Jaume Plensa (Barcelona, 1955). Viste de negro riguroso. Movimientos pausados. Artista de enorme éxito. La entrevista es en un espacio mágico próximo a la Basílica de la Vera Cruz, a la que él aportará un distinguido toque contemporáneo. Da la impresión de que el silencio ... que aquí reina, rodeándonos, está vivo, escucha y ve.
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– ¿Cómo se siente en mitad de este silencio?
– Qué maravilla, el silencio te facilita estar en paz, algo que hoy falta mucho.
– Pues hablemos casi con susurros, si le parece.
– [Sonríe]
– ¿Trabaja con el mismo entusiasmo de siempre?
– Después de la época de la pandemia, que fue muy compleja y trajo tanto sufrimiento a muchísimas personas, que perdieron a familiares y amigos de forma muy triste y muy solitaria, percibo un nuevo retorno a la actividad tal vez con más estímulo que antes, quizá porque hemos experimentado lo que supone la paralización total de todo. Hay como unas ganas enormes de hacer cosas internacionalmente. En mi caso, tuve el privilegio de poder seguir trabajando en mi taller, pero también entendí lo que significa que todo quede paralizado. Ahora he vuelto con una pasión renovada a viajar, y a la realización de instalaciones, exposiciones y proyectos. Estoy muy estimulado, muy lejos de caer en la rutina.
– ¿Ha bajado el ritmo? Le llegan encargos de medio mundo.
– Creo que escribo menos y fabrico menos que antes. Pensaba que a lo mejor es porque me hago mayor y ya no tengo tantas ganas. No hace mucho leí unos textos de Oscar Wilde en los que decía que cuanto más mayor se hacía menos escribía, porque cuando empiezas tienes la necesidad de entender la vida, pero ahora ya de lo que tienes necesidad es de vivirla. Así es: yo no tengo ya tanta necesidad de hablar de la vida, ahora lo que quiero es vivirla. Hago menos proyectos, pero los disfruto muchísimo y me entrego en cuerpo y alma.
– ¿Llegó a sentir miedo?
– No, honestamente no sentí miedo, lo que sí sentí fue mucha tristeza... Tanta gente desaparecía, la gente mayor estaba tan desamparada... Laura [su mujer] y yo estábamos pendientes de lo que pasaba en todas partes del mundo, porque tenemos amigos en todos lados. Afortunadamente, tanto mi familia como yo no tuvimos ningún problema. Lo que creo que debemos hacer ahora es pasar página y mirar hacia el futuro.
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– Por vez primera idea una obra, 'La puerta del Alma', no solo para una Basílica, sino para una ciudad santa, Caravaca de la Cruz.
– La Basílica [de la Vera Cruz] es extraordinaria, y lo que representa tanto ella como esta ciudad santa también, pero tengo que decirle que lo que me convenció para realizar el proyecto fue la gente de aquí, los miembros de la Cofradía de la Vera Cruz. Desarrollamos un proyecto que me excita mucho, a mí que estoy más interesado en la espiritualidad que en la religión. Ellos tienen una voluntad ecuménica que aplaudo: cualquier persona de cualquier lugar, religión y cultura que quiera compartir su espiritualidad en este lugar, es bienvenida. Me dieron la oportunidad de proyectar una puerta. Yo no quiero una puerta que cierre, yo quiero una puerta que cuando se abra parezca que te está abrazando e invitándote a entrar. Una puerta que estuviera a la altura de la Basílica, pero también a la altura de mi ambición por dejar clara esta información: no quiero saber de dónde venís ni quiénes sois, lo importante es que habéis venido y estamos juntos. La mano de un Cristo Bendiciente es la protagonista de la puerta, que no rechaza ni tampoco escoge. Cuando se abre, la mano esculpida se expande convirtiéndose en el Cristo de amor generoso que protege y abraza a toda la Humanidad.
– ¿Proyectaría una obra para una mezquita o una sinagoga?
– Si me lo encargara gente tan maravillosa como la que he encontrado aquí, sin ningún problema.
– ¿Y si finalmente la realización de su proyecto no se llevase a cabo? Fíjese en la polémica desatada con las puertas de Antonio López para la Catedral de Burgos.
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– Cuando tú aceptas desarrollar un proyecto, también aceptas que pueda ser rechazado. Forma parte de la vida. Yo tengo muchos proyectos en el cajón que creo que eran maravillosos y que, por mil razones –económicas, de criterio, porque cambian los políticos o los gustos...– no se han hecho. Y no pasa nada. Yo he disfrutado mucho creando el proyecto. A partir de ahora, ya no me corresponde a mí decidir si se hace o no. Si se hace, sería el hombre más feliz del mundo; si no se hace, tampoco sería el más desgraciado.
– ¿Es usted un hombre sosegado?
– No creo que dijese eso de mí la gente que trabaja conmigo en el estudio [sonríe], pero lo que sí que es cierto es que intento que no me desborden las situaciones. Yo soy muy emocional, y tal vez he aprendido a ocultarlas detrás de alguna careta, aunque no muy rígida porque es bastante fácil destruirla. Procuro estar sosegado cuando hago algo que me interesa muchísimo: mandar siempre un mensaje de optimismo. Creo que el arte ha abusado un poquito del mensaje trágico y terrible, como si no hubiera un mañana, y yo estoy convencido de que sí hay un mañana y de que la belleza tiene una capacidad extraordinaria de transformación y de regeneración. Hace mil años que estoy intentando mandar este mensaje de optimismo.
