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Miguel Lorenci
Madrid
Lunes, 20 de septiembre 2021, 13:31
Los pintores del Barroco fueron grandes narradores de historias. Especialmente en Andalucía. Y entre todos ellos destacó Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682). El Museo del Prado dedica la muestra 'El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz' a ... estos magistrales pintores-narradores basándose en la serie 'El Hijo pródigo' pintada por Murillo y que, tras su reciente restauración, la National Gallery de Dublín cede para la ocasión al museo público español.
La muestra, que estará en cartel hasta el 23 de enero de 2022 , incluye otras notables series creadas en Andalucía en las décadas centrales del siglo XVII y destinadas a siempre clientes particulares: la que narra la historia de José en Egipto según el relato del Génesis, realizada por Antonio del Castillo (Córdoba, 1616-1668) y también conservada competa el Prado, y la dedicada a la vida de san Ambrosio, de Juan Valdés Leal (Sevilla 1622-1690). Junto a ellas se expondrán otras obras que pertenecieron a series de este tipo pero que con el paso del tiempo han sido desmembradas y dispersadas.
«Todas demuestran cómo fueron instrumentos importantes para la representación del paisaje de los afectos o de la vida cotidiana», explica Javier Portús, comisario de la exposición y Jefe de Conservación de pintura española, hasta 1800. del Prado, que suma a la serie de Murillo de la Galería Nacional de Irlanda los cuatro cuadros que posee vinculados a la misma.
«Murillo es uno de los grandes narradores de la historia de la pintura. Es un maestro en lo que entonces se llamaba mover los afectos. Y la exposición quiere llamar la atención del uso en la pintura en series narrativas, un género que se desarrolló especialmente en Andalucía en la segunda mitad del siglo XVII y en la que Murillo brilla a gran altura», explica Portús.
«Murillo es muy preciso, un maestro capaz de crear un clima dramático y expresar un enorme rango de emociones colocando a varios personajes en escena, como vemos en esta serie sobre la parábola incluida en el Evangelio según San Lucas», precisa el comisario.
'El Hijo pródigo' es la única serie de Murillo que ha llegado compela a nuestros días y que data de su época de plena madurez, en la que el genio del Barroco sevillano pone en juego todos sus recursos narrativos tanto a nivel compositivo como de expresión.
Tanto Murillo como Valdés Leal y Antonio del Castillo, «pintaban para que su pintura fuera leída de una manera lenta, con muchos elementos novelescos», destaca Portús. El comisario tiene claro que «la historia del 'Hijo pródigo' «es una novela pintada en seis capítulos». «Nos habla de una manera determinada de ejecutar y de entender la pintura en la que el objetivo primordial es contar una historia. Son obras que exigen una lectura determinada y pausada. Que el espectador de hoy dejé el estrés y las contemple, las lea, con calma para que disfrute de sus muchos elementos novelescos», propone Portús.
«Estas series también nos hablan de la sofisticación y del interés por la pintura de los clientes, ya que en todos los casos hablamos de pintura realizadas por encargo para interiores domésticos u oratorios particulares» aclara el comisario.
Las series siempre desarrollan historias de origen bíblico o hagiográfico, basadas en la biografía más o menos compleja de un personaje o las etapas de un episodio biográfico, «lo que nos permite entender no solo los recursos compositivos de sus autores, sino también su capacidad como narradores de episodios seriados», insiste Portús.
No se conoce quién encargó las series de Murillo y Antonio del Castillo, pero sí se sabe que la tercera fue un encargo a Valdés Leal de Ambrosio Ignacio Spínola y Guzmán (1632-1684), arzobispo de Sevilla, que quería para su oratorio privado una serie pictórica sobre la vida del santo su nombre. «Tiene mucho de espejo, ya que santo y arzobispo comparten dignidad eclesiástica y vinculación con el Norte de Italia», destaca Portús.
La muestra incluye otras obras que pertenecen a otras series de este tipo que con el paso del tiempo se dispersaron y fueron creadas por artistas como Alonso Cano (1601-1667) o Juan de Sevilla (1643-1695). Son en total 33 piezas procedentes de instituciones como el propio Museo del Prado, la National Gallery de Irlanda en Dublín, la Real Academia de Bellas Artes San Fernando, el Museo de Bellas Artes de Asturias, el de Bellas Artes de Sevilla la Biblioteca Nacional de España
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