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Imágenes del supuesto doctor Vash que los delincuentes enviaron a la víctima.
Los estragos de las estafas del amor: «Me dejó sin un euro, iba al súper y no tenía para comprar»

Los estragos de las estafas del amor: «Me dejó sin un euro, iba al súper y no tenía para comprar»

«No creo en el príncipe azul, sólo buscaba alguien con quien hablar, y me sacó cerca de 15.000 euros», cuenta una afectada, que accede a hablar para «visibilizar» la ruina emocional y económica en que la dejó este fraude

Juan Cano

Málaga

Martes, 23 de enero 2024, 08:57

Tiene algo más de treinta años y está estudiando su segunda carrera. De formación sanitaria, siempre le atrajo la psicología y ya está cerca de graduarse. Lo que no imaginaba Ana (nombre ficticio) es que su primera paciente iba a ser ella misma. Hace poco ... más de un año, un estafador del amor la dejó hundida y en la ruina. «He tenido que aceptar muchas cosas y seguir adelante. Quizá me ha hecho madurar más», confiesa.

Ana no pasaba por su mejor momento. Estaba chateando en Pof, una página de citas que usaba desde hacía tiempo para conversar y conocer gente. «No creo en el príncipe azul, sólo buscaba hablar con alguien. Empecé a charlar con un tal doctor Vash, un cirujano plástico que trabajaba en Estados Unidos». Ana creyó hablar con el de verdad, un médico de cierto prestigio en Norteamérica. Encima, era de su gremio.

Se presentó como un hombre de cuarenta y pocos, bien parecido y con un nivel cultural alto. «Soy demasiado sensible y tiendo a empatizar con facilidad. Empiezan a hablarte bien, muy educado, y te dice que no está cómodo en su trabajo. Me dio en mi punto débil, porque yo acababa de dejar un empleo y estaba regular. Me pilló con la guardia baja».

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El supuesto doctor Vash le contó que para salir de su empresa debía pagar una multa. «Me contó que quería venir a España, a Madrid concretamente, pero necesitaba 2.000 euros para abonar la penalización. Le di 1.000. Dudé mucho, pero pensé: 'Si me la está pegando, es una cifra que puedo afrontar'», explica.

El desconcierto de Ana venía de esa aparente fachada de solvencia: «Si esta persona es rica, millonaria y conocida. ¿Cómo me pide dinero a mí? Entonces empezó a utilizar argumentos que daban mucha pena: es viudo, tiene una hija de cinco años... A mí me atormentaba la incertidumbre de que todo aquello fuese cierto, como si fuese mi responsabilidad cuidar a la gente».

El bucle

Y se enganchó. ¿Y si es verdad?, se planteaba una y otra vez. Incluso buscó por Internet y encontró más indicios -la foto del doctor Vash, el de verdad, ya circulaba en los buscadores asociada a las mentiras-, pero para entonces ella ya sentía que el galeno era su pareja. «Entras en un bucle sin contárselo a tu familia ni a tus amistades, y sigues dándole dinero. Piensas que te lo va a devolver todo y no sabes salir de eso».

Tras la excusa de la penalización para dejar su trabajo, vino el clásico en el timo del amor: he cobrado un dinero y necesito enviártelo a España para que hagamos juntos nuestra vida allí. «Me dijo -prosigue Ana- que debía mandármelo en una caja fuerte a mi casa y me pidió la dirección. Yo entré en pánico. Me asusté y le pregunté si todo aquello era legal». Él la tranquilizó y le dijo que sí porque, obviamente, no iba a mandar nada.

La excusa siempre era la misma. Había un problema con el servicio de mensajería y no se podía entregar el pedido. «Eso es culpa de tu país», le reprochaba el supuesto doctor Vash, que encontraba un nuevo argumento para sacarle dinero a Ana: «Si no pagaba, la cifra de la multa seguiría aumentando».

Ana le transfirió cerca de 15.000 euros hasta que se plantó. «El último pago supuestamente era para comprar los billetes y venir a España». Ella se presentó sola en el aeropuerto y lo esperó. Durante horas. Él le decía por whatsApp que el vuelo iba con retraso y ella tenía delante de sus ojos el avión en el que supuestamente viajaba él, con todos los pasajeros desembarcando frente a ella. «Ahí sí fue muy humillante. Ese momento es para vivirlo. Sola y sin dinero, esperando a... nadie».

La ruina

Para entonces, ya le había dado todos sus ahorros al supuesto doctor. «Incluso le tuve que pedir dinero a mi hermana, con toda la vergüenza del mundo, para entregárselo a él», confiesa Ana, que asegura haberse quedado sin un euro en su monedero «ni para ir a comprar comida al supermercado». Tras denunciar, se pudo bloquear una de las transferencias y recuperó parte del dinero «para pagar al menos la matrícula de la universidad».

Pese a que solo pudo interceptar un tercio de lo que le había entregado, a los estafadores no les pareció suficiente y, cuando Ana recuperó el dinero, empezaron a amenazarla: «Se hicieron pasar por el equipo de Interpol y me dijeron que había que pagar al detective que investigaba el caso».

Ana aprendió, y no fue un camino sencillo, que no era ella quien se tenía que sentir culpable. Que ella era la víctima. «Yo no he robado a nadie, ni he traicionado la confianza de otra persona. Esa falta de valores y de humanidad es cosa de él». A ese proceso le faltó una respuesta: «Sólo quería saber quién era en realidad. Llegué a decirle que le perdonaba la deuda si me lo decía. Pero no sé quién es, y eso es lo peor. A lo mejor nunca voy a saberlo. Fui al aeropuerto intuyendo que no iba a encontrar a nadie. Una parte de ti sabe lo que está pasando, pero sigues adelante porque estás en un bucle y no quieres enfrentarte a la realidad».

Esa aceptación de que la culpa no era suya le llevó también a entender que «cualquier persona puede caer», reflexiona Ana, «sólo depende de la situación en la que te encuentres y de que te digan la palabra adecuada». Ahora mira atrás y se ve diferente gracias a la ayuda de su padre, que la ha apoyado «al 100%» en todo esto.

Ana ofrece su testimonio sólo por ayudar a otras personas que pasen por esta misma situación, como los hermanos de Morata de Tajuña (Madrid), supuestamente asesinados por una deuda tras acabar en la ruina por unos estafadores del amor que, al parecer, les sacaron 400.000 euros. «Hay que visibilizar, tener herramientas, denunciar», aconseja a otras víctimas. «Si caes -sigue-, que sepas pararlo a tiempo, a quién acudir y con quién hablar. El daño está ahí y la experiencia no te la va a quitar nadie, pero se sale. Que no se sientan avergonzadas, que trabajen en sí mismas y se pregunten por qué han caído. En mi caso, por exceso de empatía».

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