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Agua. Aire. Niebla. Fuego. Hielo. Musgo. Roca. Madera. Viento. Metal. Luz y oscuridad. Con estos elementos primordiales construye Olafur Eliasson (Copenhague, 1967) las naturalezas vivas con las que se ha adueñado del museo Guggenheim de Bilbao. Ha convertido el recinto de titanio de Gehry en ... un gigantesco gabinete de maravillas naturales para que los espectadores dialoguen con sus obras y se cuestionen su actitud ante el medio ambiente y el planeta que maltratamos. Para este multidisciplinar creador «los museos son como parlamentos; espacios seguro para el diálogo y el debate», y es hora de «declarar los derechos fundamentales de la naturaleza».
Quiere Eliasson, danés de origen islandés, «espectadores activos» que recorran sus paisajes sensoriales y los completen. «Necesita que nosotros produzcamos su obra, que toma sentido con ese diálogo y ese intercambio», advierte Lucía Agirre, comisaria junto a Mark Godfrey de 'La vida real', muestra producida por la Tate Modern y con patrocinio de Iberdrola que recala hasta el 21 de junio en el Guggenheim tras presentarse en Londres.
Hijo de un cocinero de barcos mercantes con inquietudes artísticas y una costurera, Eliasson fue camarero antes de convertirse en el artista plural que es hoy y situar la naturaleza el centro de su obra, tras muchas idas y venidas. Sus estancias en Islandia con su padre fueron determinantes para incorporar a su lenguaje plástico las estructuras basálticas de sus paisajes, sus musgos, luminosidades boreales, las aguas salvaje de lagunas, ríos, cataratas y géiseres, el hielo peregrino de los icebergs o el menguante de los glaciares que ha retratado durante tres décadas.
La exposición, que reúne una treintena de obras creadas entre 1990 y 2020, cuestiona cómo sentimos, modificamos y nos desenvolvemos en nuestro entorno. Invita a reflexionar sobre cuestiones tan acuciantes como el cambio climático, la desigualdad o las migraciones. Recorre la trayectoria de Eliasson a través de esculturas, fotos, pinturas, dibujos, maquetas e instalaciones, algunas creadas para la muestra.
Artista poliédrico, mezcla ciencia, pensamiento, arquitectura, empresa, ecología, política, danza o cocina. Indaga en las relaciones «entre lo real y lo artificial» y «entre la percepción y la experiencia». Convierte al espectador en protagonista de unos desafíos que sitúa en la naturaleza. «Quiero que el espectador tome parte en el mundo», dice Eliasson, que lo convierte en «un agente activo y transformador» de una obra «que el espectador coproduce».
Más de cien personas trabajan en su estudio en Berlín. Artesanos, cocineros, historiadores del arte, arquitectos, investigadores, analistas y técnicos en muy distintas disciplinas a los que incita a vivir una constante tormenta de ideas de la que surgen sus proyectos. Como la cascada de once metros de altura que sobre el estanque del Guggenheim, paradigma de la fusión de naturaleza y tecnología que marca a su obra; su televisión en Internet (SOE.TV) o el edificio orgánico Fjordenhus (casa de los fiordos), la escultura habitable que ha alzado en un canal de Vejle, en Dinamarca.
Cree que los museos «deben funcionar como parlamentos», y que «el arte puede ejercer una considerable influencia en el mundo fuera de esos museos». Lo demuestra con sus lámparas solares para comunidades sin acceso a la electricidad. Ha entregado más de un millón de estos luminosos solecitos de plástico en África, -«hemos ahorrado más de 700.000 toneladas de CO2 y aprovechado miles de millones de horas de sol»-, ofrece talleres a refugiados y solicitantes de asilo y es embajador de buena voluntad del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Recrea Eliasson fenómenos naturales, con niebla coloreada, olas con máquinas y luces de espectro modificado. Crea sensaciones con fugaces esculturas líquidas al proyectar luz estroboscópica sobre una fuente, tapizando una pared de cien metros cuadrados con liquen de reno, un vegetal que solo se cultiva en Islandia, con sofás modulares que evocan la ondulación de la arena marina o atemorizando al visitante con una escultura cinética, un ventilador danzarín que sobrevuela su cabeza.
«El arte no es el objeto, sino lo que el objeto hace al mundo», asegura Eliasson, que mete la naturaleza en los museos para potenciarla. «Sacamos el arte de los museos, y yo hago lo contrario: tomo el agua, la niebla, el fuego, el hielo o las plantas y los presento en interior para explorar nuestra relación con el arte la naturaleza, qué es lo que debemos revisar».
«No creo que la naturaleza sea una gran artista» dice, pero sí que «es responsabilidad de los artistas y de todo el género humano defenderla». «Se nos olvida que la naturaleza debe tener los mismos derechos fundamentales que los seres humanos nos otorgamos tras la II Guerra Mundial. Debemos declarar ya los derechos de todas las especies, los océanos y cielos. El 'humanocentrismo' es un error que puede corregir el arte, la cultura, la filosofía y la política. Si no establecemos un principio de equilibro, nos espera el colapso del planeta y la humanidad», vaticina.
Para Eliasson el museo es también «un microscopio que revela cosas difíciles de ver, pero que presentan una visión más realista del mundo». Para que el arte tenga sentido «ha de reflejarte, hablar en tu nombre y revelarte lo que no veías». «Las obras nos escuchan, nos miran, nos devuelven emociones y nos ofrecen un lenguaje para que articulemos algo que no conocíamos y nos liberemos», dice Eliasson. «Los museos son parlamentos abiertos a la controversia y el diálogo para verificar nuestros valores y prevenir el populismo, el nacionalismo, la xenofobia o las conductas patriarcales», insiste.
No es un ilusionista que oculta sus trucos. Eliasson quiere que veamos las tripas de sus ingenios, de sus lámparas, tapices vegetales, estructuras geométricas y escultura de luz. «Pido al espectador que sea coproductor de mis obras, que sean los ilusionistas sin que se pierda la magia del arte. Si solo ves el resultado del truco, es cuando engañas a la gente: yo muestro cómo se hace real», arguye.
El éxito le permite mantener su costoso estudio y sus nóminas, pero como tantos colegas que participan del mercado, dice que «el arte no tiene nada que ver con el comercio». «El arte y la cultura ofrecen algo distinto a la gente y la cambia». «Cómo artista, debo insistir en la libertad de hacer arte por el arte, algo no se compra». También cree que «el arte es siempre político», y que «debemos permitir que el espectador saque el mejor provecho de ese arte».
Europeísta convencido, lamenta que el 'brexit' sea hoy una realidad. «Estoy muy triste; ha sido un fracaso de un narrativa común para Europa. Es una manera de olvidar todo lo bueno que compartimos y todo sea más vulnerables», concluye.
Qué: Olafur Eliasson. En la vida real
Dónde: Museo Guggenheim Bilbao. Avda. Abandoibarra, 2. www.guggenheim-bilbao.eus
Cuándo: Del 14 de febrero al 21 de junio de 2020
Cuándo: Entrada general 12 € en taquilla. 10 € online
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