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«Abrir el Prado el once de mayo es imposible». Lo dice Miguel Falomir, director de la pinacoteca, que no estará en disposición de recibir visitantes en la primera fecha manejada por el impreciso plan de 'desescalada' del Gobierno para la reapertura de «algunos» ... museos. Tampoco lo harán el Thyssen y el Reina Sofía. Tienen claro que con la anormal 'nueva normalidad' llegará un drástico cambio de modelo, con aforos reducidos, sin turistas, y caídas brutales de visitas e ingresos. También que la pandemia ha dinamitado la era de las exposiciones macro con miles y miles de visitantes.
«El once de mayo podrán volver los trabajadores, pero la apertura al público es imposible», afirma Falomir. «Solo acondicionar el aire para que tenga la calidad exigible lleva semanas». Compara la complejidad de los sistemas del museo «a la de un portaaviones o un trasatlántico». «Además hay que procurarse el material sanitario y de seguridad, y eso tampoco será fácil». Con picos de 15.000 visitantes diarios, el Prado calcula acoger entre 2.000 y 3.000 con las restricciones.
«Nuestro horizonte es abrir el veinticinco de mayo, si la plantilla se reincorpora el once», apunta Evelio Acevedo, gerente del Thyssen-Bornemisza. El museo recibe una media de 2.800 visitantes al día, un aforo que se quedará en 900 por jornada. Una cifra «manejable» a juicio de Acevedo, que espera instrucciones de Cultura para saber «si deberemos tomar la temperatura a los visitantes u otras medidas».
Tampoco es factible la apertura el día 11 para el Reina Sofía que dirige Manuel Borja-Villel, otro 'trasatlántico' que necesita ajustar máquinas. Con una media de 6.000 visitas diarias en su sede central, admitirá cuando reabra a unos 2.000 por jornada.
«Con cada exposición de éxito hemos limitado el aforo. Somos parte de la sociedad y haremos como restaurantes, teatros, cines....», ilustra Falomir. «Nuestros espacios son generosos nos permiten manejar los flujos de gente. No tendremos escolares ni turistas; hemos gestionado grandes exposiciones y sabemos lo que pasa con el 'Guernica'», añade Borja-Villel.
Cuesta, con todo, pensar en megaexposiciones como la del Bosco en El Prado o las de Dalí y Picasso en el 'Reina'. «Ese mundo ha vivido ya su momento álgido. Ya ha pasado. Esta crisis quizá acelere una tendencia que ya estaba ahí», asume Falomir. «Desde hace años soy muy pesado cuestionando ciertos modelos de producción cultural de masas», recuerda Borja-Villel. Vaticina un «largo parón» en el actual patrón «costosísimo y nada ecológico». «No habrá 'blockbusters'. Serán cosa del pasado», coincide con Falomir.
«Estamos en un cambio de modelo positivo y generalizado. Hacer una exposición macro será más difícil. Las coberturas y las garantías serán mucho más caras y deberemos ir por otros caminos», confirma el gerente del Thyssen.
Más calidad e investigación y menos cantidad parecen las claves de un nuevo modelo expositivo que deberá explorar los fondos y propuestas propias. «El Prado es lo que es por su colección, no por las exposiciones», sostiene Falomir. «Será más importante el trabajo a largo plazo con la colección y la investigación. Deberemos mirarnos el ombligo en el mejor sentido de la expresión», propone Borja-Villel. «Necesitamos un Plan Marshall de la cultura. El medio de producción cultural se debe reconvertir hacía otros modelos, y ahora es el momento», dice.
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La devastación económica y la drástica caída del turismo hará estragos en sus cuentas. «El turismo se ha derrumbado y tardará años en volver a los niveles pre-Covid-19. Pinta mal», reconoce Falomir. «La mayor fuente de ingresos del Prado son las entradas, y con un 60% de público extranjero, está claro el daño. El presupuesto mermará, y mucho», se resigna el director del museo, que recaudó el año pasado más de 20 millones en taquilla, el 75% de sus ingresos propios.
«Vamos a perder de siete a ocho millones de ingresos propios entre las entradas y los alquileres de espacios, que suponen dos millones al año», calcula Borja-Villel. «El año pasado llegamos casi a los cuatro millones de visitas. Si este llegamos a dos, descorcharé la botella de Dom Pérignon que tengo guardada», confiesa.
«Cada semana de cierre le cuesta al Thyssen 250.000 euros y no generamos ingresos», lamenta Acevedo. Con un millón de visitantes en 2019, «superar este año el medio millón sería una maravilla».
«Los museos parecen olvidar lo que los hace especiales, que es descubrir y conocer cosas. Algo que no se debe identificar con una investigación aburrida y que tiene que ver con lo lúdico, con el cuidado del otro y con los afectos», reflexiona Manuel Borja-Villel. «La cultura y el arte se hacen hablando con los demás. No debemos tener miedo al otro, y ahora menos que nunca», reivindica el director del Reina Sofía. Su museo es la casa del 'Guernica', un símbolo universal de la empatía que reclama, «y en el que debemos mirarnos». «Los museos van a ser muy importantes ahora que se ha creado un ser humano sin afectos, que es un síntoma de la época, como la pandemia y los incendios forestales en Australia; un ser muy de 'management', que sabe mucho, que mira, pero que no empatiza ni con la naturaleza, ni con la biosfera, ni con los demás, que es lo que sí hace el arte y la cultura. Esa cosa de piel con piel, de no olvidar que estamos con los demás y de generar un conocimiento de afectos» arguye Borja-Villel. «Es lo que logra el 'Guernica', que te hace ver la historia pero te conmueve», agrega.
«La cultura puede jugar un papel relevante para hacernos más empáticos con los demás, con el resto de la sociedad, y con la biosfera. O lo hacemos ahora o lo siguiente no va a ser un fuego en Australia o un virus. Será no se sabe qué», advierte.
«El miedo a los demás se puede transformar inmediatamente en paranoias fascistoides y autoritarias», denuncia Borja-Villel. «Aprender de nuevo a no tener miedo a los demás, a tocarse a abrazarse es fundamental». ¿Incluso con arcos y cámaras térmicas y distancia física? «Sí. Con todas las medidas preventivas que se quiera, es primordial», insiste.
Una empatía que habrá que trabajarse cuando ante 'Las meninas' o 'El jardín de las delicias' desconfiemos del vecino que con mascarilla y guantes busque un espacio tasado para contemplarlas. «Hace veinte años nadie pensaba que los museos tendrían detectores de metales y hoy los tienen todos. Hay que acomodarse a los tiempos. Si hay que instalar cámaras o arcos térmicos, se hará», asevera Miguel Falomir.
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