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Ética, transparencia y sostenibilidad son exigencias ineludibles para los mecenas de hoy. En la era digital, museos y artistas rechazan el «dinero sucio» de corporaciones de moralidad dudosa y buscan el apoyo de «fondos limpios». Así lo refleja el informe 'El mecenazgo artístico en el ... siglo XXI', encargado por Tefaf y que se dio a conocer en este gran mercado mundial de arte.
Anders Petterson, director de ArtTactic, es el responsable del análisis de los nuevos desafíos éticos y materiales de la filantropía. Un mecenazgo que renuncia a los patrocinadores «tóxicos» y sin compromiso ético, y que se abre al micropatrocinio que los más jóvenes entienden como un voluntariado colaborativo que extiende sus redes sociales.
Tate Gallery. Tras 26 años de colaboración y patrocinio, el museo londinense cortó con la petrolera BP en 2017.
Museo Británico. Renunció el año pasado a que BP patrocinara su exposición 'Arctic: cultura y clima'.
Guggenheim Nueva York. El museo no acepta más donaciones de Purdue, una farmacéutica de dudosa ética.
Artistas y museos tienden hoy a eludir la dependencia financiera del sector privado, percibida como «un lastre» cuando procede de negocios 'nocivos' como el petróleo, algunas farmacéuticas o la industria tabaquera, y buscan donaciones «más morales».
El mecenazgo ha sido y es una de las vigas maestras que sostienen en mundo del arte desde la antigüedad. Y lo será también en la era digital, aunque reformulado. No en vano, el informe destaca el «creciente escrutinio» del apoyo privado y corporativo a las artes, y cómo el poder de las redes y los movimientos sociales «redefine los límites de lo éticamente aceptable». Concluye que «se necesita más transparencia y diligencia» para conocer las normas éticas de los patrocinadores de instituciones culturales, y «mantener la confianza del público y la integridad en las actividades de los museos».
La encuesta de ArtTactic sobre los mecenas desvela que el 65% de los menores de 35 años considera que las instituciones artísticas «tienen el deber de evaluar las donaciones monetarias para garantizar que la fuente de donación sea éticamente sólida». Hasta un 96% afirma que su criterio más importante para apoyar una institución relacionada con el arte es que sea «honesta y ética». Así las cosas, museos tan relevantes como el Guggenheim de Nueva York anunciaban el año pasado que no aceptarán más donativos de los Sackler, dueños de la farmacéutica Purdue y acusados de alentar la ola de proliferación de opiáceos que castiga a EE UU. A otros mecenas les afecta la nueva sensibilidad sobre el cambio climático y los combustibles fósiles. La petrolera BP clausuró una relación de 26 años de patrocinio con la Tate Gallery en 2017 y la Galería Nacional Escocesa de Retratos hizo lo propio el año pasado. El Museo Británico anunció en enero que BP no patrocinaría su exposición 'Arctic: cultura y clima', decisión que justificó en las críticas a sus vínculos con la petrolera.
También el Museo Van Gogh de Ámsterdam se 'divorció' de la petrolera Shell en 2018 tras casi dos décadas de colaboración. A pesar de las críticas de los activistas climáticos, el Louvre mantiene su asociación con la petrolera Total y el Prado ha colaborado con Japan Tobacco International a través de su fundación de amigos.
El cambio ético del mecenazgo lo impulsan artistas y activistas que reclaman rechazar el «dinero sucio» a museos, universidades y administraciones locales, instándoles a cortar sus lazos con algunas corporaciones.
El informe destaca el papel democratizador del micromecenazgo o la financiación colectiva. Para las generaciones 'millennials' (1981-1993), y la Z (1994-2010), se está «reinventando» la figura del mecenas. «Mientras que sus padres se sentían bien con el mecenazgo privado, que les permitía acceder a círculos sociales selectos», a los más jóvenes «les llena el voluntariado o las iniciativas en grupo, y les preocupa el efecto de sus actividades». Un 73% de los 'millennials' dice que su motivación principal para realizar donaciones es «sentirse conectados con otros» y «ampliar su red social».
Sin datos globales, destaca el informe como en EE UU las donaciones filantrópicas sumaron 400.000 millones de euros en 2018, de los que 17.600 fueron para el arte y la cultura, con un aumento del 33% entre 2013 y 2018. También cómo en el Reino Unido el 91% del las organizaciones culturales reciben alguna financiación privada.
«No hay una solución perfecta», concluye. Cada institución artística «debe adaptar su estrategia de financiación en un mundo en el que la opinión pública cambiante, la transparencia y apertura son claves para la aceptación y apoyo social». Asegura Petterson que las inversiones de impacto social «son señal de un cambio en las actitudes respecto a la inversión» y que «la mayor riqueza estimula más filantropía».
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