Sevnica es una localidad bañada por el río Radna, con unos 5.500 habitantes y famosa por su festival del salami o por sus fábricas de zapatos y muebles. Pero todo cambió hace cuatro años, cuando Donald Trump se presentó a las primarias republicanas y ... acabó en la Casa Blanca el 20 de enero de 2017. Entonces, Sevnica comenzó a conocerse por ser el lugar donde creció Melanija Knavs, esposa del magnate desde hace catorce años. Y los vecinos, claro, no quisieron perder la oportunidad de sacar réditos a la enorme e inesperada fama de la señora Trump. Comenzaron a vender pasteles con el rostro de la primera dama, se etiquetó miel con su cara, vino (marca 'First Lady', primera dama) e incluso zapatillas.
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Todo con mucho respeto, porque parte de la familia Knavs todavía reside en la zona, aunque los representantes legales de la inquilina de la Casa Blanca están vigilantes para evitar excesos y recuerdan que Melania Trump es una marca registrada. Pero seguro que ni Trump ni sus abogados estaban preparados para el último 'homenaje', por llamarlo de alguna manera. Se trata de una estatua que quiere representar a la primera dama en el día de la toma de posesión de su marido, cuando se vistió de azul evocando a Jacqueline Kennedy. El problema es que no se parece. En nada. «Es una pitufina gigante», dijeron algunos vecinos mientras intentaban discernir qué pretendió hacer Brad Downey, el artista encargado de la pieza. El creador estadounidense, afincado en Berlín, contrató a un artista local, Ales Zupevec, para realizar juntos la talla en madera.
Una obra realizada con una motosierra, «conceptual» en palabras de Downey, y que pretende «dialogar» con la situación política de Estados Unidos. «Puedo entender que la gente piense que no se acerca mucho a su apariencia física», declaró a AFP el artista, quien encuentra el resultado «absolutamente hermoso». «Podemos ver este río y las montañas tal como ella los vio de niña», añadió Downey, que ha recibido una lluvia de críticas por este «espantapájaros» para homenajear a una «heroína eslovena», como la definió Katarina, una vecina de 66 años. Sobre el valor artístico no se pronunció, pero es difícil que esta versión eslovena del eccehomo de Borja -por la nula similitud entre el original y el resultado- deje contentos a los paisanos de la vecina más famosa y universal de Sevnica.
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