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Mitxel Ezquiaga
San Sebastián
Miércoles, 10 de enero 2024, 17:07
El 10 de enero se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Chillida, el artista donostiarra universal, el hombre discreto que labró una obra que sigue creciendo en proyección dos décadas después de su muerte, en 2002. Parece que ya está todo dicho sobre un personaje irrepetible, pero su figura y su trabajo generan nuevas fascinaciones. Pensó que había fracasado incluso antes de empezar, e imaginó como un principiante casi hasta el final. El centenario ofrece más miradas sobre un genio que siempre huyó del elogio. «Creador solo es Dios», decía.
El 10 de enero se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Chillida, el artista donostiarra universal, el hombre discreto que labró una obra que sigue creciendo en proyección dos décadas después de su muerte, en 2002. Parece que ya está todo dicho sobre un personaje irrepetible, pero su figura y su trabajo generan nuevas fascinaciones. Pensó que había fracasado incluso antes de empezar, e imaginó como un principiante casi hasta el final. El centenario ofrece más miradas sobre un genio que siempre huyó del elogio. «Creador solo es Dios», decía.
El 10 de enero se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Chillida, el artista donostiarra universal, el hombre discreto que labró una obra que sigue creciendo en proyección dos décadas después de su muerte, en 2002. Parece que ya está todo dicho sobre un personaje irrepetible, pero su figura y su trabajo generan nuevas fascinaciones. Pensó que había fracasado incluso antes de empezar, e imaginó como un principiante casi hasta el final. El centenario ofrece más miradas sobre un genio que siempre huyó del elogio. «Creador solo es Dios», decía.
El 10 de enero se cumplen cien años del nacimiento de Eduardo Chillida, el artista donostiarra universal, el hombre discreto que labró una obra que sigue creciendo en proyección dos décadas después de su muerte, en 2002. Parece que ya está todo dicho sobre un personaje irrepetible, pero su figura y su trabajo generan nuevas fascinaciones. Pensó que había fracasado incluso antes de empezar, e imaginó como un principiante casi hasta el final. El centenario ofrece más miradas sobre un genio que siempre huyó del elogio. «Creador solo es Dios», decía.
C
ien años, mil chillidas. ¿Por dónde empezar? Fieles a la personalidad del propio Eduardo Chillida, lejos de la grandilocuencia: vean a ese chaval alto que corre por la orilla de la playa y nada por la bahía de La Concha. San Sebastián, década de los 30 del siglo pasado. Este incansable hombre de acción, el 'rebelde' que no terminó el bachiller en Marianistas «porque iba por libre» y lo acabó en la academia Malaxecheverría es un atleta hiperactivo que de repente detiene las brazadas por la bahía y se pone a mirar alrededor: Igeldo, Urgull, la isla. Se deja mecer por las olas. Se hunde y emerge. Muchos años después contará que esas mañanas en La Concha, los ritmos de las mareas, la conexión cambiante pero permanente del espacio-tiempo, el ruido del mar, empezaron a forjar su personalidad como artista: este tipo que juega a pala embutido en ese antiguo modelo de bañador terminará siendo un escultor universal. El hombre de acción es también un hombre de reflexión.
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Porque Eduardo Chillida se reivindicó como autodidacta y aprendió en los lugares más insólitos: la portería del viejo Atocha fue otra academia para él. Aquel ágil gato que defendió con orgullo la camiseta de la Real Sociedad también repetía, a veces con un punto de provocación ante sus amigos formados en escuelas con mármoles, que su trabajo de portero le enseñó más sobre dimensiones espaciales que algún insigne pupitre. Una temprana lesión le retiró del fútbol, y como siempre le dijo Pilar Belzunce, su mujer y su conexión con el planeta Tierra, «si no llega a ser por esa lesión hoy serías entrenador del Hércules, el Elche o algún otro equipo».
El Hércules perdió a un míster que uno imagina con la discreción mediática de Alberto Ormaetxea pero con el ingenio en el banquillo de un Cruyff, y a cambio el mundo ganó a un artista que marcó una época.
Por eso la celebración del centenario de su nacimiento genera estos meses un amplio e internacional programa de actividades. La figura y la obra de Eduardo Chillida están más vivas que nunca porque siguen ofreciendo nuevas aristas, miradas distintas en las generaciones que van descubriendo su trabajo.
