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«El totalitarismo digital puede ser mucho más dañino que todos los que hemos conocido». Así lo cree César Antonio Molina (La Coruña, 68 años), escritor, periodista, profesor y exministro de Cultura que publica '¡Qué bello sería vivir sin cultura' (Destino), su irónica denuncia de ... la nefasta «tiranía del algoritmo» que se nos viene encima. «Ni siquiera los totalitarismos más salvajes del siglo XX, como el nazismo o el estalinismo, pudieron colonizar al ser humano libre, y ahora puede ocurrir», advierte.
«No estoy en contra de la tecnología ni contra el desarrollo humano, pero estoy en total desacuerdo con el totalitarismo tecnológico que tratan de imponernos empresas que todos tenemos en la cabeza, gigantes tecnológicos que quieren controlar nuestras vidas y convertirnos en meros consumidores y anularnos», lamenta el escritor aludiendo sin nombrarlos a gigantes como Google, Amazon o Facebook.
Refiere el fracaso «de los totalitarismos políticos e ideológicos que llevaron a la humanidad a grandes catástrofes». Pero alerta sobre cómo «este nuevo y renovado totalitarismo es más inteligente, controla ya todos nuestros sistemas de comunicación, amenaza los de relación y la forma de relacionarnos los unos con los otros».
Un totalitarismo que no es nuevo en la historia, pero sí «muy sibilino». «Se está imponiendo sin violencia, mediante una especie de adormecimiento en el que el ser humano puede caer convencido de la placidez que significa no pensar, no reflexionar, no tomar decisiones, no tener sentido del dolor o de la muerte», dice César Antonio Molina. Ante su imparable avance, «la cultura, que es lo que construye nuestra identidad, debe dar un grito mostrando su disconformidad». Y debe ser así «porque también intentan controlar sus medios, sus formas y sus expresiones», propone.
Cree Molina que «consciente o inconscientemente» estamos «asistiendo a un suicidio cultural» acelerado por esa creciente y silente dictadura tecnológica. «Paul Valéry ya nos dijo que las civilizaciones estaban desapareciendo. T. S. Elliot vislumbró en los años 30 un tiempo anticultural, y George Steiner dijo, no hace tanto, que estábamos «en el principio de una era sin cultura», enumera. «Pero ninguno de los tres alcanzó a definir lo que hoy vivimos», apunta.
Denuncia así la «terrible tiranía de los algoritmos», esa diabólica herramienta «que amenaza la creatividad y la libertad y gracias a la cual los grandes gigantes digitales están por encima de la política y la democracia». «No somos libres, estamos controlados y la gente de la cultura y los intelectuales debemos denunciar los peligros», insiste.
Estamos así en riesgo de convertirnos e «esclavos digitales» y lo seremos plenamente «si no defendemos la libertad y la democracia, porque no hay mayor bien que la libertad, como decía Cervantes». «La cultura es parte esencial de la identidad de un país y nosotros sin Velázquez, sin Cervantes o Quevedo, sin Miró o sin Picasso no somos nada», asegura. «El Estado debe ser consciente de que sin identidad cultural no existimos y el Estado es esencial para preservarla, no solo para actuar como mecenas», plantea Molina.
Profesor universitario, se le abrieron las carnes cuando una alumna reivindicó en el aula su derecho a la mediocridad, «En vez de reivindicar la excelencia, en vez de apostar por la cultura, critica como antídoto frente a los peligros de la idiotización, abogó por el derecho a la mediocridad, defendiendo con cierto orgullo el derecho de ser ignorante», cuenta estupefacto. «Se escuchan barbaridades como que la música clásica es racista y se combaten la genialidad y la belleza», lamenta.
Denuncia además que la piratería digital de los contenidos culturales a gran escala «está promovida por las mismas macroempresas tecnológicas» y que esta práctica «conduce al creador a la indigencia, pues sin el cobro de sus honorarios por los derechos de autor difícilmente incluso podrá sobrevivir físicamente».
Reitera, con todo, que no ha escrito un libro contra la tecnología, «muy necesaria para el desarrollo del mundo y de la que participo», y sí contra aquellos que quieren utilizarlas en su beneficio, tratando de destruir la capacidad creadora de todo ser humano, convirtiéndola en esclava de sus intereses, para masificar gustos y opiniones, y así ejercer un control todopoderoso». «Con los algoritmos que impone una máquina con unos criterios economicistas y antihumanistas, se nos dice que hay que escribir una novela en la que haya violencia y sexo porque si no, no se vende», critica Molina, una lacra «que se da también en las redacciones de los periódicos».
«Ojalá que mi libro fuera una invención y que estuviera equivocado», concluye irónico el exdirector del Instituto Cervantes, ministro de Cultura con Rodríguez Zapatero y antes director adjunto de Diario 16, máximo responsable del Círculo de Bellas Artes y de la Casa del Lector y ahora profesor de Teoría y Crítica Literaria en la Universidad Complutense y de Humanidades en la Carlos III.
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