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Un creador que supo conectar tradición y modernidad, Fernando Zóbel (Manila, 1924-Roma, 1984), ha entrado en el Prado. Paladín del arte abstracto español, Zóbel era un hombre curioso y políglota: hablaba inglés, francés, alemán y español, se adentró en el estudio de la caligrafía ... china y tocaba la flauta travesera. Viajero impenitente, experto en la obra de García Lorca y visitante incansable del Prado, en 1960 se afincó en Cuenca, donde hace 56 años fundó el Museo de Arte Abstracto. Una muestra de sus cuadernos y pinturas, encuadradas dentro de las vanguardias del siglo XX, se puede ver en la exposición 'Zóbel. El futuro del pasado', que se podrá ver en la pinacoteca hasta el 5 de marzo de 2023.
La muestra se compone de 42 pinturas, 51 cuadernos de apuntes y 85 dibujos y obra sobre papel, procedentes de colecciones españolas, filipinas y norteamericanas. Zóbel, que entendía la pintura como un medio para transitar las rutas por la que discurre la historia del arte, supo captar la sensibilidad y sutileza de la caligrafía y pinturas asiáticas. «La exposición llamará la atención por sus pinturas, pero su espina dorsal es el testimonio que ha quedado de sus cuadernos de trabajo», asegura el comisario de la exhibición y director de Museos y Exposiciones de la Fundación March, Manuel Fontán.
Descubridor temprano del dibujo antiguo en la Houghton Library de la Universidad de Harvard, el joven Zóbel quedó fascinado por la obra de los artistas de vanguardia que el director de la Escuela de Arquitectura, Walter Gropius, había invitado a exponer en el campus: de Joan Miró a Josef Albers, de George Grosz a Richard Lippold. Zóbel estaba cautivado tanto por la literatura como por la literatura, dos pasiones que coagularon en sus ilustraciones para su traducción al inglés del 'Don Perlimplín' de Lorca, unos dibujos en los que late la influencia de la estética de la Bauhaus.
Con 22 años llegó a la Universidad de Harvard, después de sufrir una larga enfermedad que lo dejó postrado durante meses en una cama ortopédica. La vida académica de Cambridge le deslumbró. Allí descubrió la obra gráfica de Goya, el arte contemporáneo americano y la herencia de la Bauhaus. En el Museo del Prado, su laboratorio y santuario, estudió las obras del genio de Fuendetodos, amén de Ribera, Zurbarán, Tintoretto y Velázquez, cuyas obras fueron abocetadas en sus cuadernos.
Gran parte de la exposición se vertebra en torno a bosquejos y anotaciones, proporcionados por la Fundación Juan March, entidad que custodia su legado. «Él pintaba dibujando, veía dibujando. Sus obras llegaron tras un proceso de sublimación», asevera Manuel Fontán.
La muestra se articula en torno a cinco ámbitos y reconstruye el itinerario poético y artístico de Zóbel. En uno de ellos, se muestra su aportación a la pintura abstracta, contribución que se materializa con los estudios realizados en museos a lo largo de todo el mundo. «No hay ningún autor de la vanguardia que haya hecho un trabajo tan sistemático», apunta Felipe Pereda, uno de los comisarios de la muestra.
La exhibición entrevera las propias obras de Zóbel con los maestros antiguos en los que buscó inspiración. Así, la exposición permite constatar los paralelismos entre 'Alegoría de la castidad', del renacentista Lorenzo Lotto en la National Gallery de Londres, con dos de sus obras, 'Sueño de la doncella' y 'Sueño de la doncella II'. También analizó con precisión 'Las Hilanderas' hasta hallar en sus trazos el andamiaje creativo de Velázquez.
Fundador de la Ateneo Art Gallery en Manila y el Museo de Arte Abstracto Español en Cuenca, Zóbel fue un infatigable conferenciante y educador en Manila.
Compartió estudio con la pintora Carmen Laffón y empezó a adquirir obras de artistas españoles contemporáneos con la intención de apoyar a una generación que consideraba extraordinariamente brillante y que vivió un momento histórico y político difícil, bajo un régimen franquista indiferente, cuando no despreciador, del arte vanguardista.
Fernando Zóbel admiraba a Rubens y Rembrandt, a los que contempló obsesivamente en el Rijksmuseum de Ámsterdam, una devoción que hacía compatible con Pollock. «Todos nos hemos creído la película de que el arte moderno es algo que surge de la nada, de lo radicalmente nuevo. Pero en realidad, todo el mundo tiene un pasado. Zóbel era muy consciente de eso», dice Fontán.
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