El artista dejó muchas veces escritos y documentados los procesos de creación de cada obra: en términos actuales podríamos decir que muchas esculturas nacían con su 'making of'. Del mismo modo podemos contar aquí el 'making of' de este trabajo. ¿Hay cosas nuevas por decir sobre Chillida?, preguntó alguien en una reunión de Redacción. «Está casi todo por contar, y lo ya contado siempre parece nuevo», respondió un compañero. Chillida, tan clásico en algunas de sus formas de vida, fue un moderno adelantado a su tiempo en muchas cosas. Es precisamente ahora cuando podemos empezar a entenderle.
‘Peine del
Viento’,
1976
‘Peine del
Viento’,
1976
‘Peine del
Viento’,
1976
‘Peine del
Viento’,
1976
¿Una prueba? El Peine del Viento de Donostia. Hoy parece que siempre ha estado ahí, como un accidente geográfico más de la bahía. Cuando se instaló, en 1977, fue objeto de bromas ciudadanas. Ahora no solo es una de las obras más populares de Chillida: es un icono de la ciudad. Prueben a preguntar a indígenas y visitantes cuál es su lugar favorito de San Sebastián. El Peine es una obra colosal, fruto de la conjunción del arte de Chillida, la arquitectura de Luis Peña Ganchegui, otro grande, y el ingeniero José María Elósegui, recientemente fallecido, que ideó el complicado sistema de raíles para desplazar hasta las rocas las toneladas de imaginación del escultor. Un Spielberg podría crear una gran película, entre la épica y la emoción, contando la historia de ese pedazo de Donostia donde se funden tan bien paisaje y arte. Y que solo fue 'inaugurado' 30 años después, porque una mezcla de burocracias y desidias iría aplazando la rúbrica oficial a la obra. Mejor así, como otro guiño rebelde y tardío del chaval que no encajó en Marianistas.
Porque el trabajo de Chillida está expandido por el mundo, en los grandes museos y en espacios exteriores, de Berlín a Estados Unidos pasando por sus obras en Madrid, Barcelona, Sevilla o Gijón. Pero es en su Gipuzkoa natal donde se encuentran los dos lugares que son puertas de lujo para entrar en el planeta Chillida: el Peine del Viento que sigue seduciendo en los tiempos de Instagram y Chillida Leku, el bosque encantado donde el pensamiento y el talento del autor se entienden sin necesidad de grandes palabras o teorías, solo con una inmersión entre esculturas, árboles y un caserío centenario. Al bañarse en este no-museo uno es el Chillida niño que se bañaba en La Concha: no hace falta comprender, basta con sentir.
En Chillida Leku está la autobiografía del alma de Chillida y en las enciclopedias su vida y su obra. Si las estudiamos como una lección nos aburriremos, pero si las imaginamos como una serie televisiva de las que se programan en Sundance disfrutaremos como en 'prime time'. Con el añadido de que muchos de los episodios los fue contando él en escritos y entrevistas.
MIKEL FRAILE
MIKEL FRAILE
MIKEL FRAILE
MIKEL FRAILE
Ese Eduardo Chillida que nace el 10 de enero de 1924 en San Sebastián y vive en la Plaza de Zaragoza, hijo de Pedro, un militar con una sensibilidad artística especial, y una madre soprano, Carmen Juantegui. «Mi padre era una persona muy inclinada al arte que nos preparó a abrirnos con todos los sentidos. Nos encerraba de niños en una habitación de la casa, un rato, y al salir teníamos que describir con detalles de color, tamaño y aspecto los objetos que él nos fuese señalando».
Otro cruce de guion: va a los 19 años a Madrid a estudiar Arquitectura pero pronto ve que no es lo suyo. A cambio frecuenta el Círculo de Bellas Artes, donde entra y sale cuando quiere, y confirma su habilidad en el dibujo. Y aquí surge otra de sus confesiones que tan bien definen su carácter: «Veo que mi mano va más rápida que el cerebro, así que decido dibujar con la mano izquierda, y así consigo que el cerebro controle la mano. Estuve dibujando con la mano izquierda, precisamente, para hacer que no se me 'escapase' la mano hábil, la derecha». Cerremos el plano porque estamos asistiendo al nacimiento del escultor. En octubre de 1948 se traslada a París y realiza sus primeras obras en yeso, influido por la escultura griega arcaica del Louvre. Al año siguiente Bernard Dorival, conservador del Musée d'Art Moderne, elige la escultura 'Forma' para ser presentada en el Salón de Mayo. Y en 1950 expone por primera vez en la Galería Maeght las obras 'Torso' y 'Metamorfosis'.
