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Miércoles, 11 de mayo 2016, 12:10
El próximo día 17, martes, a las 20:15 horas y en el Hotel París tendrá lugar la última charla-tertulia 'El humor es cosa seria', dentro del ciclo 'Actualidad, pensamiento y psicoanálisis', organizado por las psicoanalistas Blanca Doménech y María Dolores Navarro con la ... colaboración del Colegio Oficial del Psicólogos de Castilla y León y la Universidad de León.
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El humor es un asunto serio. Y lo serio no es lo opuesto a lo divertido, como suele, a veces, pensarse. Lo aburrido denota falta de vida y de deseo. Lo opuesto al humor es la solemnidad, lo acartonado. El humor es algo realmente serio, en el sentido de algo importante que conviene cultivar. Expresa vida, alegría, deseo, placer. Cosas evidentemente muy serias y necesarias para la salud mental, para afrontar la propia vida, la cotidianeidad, nuestros límites.
Aunque el humor ha sido estudiado y analizado desde diversas disciplinas son escasos los estudios dedicados a entender y teorizar sobre este fenómeno. Incluso, hoy en día, cuando están acreditados los beneficios terapéuticos, el humor tiene que luchar por hacerse un hueco en el ámbito científico. Existe un prejuicio académico, en donde lo científico se adscribe a lo serio y trascendente, mientras que el humor forma parte de lo pueril y trivial.
Desde una perspectiva psicoanalítica, sabemos que se precisa admitir la imperfección humana. El ser humano no se rige por un saber del instinto, sino que está limitado por un orden cultural que censura e impone prohibiciones, que afea y le hace sentirse culpable y avergonzado frente a las pulsiones más primarias, o ante los deseos más íntimos. Un orden simbólico que se ha encarnado en nosotros. Un orden cultural que nos ha dividido en nuestro ser. Y la risa se presenta como liberación, descarga y caída de las censuras y represiones.
El humor, cualidad humana por excelencia, se presenta como bueno, placentero, liberador de las imperfecciones pero, también, como algo crítico y subversivo. Se utiliza, asimismo, como recurso para acallar, dominar o afear un deseo, una conducta o una situación. El humor tiene, así, una doble función psicológica y social.
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Existen muchos fenómenos que hacen desencadenar la risa: el gag cómico, el chiste, la ironía, la broma, el sentido del humor, pero son fenómenos diferentes a los que no todo el mundo accede por igual. Es más fácil para el niño pequeño reír los gestos cómicos que comprender y reír un chiste. La comprensión de un chiste exige que se haya instalado la represión, la caída y quiebra de un Yo Ideal, magnificado, narcisista y haber interiorizado las normas y prohibiciones culturales. Exige formar parte de un mundo más complejo gobernado por creencias, códigos, ideas, esto es por el lenguaje. Comprender un chiste requiere haber hecho propios esos ideales culturales y el ser humano necesita un tiempo para hacer suyo ese orden simbólico que le rodea y le precede. Y no siempre lo consigue. Pueden darse circunstancias, experiencias, etc. que impidan o dificulten seriamente que un niño, o un adulto, acceda a ese orden simbólico. En estos casos nos encontramos con personas, niños, jóvenes o adultos a los que les es muy difícil entender los dobles sentidos, el equívoco, los juegos de palabras, etc., que constituyen la esencia del chiste.
El chiste ofrece la oportunidad de deshacerse, por un momento, de esas prohibiciones que la cultura impone al hombre. Nos reímos al violar, de forma efímera, lo más sagrado, lo prohibido, nuestras pulsiones reprimidas y experimentamos el placer de liberar algo de esa energía que supone mantener la autocensura.
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El humor, sin embargo, busca el ahorro de un sentimiento doloroso, nos autoriza a prescindir de ese Yo Ideal, engrandecido y de ese ideal admirado e inalcanzable, sin tener que abandonar el disfrute de lo que la vida nos da, sin añorar lo que nos fue arrebatado. Permite convertir las derrotas cotidianas en pequeños triunfos frente a lo doloroso de la vida. Tiene que ver con la renuncia, la imperfección y debilidad humanas, nos permite reírnos de nosotros mismos y aceptarnos como seres en falta. Tiene, por ello, que ver también con la salud mental, con la capacidad de admitir y tolerar los errores propios y ajenos, superar la herida narcisista, reconocer que no somos, ni tenemos por qué ser, el único, el no va más, el especial, el mejor por encima de todos. La risa tiene algo de liberador, pero también de grandioso y patético.
El humor y el chiste son defensas psíquicas frente al dolor en el primer caso, o contra la censura en el segundo. Pero hay que matizar, porque son defensas que permiten, -fugazmente-, dejar en suspenso la realidad tras haberla constatado; distanciarse de esa realidad dolorosa y ponerla en segundo plano, para después procesar el malestar y sustituirlo por afecto. El humor y el chiste transforman, por unos instantes, la culpa, la angustia, el miedo, aquello que no tiene nada de chistoso en algo aceptable para la vida. Podríamos decir que actúan de bálsamo y no de anestesia frente a las dificultades de la vida.
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Pero no es fácil, ni todo el mundo puede disfrutar del chiste o disponer del sentido del humor. Se precisa de ingenio, de tolerancia, de salud mental el sentido lúdico, ayuda a soportar el paso del tiempo y la finitud de la vida, a ensanchar la capacidad de disfrutar en este mundo y de manejar mejor los resortes de la realidad.
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