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Para Miquel Barceló, (Felanitx, 65 años) desaprender es más importante que aprender. El pintor mallorquín vuelve a la escena con su colorista cosecha artística de la pandemia. Es el fruto de su provechosa y prolongada estancia en la isla de Kiwayu, en el archipiélago de ... Lamu (Kenia), cerca de Somalia. Allí pintó las 26 acuarelas que expone y vende en la galería Elvira González junto a 11 cerámicas modeladas en Mallorca y con las que el artista regresa a sus raíces, a su mundo más personal e íntimo. Evidencia de nuevo su fascinación por el arte rupestre y prehistórico, con la proliferación de animales en movimiento en un canto a la vida y al mar que tanta estabilidad le procura.
Asegura Barceló que estas obras «son fruto de una crisis» resuelta de la mejor manera posible. «Casi siempre estoy en crisis, pero la verdad es que le saco mucho partido. Son crisis muy recurrentes, como mi pequeña menstruación», explica risueño. «Estaba en un momento muy malo. Necesitaba cambiar de aires y en Kiwayu lo logré. Cada día me sumergía en el mar, y la zambullida, las horas de pintura y lectura me proporcionaban tranquilidad», explica. «Cuando en la vida todo parece irse al carajo, en el estudio pasan cosas y surgen estas acuarelas llenas de luz, de vida y color. Bucear y pintar son lo mismo. Trabajar en el taller es como una inmersión en la que, al sacar la cabeza, entiendes y recreas lo que has visto», precisa.
Muestra así unas vitalistas piezas policromas, algunas con figuras antropomorfas y la mayoría zoomorfas: vasijas con forma de pez o elefante y acuarelas en de coloridos fondos marinos con gambas, cangrejos, calamares y crustáceos. En las acuarelas terrenales la figura humana se alterna con hormigas, saltamontes y autorretratos simiescos en los que el pintor se mimetiza con los característicos monos de Kiwayu con sus testículos azul cobalto. «Cada vez que estoy un poco en crisis vuelvo al autorretrato, como en los primeros 80, y eso me ayuda a saber quién soy y dónde estoy», asegura.
Celebra con esta obras una alegría de vivir empañada estos días por la tragedia de la guerra. «Siempre he pintado en tiempos de guerra. Cuando hacíamos la Catedral de Palma, era la primera guerra de Irak. Cuando estaba en Mali, el país entró en guerra y la sentí como si fuera Felanitx, porque los malienses son mi familia y mis amigos. Y lo peor es que nosotros pagamos las bombas entonces, como lo estamos haciendo ahora en Ucrania», lamenta el artista. «Es muy doloroso y una constante de estos tiempos.... Es terrible».
Para Barceló la pintura «es un arte de viejos», como la poesía «es un impulso adolescente, aunque haya grandes poetas maduros». Pero él sigue insistiendo en la pintura y «desaprendiendo» con cada pieza. No en vano, considera que «es mucho más importante desaprender que aprender». «Permanecí apenas una semana en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona y llevo 40 años desaprendiendo. Un profesor me dijo años después que yo había sido su mejor alumno y me carcajeé. En realidad, he necesitado cuatro décadas para olvidar lo que aprendí en aquellos siete días», ironiza.
El azar es el gran aliado vital y creativo de Barceló. «Mi obra y mi vida y se lo deben en casi todo al azar. A esos accidentes que son los que te muestran lo que no sabes hacer». Improvisando en el borde del mar, nunca sé por dónde van a salir las cosas. No hay un plan preconcebido, ni sé qué acuarelas voy a pintar ni los motivos. Pero las cosas van surgiendo en el transcurrir del día», asegura el artista que sigue viviendo y trabajando a caballo entre París, Mallorca y Kenia. «En África es donde más he aprendido y donde me siento más libre», asegura Barceló, que ha pintado sus acuarelas sobre densos papeles de mediano formato y con tonos chillones. Pero sigue desarrollando en sus estudios parisino y mallorquín telas de gran formato y cerámicas gigantescas que expondrá en Francia, en un parque, en el Loira. «La muestra se está retrasando por la crisis de materiales que tenemos, No hemos podido tener los hornos en las fechas que queríamos», lamenta.
Jamás le ha interesado el mercado, en el que no deja de cotizar al alza, aunque reconoce que «lo miro de reojo». Tampoco se ha dejado atrapar por los cantos de sirena del arte digital. «No me ha apetecido probarlo, y eso que cree que se puede ser tan primitivo con una tableta como con un lienzo o un papel». «Me interesa la tecnología pero se puede ser primitivo, en el buen y el mal sentido, el arte digital», insiste.
Para esta exposición se ha editado un catálogo con textos del propio artista y el fallecido escritor Paul Bowles con quién Barceló comparte la pasión por los territorios exóticos y desconocidos.
Tras su fugaz paso por Bellas Artes en Barcelona en 1975, Barceló inició una carrera pictórica independiente. Su primera exposición individual había tenido lugar en la galería Picarol de Mallorca 1974, pero ya en 1981 se consagró en la Bienal de Venecia en el 82 en la Documenta de VII de Kassel.
El artista español más internacional, es autor de obras monumentales como el recubrimiento cerámico de la capilla de Sant Pere en la Catedral de palma de Mallorca o la cúpula de la sala XX del Palacio de las Naciones Unidas de Ginebra. Premio Nacional de las Artes Plásticas en 1986 en 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes Plásticas.
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