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En 'Las películas de mi vida', Bertrand Tavernier compara la alegría de la liberación después de la II Guerra Mundial con el sentimiento que experimentó la primera vez que se abrieron las cortinas de una sala de cine. «No es una comparación atrevida», contaba a ... este periodista hace cinco años en el Festival de San Sebastián. «El cine para mí también fue una liberación, un descubrimiento, una escuela. Me abrió los ojos a mundos y culturas muy diferentes. En las películas que me marcaron encontraba el mismo sentimiento de libertad que tuve cuando Lyon fue liberada». Tavernier, quizá el más cinéfilo y erudito de los directores franceses, ha muerto hoy 25 de marzo a los 79 años en la localidad de Sainte-Maxime en la Provenza según ha anunciado el Instituto Lumière, que dirigía.
El cine europeo pierde al autor de títulos como 'Un domingo en el campo', 'Alrededor de la medianoche', 'Hoy empieza todo' y 'Capitán Conan', que supo comunicar de manera didáctica su amor por el séptimo arte y convertirse en activista para defender la cultura francesa frente al gigante americano. Objeto de una retrospectiva en el Zinemaldia en 1999, año en el que fue presidente del jurado, el humanista Tavernier arrancaba 'Las películas de mi vida' en los jardines de su casa familiar en Lyon, donde nació en 1941. El cine, contaba el director de 'La carnaza', le salvó de su mala salud. «Compensó mis debilidades físicas y me permitió soñar e imaginar. Gracias a él soporté el dolor que sentía de joven. Si no hubiera existido creo que no habría hecho nada con mi vida«.
Hijo del director de una revista literaria en el seno de una familia de la Resistencia, Tavernier fue un niño malnutrido en la Francia de posguerra que sufrió secuelas físicas de aquello. El estrábico más célebre del cine, con permiso de Fernando Trueba, se hizo director pese a sus problemas de salud. «El cine fue la manera de superar todas mis enormes carencias. He rodado películas muy físicas: con grandes decorados, en África, en Louisiana o en lo alto de una montaña. Y cuando era pequeño no podía correr, sufría vértigos y me ahogaba. Sí, el cine me transformó», argumentaba. Firme defensor del cine norteamericano durante sus años de crítico en 'Positif' y 'Cahiers du cinema' (es de los pocos que lograron firmar en estas dos míticas y rivales publicaciones francesas), Tavernier abominaba de la colonización de las pantallas europeas por Hollywood y defendió de manera incansable la claúsula de excepción cultural para el cine durante la discusión de los acuerdos del GATT (aranceles y comercio).
Asistente de Jean-Pierre Melville, Chabrol y Godard, Tavernier estudió Derecho en París y debutó como director en 1974 con 'El relojero de Saint Paul', rodada en su Lyon natal. Esta adaptación de una novela de Georges Simenon que obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín ya dejaba claro su gusto por los relatos criminales que servían de excusa para el análisis social. Con su actor protagonista, Philippe Noiret, llegó a trabajar en nueve películas, entre ellas 'Corrupción (1280 almas)', basada en un relato de otro maestro del género negro, Jim Thompson, trasladando la acción a la colonia francesa de Senegal. Tavernier recreó la realidad de su país con una mirada crítica y provocó debates sociales e incluso cambios legales. La educación en 'Hoy empieza todo', la policía y el sistema judicial en 'Ley 627', la ocupación nazi en 'Salvoconducto', los suburbios de París en el documental 'Al otro lado del Periférico'… Autor del fundamental ensayo '50 años de cine norteamericano', Tavernier cerró su filmografía hace cuatro años con 'Las películas de mi vida'.
Lejos de regodearse en la nostalgia cinéfila, el autor de 'La hija de D'Artagnan' siguió denunciando «el pillaje organizado» de los gigantes de internet que no pagan impuestos, contemplando películas de celuloide junto a su amigo Quentin Tarantino en el cine que este posee en Los Ángeles y abominando de los directivos de las televisiones públicas «que deciden que no hay que poner películas en blanco y negro porque a los jóvenes no les gustan, cuando esa es una de las funciones de la televisión pública». Ganó cinco premios César (tres como guionista por 'Que empiece la fiesta'; 'El juez y el asesino'; y 'Un domingo en el campo'; y dos en dirección por 'Que empiece la fiesta' y 'Capitán Conan') y el galardón a la mejor dirección en Cannes 1984 por 'Un domingo en el campo'. El hombre que intercambiaba cintas de vídeo con Martin Scorsese enviadas en el Concorde cuando casi no existían los videoclubes se empeñó en combatir la ignorancia y en contagiar la pasión por las películas en lucha contra la dictadura de la inmediatez.
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