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En el siglo XVII Ámsterdam era la capital económica, cultural y artística del norte de Europa. La concentración de poder y riqueza atrajo como un imán a la ciudad de los canales a un puñado de pintores dispuestos a atender la creciente demanda de ... retratos de los poderosos y acaudalados comerciantes y financieros que dominaban el mundo. Uno de ellos fue Rembrandt Harmenszoon van Rijn (Leiden, 1606 - Ámsterdam 1669). Ya era famoso cuando llegó a la ciudad, pero no había pintado un solo retrato. No fue un obstáculo para que su peculiar genio como retratista brillara por encima de unos colegas igualmente talentosos de los que pronto se desmarcó.
Pintó unos retratos diferentes, con el óleo más empastado y preocupándose mucho más por la psicología del modelo que por su parecido. Marcó diferencias con las tendencias y la evolución de la moda, que demandaba unos retratos más amables, de pincelada suave y delicada que transmitieran la riqueza y el poderío de quienes los encargaban y pagaban. Rembrandt se hartaría del género y lo abandonaría durante un tiempo, pero para retomarlo con más empeño y sin apearse jamás de sus convicciones, siempre a contracorriente del patrón dominante.
Todo ello se percibe claramente en la exposición 'Rembrandt y el retrato en Ámsterdam. 1590-1670', la cita más relevante en la temporada del Museo Thyssen, que acoge hasta el 24 de mayo 97 obras: 80 pinturas, 16 grabados y una plancha de grabado. Una treintena son de Rembrandt, que aporta 22 retratos y una docena de grabados, que se confrontan con más de 60 obras de 35 artistas coetáneos, muchas nunca vistas en España.
«La muestra nos permite asistir al ascenso y caída de Rembrandt, a su esplendor y su declive como retratista, aunque a 'caída' y 'decadencia' haya que ponerle comillas, ya que regresó al retrato para brillar hasta el final», afirmaba Guillermo Solana, director del Thyssen que acariciaba desde hace años esta muestra.
Su punto de partida es 'Autorretrato con gorra y dos cadenas' (1642-43), la pieza más extraordinaria que atesora el Thyssen de un Rembrandt que pintó unos 40 autorretratos y «que es, sin duda, el más importante artista holandés del siglo XVII». Un creador sobresaliente en todos los campos, en especial como grabador y desde luego como retratista, «una faceta a la que hasta ahora no se había dedicado una exposición en exclusiva», según destacó Norbert E. Middelkoop, conservador del Museo de Ámsterdam y comisario, junto a Dolores Delgado, de una muestra con notables préstamos. Los aportan, entre otros, el Rijksmuseum, el Metropolitan, la National Gallery de Washington, el Hermitage, y algunas colecciones privadas, como la británica que cede 'Retrato de un joven caballero', una portentosa tela de reciente atribución a Rembrandt datada entre 1633 y 1634. Y es que su catálogo «se ha depurado mucho en las últimas décadas, tanto que en 1950 había tres veces más 'rembrandts' que ahora», según destaca Mar Borobia, jefa de pintura antigua del Thyssen.
Cómo sus colegas, Rembrandt estuvo condicionado por un mercado de rebosante riqueza y sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Pero a diferencia de ello, no dejó que la opinión de sus clientes o de sus colegas pintores interfiriera en su arte, refractario a toda convención. La muestra permite observar esa genial diferencia, esa tozudez que mantuvo a Rembrandt lejos de las modas y que le convirtió en uno de los maestros indiscutibles de la historia de la pintura occidental.
Comenzó llevando al retrato lo que hacía en sus composiciones religiosas y acabó marcando «una revolución al introducir la narrativa de la pintura de género». Abrió así un nuevo camino «inmortalizando a sus clientes en poses dinámicas que sugieren una interacción con el espectador, e incorporando al género del retrato esos aspectos narrativos desarrollados en sus escenas mitológicas y religiosas. También el uso del claroscuro o la representación de las emociones humanas», destacan los comisarios.
«Sus pinceladas enérgicas, especialmente en su última época, cargadas de materia pictórica, permiten especular sobre los objetivos de un pintor que parecía más interesado en la representación de caracteres que en el parecido físico del retratado», precisa Delgado. En está misteriosa cualidad «radica el secreto de la atracción que ejercen hoy sus retratos», dice el comisario cuya selección confronta los de Rembrandt con los de colegas de la talla de Cornelis Ketel, Cornelis van der Voort, Werner van der Valckert, Nicolae Eliasz Pickenoy, Frans Hals, Ferdinand Bol y Gobert Flinck, la mayoría desconocidos de gran público pero todos de extraordinaria calidad.
Ninguno de los retratados por Rembrandt y sus colegas sonríe. «Eran las 'celebrities' de su época», concede Mar Borobia, jefa de pintura antigua del Thyssen. Explica que entonces el retrato era «un asunto muy serio y costoso». Una demostración de poder y estatus que exigía al retratado «contener sus emociones». Mención especial merece 'La lección de anatomía del doctor Jan Deijman' (1656), un cuadro destrozado por el fuego, del que solo se conserva el estremecedor fragmento que exhibe ahora el Thyssen, y mucho menos conocido que 'La lección de anatomía De Nicolaes Tulp', icónica tela que Rembrandt pintó en 1632 y que está en el Mauritshuis de La Haya.
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