El vecino de un pueblo de León que se baña en el río: «Prefiero esto a la ducha»

Para José Vega, vecino de Vegarienza, en el municipio de Riello, el río no es solo un paisaje o un lugar de recreo, sino parte de su rutina diaria. Mientras otros evitan el agua fría, él lo tiene claro: «Me baño en todas las estaciones del año».

Desde los 15 años, ha renunciado al agua caliente, optando siempre por el frío, una costumbre que mantiene hasta hoy. «Si tengo el río delante de casa, ¿para qué voy a perder tiempo en ducharme?», se pregunta con naturalidad. Sus baños en el río del Valle Omañés son habituales cada estación, aunque este invierno ha hecho una pausa: «Desde noviembre no me meto porque el río grande está demasiado alto».

Su pasión por el agua fría no es casualidad. Su tío, un hombre conocido en toda la comarca, llevó la costumbre al extremo: hizo agujeros en el hielo del río y se bañó en pleno invierno, con temperaturas bajo cero. A pesar de un accidente de tráfico en su juventud que le dejó un brazo roto, se mantuvo activo hasta los 90 años, caminando cuatro kilómetros diarios y nadando en el río como parte de su recuperación.

«Siempre fue un amante del deporte», recuerda José. «En Madrid, iba a la piscina en pleno invierno, nadaba y volvía a casa sin secarse con toalla. Decía que no hacía tanto frío».

Para José, el agua fría es mucho más que una costumbre: es una forma de vida. «Me relaja mucho», asegura. «El agua del río es rápida, más eficiente que una ducha. No hay ninguna razón en particular, simplemente me gusta mucho el río».

A diferencia de su tío, que solo se bañaba en invierno como un desafío, él lo hace todo el año. «Lo único que cambia es la temperatura exterior, el agua está casi igual en invierno y en verano. Lo importante es salir rápido y secarse al sol».

Incluso en la piscina ha seguido fiel a su costumbre. «Soy de la Venatoria y no soporto la piscina climatizada, así que siempre me metí en la de fuera, aunque no estuviera muy fría», dice con orgullo.

Desde su adolescencia, José ha evitado el agua caliente. «No recuerdo la última vez que me duché con agua caliente», confiesa. «Seguramente fue cuando vivía con mis padres, antes de los 15 años. Desde entonces, nunca más la he usado».

Lejos de verlo como una locura, en su pequeño pueblo de 34 vecinos, su costumbre no es motivo de sorpresa. «Aquí nadie lo ve raro aunque no suelo tener público nunca», asegura. «La gente está equivocada, creen que el agua del río es más fría en invierno, pero la diferencia real es el aire de fuera». Para él, no es un sacrificio, sino una elección de vida. «No sufro con el frío, sufro más con el agua caliente», concluye con una sonrisa.

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