La plaza de los Fueros de Vitoria, obra diseñada junto con el arquitecto Peña Ganchegui.IOSU ONANDIA
Collage, sin título, 1998. CHILLIDA LEKU
La plaza de los Fueros de Vitoria, obra diseñada junto con el arquitecto Peña Ganchegui.IOSU ONANDIA
Collage, sin título, 1998. CHILLIDA LEKU
La plaza de los Fueros de Vitoria, obra diseñada junto con el arquitecto Peña Ganchegui.IOSU ONANDIA
Collage, sin título, 1998. CHILLIDA LEKU
La plaza de los Fueros de Vitoria, obra diseñada junto con el arquitecto Peña Ganchegui.IOSU ONANDIA
Collage, sin título, 1998. CHILLIDA LEKU
Pero nada es lo que parece: Chillida deja París en 1951 con cierta sensación de fracaso. Quiere encontrar su camino. Se instala en Hernani, empieza a experimentar con el hierro en la fragua de Manuel Illarramendi y toma conciencia de cuál es su sitio: «Recuerdo que el llegar, desde el tren, oler y ver la mar, me hizo sentirme profundamente ligado a mi país. Comprendí que yo era un árbol de aquel sitio, que aquella era mi atmósfera vital. Me di cuenta de mi situación en el mundo. No sé en qué sentido expresarlo: existencial, político, social... Yo pertenezco a esto».
Y ahí se irá desatando todo, poco a poco pero sin pausa, con los pies en el suelo y las ramas bien abiertas al mundo: en la fragua de Hernani realiza 'Ilarik', su primera escultura abstracta, se centra en el hierro y comienza el despegue internacional. En 1958 recibe el Gran Premio de Escultura de la 28 Bienal de Venecia y ya los reconocimientos le acompañarán hasta el final. Al mismo tiempo de su matrimonio con Pilar Belzunce nacen ocho hijos (la primera, en 1951, Guiomar), y una sólida conexión sentimental y artística.
Está también presente en su vida el peso de su familia. Fue Chillida un artista con carné de familia numerosa. Una faceta menos conocida la de patriarca de un clan conformado por ocho hijos y 27 nietos.
Chillida es un estupendo ejemplo, entre tantas otras cosas, de una forma de ser en esta esquina del mundo, profundamente individualista por un lado pero con una marcada preocupación por lo colectivo. Así nació el grupo Gaur, el 'dream-team' de artistas vascos de mediados de los 60. Ahí estaba Jorge Oteiza, amigo, enemigo y amigo en sucesivas oleadas. Son los grandes escultores vascos del siglo XX y sus respectivas trayectorias marcan también dos maneras de estar en el mundo. Uno de los mayores servicios que hicieron a su país fue, en 1997, el llamado 'abrazo de Zabalaga'. El reencuentro de dos viejos compañeros de viaje al final de sus vidas, superando las diferencias, fue un mensaje de reconciliación en una Euskadi que seguía herida por la violencia.
Lo colectivo también se tradujo en la implicación de Chillida en aquellas primeras gestoras pro-amnistía de la Transición, a las que legó su diseño gráfico (importante fue también su repercusión en el mundo del marketing con sus trabajos de identidad de marca y diseño corporativo para empresas), como a la Universidad del País Vasco, para la que creó en 1975 el logotipo bajo el lema 'Eman ta zabal zazu'.
Eduardo Chillida no termina nunca. Para quienes tuvimos la suerte de tratarle era una sorpresa continua. Un par de años antes de su muerte, cuando la enfermedad ya le nublaba a ratos, pude hacerle la última entrevista. «Mi vida ha sido una aventura, me la he jugado en cada obra», me dijo. «Pero me falta tiempo, aún tengo mucho por hacer», añadía. Su obra sigue, de alguna manera, abierta.
Este trabajo forma parte de un especial publicado por El Diario Vasco.
Texto Mitxel Ezquiaga
Narrativa visual y diseño Izania Ollo, Beatriz Campuzano y Maider Calvo
Edición de vídeo Ainhoa Múgica y Dani Soriazu
Desarrollo Gorka Sánchez
Edición Jesús Falcón
Coordinación Arantxa Aldaz
Material audiovisual Chillida Leku, archivo Eduardo Chillida, Fundación Maeght y Susana Chillida
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
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