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–Ya, pero no parece que las circunstancias estén de su parte.
– El otro día reflexionaba sobre el hecho de que, prácticamente, siempre hemos vivido en guerra, lo que pasa es que parece que solo sea guerra si te afecta directamente a ti. El mundo es cada vez más global, y es más y más evidente que siempre estamos en guerra. Parece que sea imposible que la paz sea el denominador común, los momentos de paz son tan mínimos que parece que no existen.
– Ucrania, ese horror que no cesa.
– Yo siempre he pensando que lo peor que puede pasar es la muerte de un ser humano, y que no hay ninguna ideología que merezca que muera ni una sola persona. Todo lo que estamos viendo con respecto a la guerra de Ucrania es tan absurdo, tan doloroso. Yo expuse en Kiev en 2012, y he expuesto en Moscú varias veces. Tengo amigos en Ucrania, tengo amigos en Rusia, donde expuse por última vez en San Petersburgo, en el Hermitage. Para mí es muy difícil imaginar que unos y otros están luchando entre sí.
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– En febrero de 2023 llegará al Liceu la ópera 'Macbeth', de la que usted será director de escena, escenógrafo y diseñador de vestuario. ¿Por qué 'Macbeth'?
– Llevo muchos años leyendo y releyendo esta obra. 'Macbeth' me fascina, entre otras cosas por la importancia que tiene en esta obra lo invisible. Macbeth, por ejemplo, se da cuenta de que no ha asesinado a un rey, a un hombre, a un ser; ha asesinado la posibilidad de dormir. En mi 'Macbeth' no hay ni barro ni sangre, ni Lady Macbeth es la mala. Todos somos un poco Macbeth, un poco Lady Macbeth, un poco Macduff, un poco Malcolm, un poco Duncan. En algún momento de nuestras vidas hemos rozado estos personajes, hemos actuado como ellos. Cuando hablan de que Macbeth representa el poder y Lady Macbeth la manipulación, eso me parece una visión muy superficial.
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– ¿Cómo concibe a este personaje?
– Como un estado de ánimo, como una ensoñación.
– ¿Qué nos hace fuertes, qué nos salva?
– Yo creo que nuestra imperfección y la voluntad de ser mejores. Sigo leyéndolos mucho, y he trabajado sobre los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Creo que es uno de los poemas más bellos que se han escrito, pero es un poema. La realidad es que no aplicamos ni una sola coma de este texto en nada. Sus 30 artículos son una maravilla, son de una belleza absoluta, de la misma belleza que el 'Cantar de los Cantares', que también sigo leyendo insistentemente porque en él encontramos la aspiración del amor absoluto, que tampoco jamás lograremos. Ese ir dando vueltas por las murallas de Jerusalén buscando a la persona que amas para llevarla a la habitación donde tu madre te concibió...; creo que es de las cosas más bonitas que se han escrito jamás. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cada punto es una lección de inteligencia, pero también un estado de deseo. Creo que esto es lo que nos hace humanos, sí, nuestra imperfección y nuestro deseo de mejorar.
– La extrema derecha va ganando posiciones.
– Cuando era muy jovencito, leía libros que siempre hablaban de la Historia como un tema pendular, y parece que tenían razón. Cuando hemos logrado algo maravilloso, o muy bueno, de pronto nos vamos al lado opuesto. Para mí, por ejemplo, era impensable que después de Obama pudiera salir elegido Trump. Si ya sabemos cómo funcionó Obama, lo que tendríamos que haber logrado es que el siguiente fuera mejor que él. ¡Pues no, vamos para atrás! Y esto nos pasa muy a menudo. Este ascenso de la ultraderecha no es un acierto de ellos, es un error nuestro; algo hemos hecho mal como sociedad, igual que estamos haciéndolo mal con el clima, dejándoles a nuestros hijos un mundo que no es mejor que el que nosotros heredamos. Ahora gana la extrema derecha en Italia, tenemos el ascenso de Vox en España, a Marine Le Pen en Francia, e incluso gana terreno en Suecia, países de una gran tradición democrática. Es realmente preocupante.
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– ¿Sigue confiando?
– Yo sigo confiando, como le decía antes, en que la belleza, la creación, es un bálsamo que transforma, cura las heridas y mejora a las personas. Pero es tan lenta su forma de penetración en la sociedad. Hay tantos artistas maravillosos, hay tantas obras de arte tan extraordinarias, y sin embargo parece como si fuésemos impermeables a todo eso.
– ¿Qué consejo le dieron y le hizo reflexionar?
– Una vez el director del Museo de Tel Aviv, a propósito de Petrarca y el viaje, me dijo: 'Jaume, intenta ser siempre un extranjero'. No quiere decir esto que no te sientas a gusto donde estés, sino que conviene cuestionarte tu posición en la vida. Y estar siempre abierto a nuevas experiencias, a dejarte sorprender. Entiendo que el lugar donde nacemos es solo un punto de partida desde el que buscar dónde y cómo desarrollarnos. Yo, que he conocido infinidad de culturas, no dejo de preguntarme quién soy, dónde voy...
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– ¿Cómo se divierte usted?
– ¿Yo? En mi estudio. Estoy muy sorprendido de que Laura me aguante porque soy muy aburrido [sonríe].
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