PPLL
Domingo, 15 de mayo 2016, 11:48
El 28 de junio de 1988, en respuesta a una pregunta parlamentaria en las Cortes, el consejero de Cultura y Bienestar Social de la Junta, Francisco Javier León de la Riva, anunciaba las negociaciones del Gobierno autonómico con el Ayuntamiento de Valladolid para transformar la ... Orquesta Sinfónica Ciudad de Valladolid, de carácter municipal, en la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, de carácter regional. Ésta es la única operación que puede garantizar la supervivencia de la orquesta, aseguraba en una conclusión a la que habían llegado ambas administraciones.
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Creada en marzo de 1982, e integrada por medio centenar de músicos, la Orquesta Sinfónica ciudad de Valladolid arrastraba un déficit de más de 130 millones de pesetas, pese a las aportaciones anuales de Consistorio, Diputación y Gobierno autonómico, y desde la Junta comenzaron a trabajar en una fórmula que permitiera participar en el mantenimiento y disfrute de la formación a todas las diputaciones y los ayuntamientos de más de 20.000 habitantes de la Comunidad que lo estimaran oportuno, una vía que finalmente no prosperó.
El encargo de redactar los futuros estatutos de la nueva formación recayó en uno de los letrados de la Junta, Fernando Herrero, y el 20 de abril de 1990 se presentaba la ponencia encargada de redactar el informe sobre el Proyecto de Ley por la que se creaba la Orquesta de Castilla y León Ciudad de Valladolid S.A. como empresa pública.
El objeto social de la formación era promover a través de la Orquesta la actividad musical en el ámbito de la Comunidad, mediante conciertos, enseñanza musical, publicaciones, promoción de compositores, formación de espectadores, divulgación de la riqueza musical de Castilla y León fuera de su ámbito territorial, y cualesquiera otras actividades que redunden en el enriquecimiento musical de los castellanos y leoneses, y en el prestigio de la Comunidad autónoma.
Consenso político, y luz verde
Tras diversas polémicas sobre la denominación de la formación (algunos procuradores del CDS, entonces en el Gobierno regional en alianza con el PP, se opusieron a que se denominara Orquesta Sinfónica de Castilla y León-Ciudad de Valladolid), es la Comisión de Educación y Cultura de las Cortes quien acuerda proponer que el nombre definitivo de la nueva formación sea Orquesta Sinfónica de Castilla y León, y el Proyecto de Ley se aprueba finalmente el 17 de mayo de 1990, con Jesús Posada como presidente de la Junta.
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Unos días antes, el 16 de abril, el Ayuntamiento había optado por disolver definitivamente la Orquesta Ciudad de Valladolid, y tras un expediente de regulación de empleo a mediados de julio se resolvía la situación con el despido definitivo de los músicos de la formación. Había nacido defectuosa, en el sentido de que no tenía las bases adecuadas a nivel administrativo, técnico ni artístico, y al cabo de ocho años el Ayuntamiento se vio obligado a disolverla, recuerda ahora Carlos Rubio, la persona sobre cuyos hombros recaería la responsabilidad de dar forma al nuevo conjunto, la OSCyL.
Tras una serie de contactos, y puesto que la experiencia del Ayuntamiento había resultado fallida, De la Riva decidió que no era conveniente crear la nueva orquesta inmediatamente para que la gente no la relacionara con la anterior. Se quería romper absolutamente con el pasado porque aquello no había funcionado y se buscaba dar forma a una orquesta con vocación de futuro. Por eso se dejó pasar un año en blanco, desde que el Ayuntamiento disolvió la otra hasta que se creó la nueva, rememora Rubio para Ical.
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Sabedor de la pasión y de los conocimientos que Carlos Rubio atesoraba del mundo de la música sinfónica, De la Riva decide confiar al médico internista, antiguo compañero suyo en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid, la tarea de construir la nueva orquesta. Con ese objetivo, el 1 de diciembre de 1990 Rubio toma posesión de su puesto como gerente de la OSCyL.
