina principesca, de muchedumbres o comunidades, de unidades militares o la de los grandes hoteles: cocinas en que los asadores son como lanzas, los peroles como cisternas, los cuchillos como cimitarras y un ejército de bigardos necesita la autoridad de un cómitre al que ni siquiera se le llama cocinero. Se le llama 'jefe', 'chef' [...] Hay otra cocina, menor de tamaño pero de universal extensión, que es la cocina por antonomasia. Y esa está a cargo de la mujer desde que ella, en Altamira, decidió cambiar el pasto y la carnaza por alimentos dignos [...] Solo una cocina que pueda dominar una mujer es verdaderamente una gran cocina».
Sus palabras fueron recogidas por otras publicaciones y despertaron nuevos comentarios a favor de las dotes femeniles para el guiso. En el diario zamorano Imperio se dijo que «en cuanto el arte de la cocina dejó de ser recatado, íntimo y cordial y se convirtió en espectáculo, es cuando pasó de la mujer al hombre».
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La encargada de la página sobre cocina y moda de El Comercio fue un paso más allá ('Ahora resulta que nosotras no sabemos cocinar', 3 de octubre de 1954) diciendo que era muy «fácil erigirse chef de cocina cuando se dispone de armas con que trabajar. Pero en la escasez, en las intimidades de un hogar humilde, ¡ahí quisiéramos las mujeres ver a esos supersabios cocineros!». Y todo por algo que dijo un señor americano.
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