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Tan antiguo como la humanidad, el juguete vivió una edad de oro en los siglos XIX y XX, cuando el arte se fijó en el universo infantil, en su bondad, espontaneidad y alegría. Antes de la electrónica, la informática y el chip, el juguete artesanal ... devino en un arte popular, sencillo y puro. «Lo que no quiere decir que no sea complejo», afirma Javier Santos Lloro (Madrid, 1971) sabueso 'cazador' de juguetes antiguos que ha conformado una singular colección de más de 3.000 piezas españolas y europeas. Las mejores, 225 juguetes de elaboración artesanal o doméstica, están en 'Miradas ingenuas', exposición que el Jardín Botánico de Madrid acoge hasta el 31 de enero y que se divide en dos, 'La vida en juego' y 'El juego de la vida'.
Hay caballos de madera o cartón, trenes sin pilas ni cables, coches de latón, ejércitos de papel o plomo, muñecas de trapo o porcelana, guiñoles y teatrillos, circos con forzudos, acróbatas y saltimbanquis, cabezudos, tiendas y casas de muñecas, iglesias y hasta ataúdes para jugar con los muertos. Un océano de juguetes con un denominador común: la simplicidad y la ingenuidad que permite a los niños fabricar con ellos sus sueños y alimentar su imaginación.
«Lo sencillo no es lo fácil. Lo difícil es hacer desde la simplicidad cosas muy complejas», insiste Santos. No cree que en la era de la tiranía audiovisual el chip haya matado esa creativa ingenuidad. «Son los padres quienes saturan de herramientas digitales a los niños para que no molesten. Cuando se quieren dar cuenta, están enganchados a las pantallas», lamenta.
'La vida en juego' invita a preguntarse cómo los juguetes conforman la personalidad, si han sido elementos de adoctrinamiento o si el arte ingenuo es mucho más que un juego de niños.
Casi todas las piezas de la portentosa colección Santos Lloro están datadas entre mediados del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, «cuando desde Baudelaire a Picasso miraron al mundo infantil y al mal llamado arte primitivo de África y Oceanía». «Percibieron su verdad y su fuerza, y los juguetes que busco son un reflejo de esa mágica sencillez», asegura el coleccionista. «André Derian dijo que en el mundo de los niños reside la verdad, y Picasso y Miró querían desaprender, volver a sus orígenes. Tanto, que Picasso aseguró que costó 60 años llegar a dibujar como un niño. Esta exposición es un viaje parecido, el regreso a esos orígenes universales del juego», apunta. «Los juguetes antiguos son una manifestación de un arte ingenuo, bruto y puro que hace buena la frase de Baudelaire cuando dice que el arte es la infancia recuperada, porque todos los artistas buscan, antes o después, el niño que llevan dentro», asegura.
Javier Santos muestra su colección junto a la obra de su hermano Antonio, que en 'El juego de la vida' conecta con esa mirada infantil, ingenua y desprejuiciada, y reivindica con esculturas-juguete o muñecos de trapo «la naturalidad y originalidad perdida en un mundo cada vez más complejo y globalizado».
Su proceso creativo se basa en el juego como actitud vital. Abandonó la figuración para entrar en ese mundo de intuiciones, pureza y sencillez y, como su hermano, disiente de la manera más generalizada de abordar el juego de los niños. «Dándoles un martillo, clavos y unos trozos de madera nos sorprenderemos de su enorme capacidad de imaginar y crear. No temamos que se den un golpe en un dedo o tengan un pequeño accidente. La recompensa será fantástica», asegura un artista que disfruta jugando.
Junto a la Diputación de Huesca, Javier Santos impulsa la creación de una fundación que permita exponer su colección en una sede permanente en Bensaque. Si todo va bien, será antes del próximo verano.
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