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Los datos de la situación de la vida en los océanos no dan ninguna razón para el optimismo: 20 especies perdidas en 300 años, 830 especies en peligro, un descenso del 89% en la fauna marina explotada y un tercio de pesquerías sobre explotadas. Además declina el oxígeno y aumenta la acidez. Frente a este panorama casi apocalíptico, la Plataforma Wave se propone tres objetivos: Cosechar los océanos, eliminar la contaminación y mitigar el cambio climático, y proteger el ambiente marino y las especies. «Intenta revertir la pérdida en el océano», asegura Carlos Duarte, catedrático en la Universidad Abdulah de Ciencia y Tecnología (Arabia Saudita) y director científico del programa. Basados en una hoja de ruta publicada en Nature hace cinco años, el objetivo es lograr «una generación. La palanca es la economía azul, distinta a la economía marítima, que busca aumentar el rendimiento económico, con una propuesta regenerativa».
Según sus cálculos, expuestos en Madrid Fusión Alimentos de España, el rendimiento actual de los mares se puede multiplicar por cinco y pasar de los cinco billones de dólares anuales de «valor económico» a los 15,5 billones de dólares. «Con un retorno de diez euros por cada euro invertido». La idea afectaría a cinco sectores: la energía marina, los superalimentos azules, la restauración, la biotecnología y un transporte marítimo sin emisiones.
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De todos, los superalimentos azules podrían incluso acabar con el hambre del mundo. «En 2015 había 500 millones de personas en riesgo de hambrunas y en los últimos diez años esta cifra se ha duplicado. Pero los superalimentos serían asequibles para todos y tiene otras ventajas: son una fuente nutricional con hierro, yodo, omega 3..., atienden a una huella de carbono baja y positiva, su huella hídrica es cero porque no hace falta agua dulce para producirlos y también es cero la huella química al no utilizar pesticidas ni herbicidas». Los datos de su investigación indican que los peces y moluscos tienen una huella similar a los vegetales, muy por debajo de la ganadería.
La hoja de ruta se apoya en la acuicultura, que se sometería a un cambio de paradigma. «Las pesquerías salvajes tocaron techo en los noventa y disminuyeron del 10% al 15% en estos años, y hay muchos rubros todavía en situación crítica. Pero la acuicultura se enfrenta hoy a lo mismo que ocurrió con la agricultura hace 10.000 años. Ahora es una industria nueva».
La ecuación es la siguiente: para producir un kilo de mejillones se consumen diez kilos de algas; para producir un un kilo de anchoas, 10.000 de algas, y para uno de atún, 100.000 de algas. «Cada paso que damos hacia abajo en la cadena trófica del mar aumentamos la eficiencia de la producción de alimentos por diez. Mientras más abajo, más sostenible son los alimentos». ¿Entonces? «Es importante centrarnos ahí abajo», donde están los superalimentos: anémonas, pepino de mar, sardina, mejillón, ostras, orejas de mar y macroalgas.
«Para producirlos a escala hay que centrarse en liberar la acuicultura de subsidios a las especies salvajes». ¿La razón? De toda la pesca mundial, la décima parte se destina a hacer harina para alimentar a los peces de la acuicultura. Si en vez de cultivar esos peces se produjera alimento con lo que consumen, la cifra pasaría de los cinco millones de kilos de comida (peces) a los 25 millones (harina). «El pienso de la granja acuícola de ahora serviría para alimentar a países con déficit nutritivos. Hay que producir algas, moluscos y otros filtradores».
Más ventajas: este cambio de paradigma regeneraría los océanos: «Genera capital natural porque aporta hábitat para la biodiversidad, secuestra carbono, ayuda a las especies salvajes...», mantiene Duarte. «La capacidad del mar para aumentar el cultivo de algas se puede multiplicar por mil. Podría haber más de 670.000 km² de cultivos», indica Duarte. «Pero para aprovecharlo hay que desarrollar nuevos conceptos, como lo hace Ángel León en A Poniente, como el arroz marino, que son semillas de una planta marina, la 'Zostera'. Ése es el papel de los cocineros». El reto empieza.
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