Era una orquesta nueva, en la que se partió del cero absoluto en todo. Se me encargó su puesta en marcha y fui nombrado gerente. Yo propuse todo el resto de las personas que iban a formar parte de la administración y de la dirección técnica y artística, y puse sobre la mesa el nombre de Max Bragado-Darman, a quien seguía desde años atrás, como posible director titular. Me parecía uno de los directores españoles jóvenes a los que podía valer la pena realizar tamaño encargo, con la pretensión de formar una orquesta que no sólo fuera permanente, sino que se convirtiera en señera dentro del mundo de la música, rememora.
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El Consejo de Administración acabó aceptando esa propuesta, y en febrero de 1991 el director madrileño Max Bragado-Darman, formado en Estados Unidos y con experiencia como director titular de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y de la Orquesta Concerto Grosso de Frankfurt, accedía al cargo.
El siguiente paso era pues elegir a los profesionales que integrarían la formación, y con ese objeto se organizaron unas pruebas de selección para cubrir las plazas de los músicos, que se celebraron en abril de ese mismo año. El nivel de las pruebas fue muy exigente, y de las 74 plazas que se convocaron, en la primera convocatoria no se cubrieron todas porque en algunos instrumentos los candidatos no alcanzaban el nivel. Posteriormente se realizaron otras convocatorias hasta que se fueron cubriendo todas, señala Rubio, que destaca que el proceso fue público y abierto, sin que los músicos de la antigua Orquesta Ciudad de Valladolid disfrutaran de ningún privilegio en ellas (seis de ellos fueron seleccionados al superar las pruebas).
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Eligiendo a los músicos
El director titular y algunos especialistas de cada instrumento fueron los integrantes del jurado que determinó quiénes pasaban a formar parte de la Orquesta, con el gerente como secretario del tribunal con voz pero sin voto. Rubio recuerda ahora la fortuna que tuvieron en la convocatoria: En esa época el nivel medio de los músicos españoles no era muy alto, y hubo una gran avalancha de músicos extranjeros que venían a España con la pretensión de formar parte de las orquestas españolas, muchas de las cuales se estaban formando por aquel entonces. Vinieron músicos extranjeros de altísima calidad. Esto fue muy bueno porque aparte de elevar el nivel de las orquestas españolas, también su actividad docente hizo que poco a poco el nivel de los músicos españoles fuera cada vez mayor. Ahora el salto ha sido brutal y podemos decir con orgullo que la calidad de los músicos españoles es similar a la de los países con mayor tradición musical.
El resultado no pudo ser mejor para la incipiente nueva formación. Tuvimos la gran suerte de conseguir a los mejores músicos que llegaron del extranjero en esa época, tanto de Europa del Este como de Estados Unidos, recalca Rubio. Uno de los principales golpes de fortuna que les acompañaron fue la llegada aquel verano a Italia de la New World Symphony, que dirigida por Michael Tilson Thomas participaba en Il Festival dei Due Mondi, creado por Gian Carlo Menotti en Spoleto. Esa orquesta atravesaba una pequeña crisis económica y muchos músicos se presentaron a nuestras pruebas. Acabamos contratando a una veintena de ellos, explica.
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Así, con un grueso de músicos norteamericanos y de Europa del Este, y fuerte presencia de músicos valencianos, principalmente en la sección de viento, la Orquesta quedó configurada con 65 músicos en su primera formación (la mitad de ellos sigue formando parte de la OSCyL 25 años después), de los cuales 19 eran españoles, con una edad media notablemente baja que la convertía en la orquesta más joven de Europa, como destacaban los medios de la época.
Con la selección de los músicos hecha, los ensayos comenzaron el 17 de julio en el Teatro Carrión, que sería la sede más o menos estable de la formación durante sus primeras temporadas. El Carrión se adecuó a las circunstancias: se creó una caja acústica de muy buena calidad; el escenario se amplió por encima del pequeño foso existente, para que los úsicos pudieran tocar de una manera digna; se instaló un estudio de grabación debajo del escenario Las condiciones de comodidad no eran óptimas, aunque acústicamente la sala respondía, defiende Rubio.
