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Una de las casi 300 piezas de la exposición 'Medardo Rosso. Pionero de la escultura moderna' EFE
El genio incomprendido de Medardo Rosso emerge en la Fundación Mapfre

El genio incomprendido de Medardo Rosso emerge en la Fundación Mapfre

Reúne casi trescientas piezas del influyente y relegado escultor italiano, un pionero de la escultura moderna

Martes, 19 de septiembre 2023, 19:14

Desconocido para el gran público, el escultor italiano Medardo Rosso (Turín, 1858 – Milán, 1928) fue uno de los más influyentes e innovadores en su tiempo. En vida del artista, su obra apenas suscitó el reconocimiento de quienes estaban a la vanguardia de las grandes transformaciones ... del arte contemporáneo. Pero con ojos de hoy, la obra de Rosso resulta profundamente renovadora y precursora de los caminos más osados recorridos por la escultura contemporánea.

En sus temas y en sus recursos expresivos, es posible rastrear el influjo de la iconoclasta obra de Rosso, que se adelantó a muchas de las preocupaciones estéticas posteriores, en artistas como Alberto Giacometti, Constantin Brancusi, Lucio Fontana o el más contemporáneo Thomas Schütte.

Frente a la escultura de inspiración clásica, concebida como expresión de lo inmutable a través de la masa y el volumen, Rosso diluye los perfiles de sus figuras tratando de captar la expresión de las emociones, en un proceso creativo que explora una y otra vez las diferencias –de luz, de punto de vista, de materialidad y textura– para esculpir unas figuras a caballo entre la figuración y la abstracción.

«Su obra no ha tenido el reconocimiento que merece», afirma Gloria Moure, comisaria de la muestra que estará en cartel hasta e 6 de enero en las salas de la Fundación Mapfre de Madrid y que reúne casi trescientas piezas. Obras de una rotunda fragilidad en las que la fotografía, el dibujo, el modelado en yeso o cera y la fundición en bronce están en pie de igualdad.

Otra de las piezas de la exposición 'Medardo Rosso. Pionero de la escultura moderna'

Moure fue la responsable de la primera exposición de Rosso en España hace un cuarto de siglo. Con esta segunda, redescubre y reivindica el genio singular y olvidado de este original e «incomprendido creador adelantado a su tiempo» que concibió el arte como «una mezcla de todas las disciplinas».

El recorrido de la muestra no sigue una secuencia cronológica. Se centra en los grupos escultóricos más icónicos del artista y hace hincapié en la idea del propio Rosso tenía de su obra. Una práctica en la que debía retornar una y otra vez al trabajo sobre las mismas piezas pero otorgándoles un sentido distinto en cada ocasión.

Captar la emoción

«Rosso desmaterializa sus piezas y se ocupa de ellas partiendo de la impresión que el recuerdo de lo contemplado le ha producido» dice Gloria Moure. Su afán es «captar la emoción», reitera, para trabajar en grupos temáticos y en unas series de obras «que parecen iguales entre sí sin serlo». Crea piezas casi abstractas y tan profundamente novedosas «que mostraban en su fragilidad la del mundo en el que vivía –en el que vivimos–, convirtiéndose así en uno de los pioneros de la escultura moderna», resume la comisaría.

La obra de Medardo Rosso se presenta hoy «sumamente renovadora y adelantada su tiempo», insiste Moure. La falta de aprecio en su país le invitó a huir de Italia y del academicismo en busca de un horizonte cosmopolita en París. «Fue un visionario que con su trabajo de carácter más experimental, justamente en el que se centra la muestra, plantea una ruptura de la visión artística que predominaba en la Europa de entre siglos con unas piezas revolucionarias y libres que adelantaron, con mucho, las ideas de los grandes escultores del siglo XX», dice Moure.

Hijo de un funcionario de ferrocarriles, su familia hizo que se convirtiera en administrativo. Pero muy pronto comenzó a estudiar dibujo y se convirtió en aprendiz de marmolista. Tras su paso por el ejército, en 1882 ingresó en la que Academia de Bellas Artes de Breda, pero sus ideas políticas revolucionarias y su oposición a los sistemas oficiales de enseñanza le procuraron pronto la expulsión.

Su rebeldía no le impidió exponer en distintas ciudades italianas, hasta que en 1889 se mudó a París donde entabló relación con algunos de los artistas e intelectuales más notables de la entonces efervescente capital francesa. Entre ellos, Auguste Rodin o Brancusi, además de Amedeo Modigliani o Edgard Degas. Se aproximó estrechamente a la fotografía a través de las investigaciones de Nadar y de Edward Muybridge, y llegó a incorporarla como una práctica más de su forma de trabajar.

Pero su trayectoria en la capital francesa quedó ensombrecida por la poderosa influencia de Rodin, hasta el punto de que a la muerte de Rosso el poeta Guillaume Apollinaire escribió: «Rosso es ahora, sin lugar a dudas, el más grande escultor vivo. La injusticia de la que este proyecto escultor siempre ha sido víctima no está siendo reparado».

Utilizaba Rosso como modelos para sus esculturas a gente común a menudo humilde o marginal. Esta práctica no era una novedad pues se había extendido a finales del siglo XIX y era habitual en pintores como Degas y Toulouse-Lautrec, escritores como Charles Baudelaire, quien se referían a estos individuos como «los héroes de la vida moderna». Pero Rosso no buscaba representar una escena, sino captar una idea, una visión fugaz: el desamparo, la impotencia o la pobreza era algunos de estos conceptos de carácter abstracto que trataba de transmitir que son en gran parte estas ideas la que otorga a sus piezas la fuerza que emanan.

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