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La puesta de largo
A las 20.00 horas del jueves 12 de septiembre de 1991, en el Teatro Calderón, el telón se alzaba para vivir la puesta de largo de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, con Emilio Zapatero como consejero de Cultura y Bienestar Social. El programa, con los pianistas vallisoletanos Miguel Frechilla y Pedro Zuloaga como solistas invitados, incluía la obertura 'Leonora nº3' de Beethoven, el 'Concierto para dos pianos n.º 10 en mi bemol mayor, K. 365/316a' de Mozart y la Sinfonía nº2 'Pequeña Rusia' de Tchaikovsky, y se completó en los bises con el 'Minuetto' de Boccherini entre los preludios de 'La verbena de la paloma' de Tomás Bretón y 'La revoltosa' de Ruperto Chapí.
Cuando se presentó la Orquesta tenía un nivel absolutamente increíble, incluso para los propios que habíamos iniciado el proyecto. Max Bragado y yo quedamos verdaderamente asombrados de la calidad y el nivel, recuerda Carlos Rubio, que aún paladea la enorme satisfacción que sintió al concluir aquel concierto inaugural: Sentí una gran alegría porque aquello ya era una realidad, evoca. La Orquesta tenía un sonido muy particular, de una afinación impecable y de una belleza de sonido extraordinaria, recalca.
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Una agenda intensa
Sin tiempo para el descanso, un día después la OSCyL iniciaría en el Teatro Principal de Burgos un periplo por la Comunidad que se convirtió en otra de sus señas de identidad en los inicios: el recorrido constante por todas las provincias de la autonomía, que esa primera temporada les llevó a ofrecer 14 conciertos en todas las capitales de provincia salvo Soria, además de en otras localidades como Miranda de Ebro. Asimismo, con motivo de la tercera edición de la serie expositiva Las Edades del Hombre, celebrada en León con el título La música en la Iglesia de Castilla y León, se ofrecieron siete recitales de la Misa para la consagración del altar mayor de la Catedral de Segovia, compuesta en 1775 por Juan Montón y Mallén, y se realizaron dos conciertos fuera de la región, el primero de ellos el 8 de junio de 1992 en Sevilla con motivo de la Exposición Universal, y el segundo dos días después en Almendralejo.
El nivel de la Orquesta resultó verdaderamente asombroso. Aquí no había elementos de comparación, pero cuando salía a algún sitio fuera y era escuchada por especialistas, el asombro era total porque la calidad técnica de todos los músicos, secciones y solistas era extraordinaria, recuerda Rubio. Además, recalca que el conjunto tenía unas virtudes que eran poco frecuentes en aquella época y que quizá hoy lo siguen siendo, como la afinación de la Orquesta. La OSCyL afinaba a 440 Hz, cuando lo habitual era que afinaran a 442, y eso provocaba que, durante el concierto, debido a las condiciones climatológicas o técnicas de los propios instrumentos, a veces subiera y se terminara el concierto a 444, resume.
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Rubio recuerda que rápidamente la formación tuvo una fama mayor fuera que dentro de Valladolid, si bien no toda la que hubiera merecido, ya que se creó en condiciones económicas muy precarias y no había dinero para poder hacer grandes giras de exhibición, ni para invitar a críticos y especialistas a que vinieran a escucharla.
En aquella frenética primera temporada también se realizaron nueve grabaciones, desde el concierto inaugural hasta un concierto de homenaje a Joaquín Rodrigo por su 90 aniversario. Además, se realizó un profundo trabajo de investigación con el poema sinfónico Salamanca de Tomás Bretón, que se estrenó el 3 de julio de 1992 con motivo de la inauguración del Palacio de Exposiciones y Congresos de Salamanca.
Carlos Rubio ocupó la gerencia de la Orquesta durante sus primeras diez temporadas (después desempeñó idéntica labor en la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias y en la Sinfónica de Baleares), el mismo tiempo que Max Bragado-Darman (ahora con contrato como director musical de la Sinfónica de Monterey en California hasta 2020) permaneció en la formación como director titular. Hoy, en plenas bodas de plata de la OSCyL, Rubio recuerda aquellos años como una experiencia única, apasionante y maravillosa, y sobre todo muy gratificante porque los resultados fueron magníficos y excepcionales.
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