El sistema es similar al que hace que uno no quiera ni oír hablar de determinado plato durante meses tras haber sufrido una indigestión. Un equipo de científicos de Oviedo, Castilla La Mancha y Murcia trabaja desde hace cinco años en un prometedor proyecto ... que pretende inducir en los lobos de una zona aversión hacia el ganado al que suelen atacar. La última fase, para la que los investigadores están buscando financiación, se podría llevar a cabo en los Picos de Europa, donde ganaderos y pastores llevan años denunciando los «constantes» ataques a sus rebaños y la eliminación de los cánidos se complica por tratarse de un espacio protegido.
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Uno de los investigadores del proyecto, el ingeniero de montes y doctor en Ciencias Agrarias y Ambientales Jorge Tobajas (Universidad de Castilla La Mancha), explica que su objetivo es «conseguir una herramienta no letal, pero efectiva que permita sustituir o evitar el control poblacional legal e ilegal (por ejemplo con veneno); lograr la conservación de la especie y la reducción de conflictos evitando los ataques al ganado».
Si bien el experimento cuenta con un importante 'background' de experiencias similares llevadas a cabo desde los años 70 y ha supuesto miles de horas de duro trabajo, su mecanismo es sencillo: se introduce en un pedazo de carne una sustancia que provoca molestias digestivas como náuseas, vómitos o diarrea al animal y, a su vez, un aroma para que quede asociado a ese malestar. Con posterioridad, ese mismo aroma se aplica a carne sin adulterar, observando cómo solo con el olor el depredador ya la rechaza.
Una de las premisas fue, desde el principio, garantizar que la sustancia utilizada para generar esa aversión sea segura y no afecte severamente a la salud del animal. Para ello, se contó con la participación del director del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC-CSIC), Rafael Mateo, y con el equipo de toxicología de la Universidad de Murcia. La sustancia elegida fue levamisol, un antiparasitario, y para evitar que los animales lo detectasen, se granuló con la ayuda de farmacéuticos de la Universidad de Barcelona.
Llegado el momento de elegir el aroma, los investigadores se decantaron por la vainilla. «Debe ser suave, para que no compita con el de la carne, pero penetrante», explica Tobajas, e indica que es «psicología animal». «Cuando tras comer la carne adulterada se encuentra mal, el animal lo asocia a ese olor extraño que percibió», agrega. La aversión se puede conseguir sin aromas, pero con ellos «es más efectiva y duradera».
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La primera fase del proyecto se llevó a cabo con perros, asegurándose primero de que la sustancia no era nociva y, a continuación, de que era efectiva. En este caso, señala el investigador, la aversión continuaba hasta un año después. El siguiente paso fue probar con zorros en el campo para proteger perdices y conejos, obteniendo resultados satisfactorios.
Para la penúltima fase, ya con lobos, Jorge Tobajas viajó hasta Mieres, donde trabajó durante cuatro meses con José Vicente López-Bao, de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad (UMIB) de la Universidad de Oviedo, «un referente estatal a la hora de trabajar con el lobo ibérico». En Asturias, el investigador pudo constatar el conflicto que existe con esta especie. «Con los datos en la mano, realmente es un problema, pues el nivel de ataques es alto y, yéndose a alguna explotación concreta, puede llegar a resultar dramático», reconoce.
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En un primer momento la idea era probarlo en los Picos de Europa, pero los investigadores prefirieron experimentar antes con lobos cautivos, para lo que contaron con la colaboración del Zoo de Córdoba. En esta ocasión, tres de los cinco lobos desarrollaron aversión a la carne de muflón que se llegó a prolongar durante al menos dos meses.
Con estos resultados en la mano, los investigadores estaban listos para iniciar la última fase, con lobos en libertad, pero el plazo del proyecto se les echó encima. Ahora buscan financiación para poder culminar la investigación y Tobajas reconoce que el Parque Nacional es uno de los escenarios que barajan, previo beneplácito de sus gestores.
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En el caso de los lobos ya condicionados, «cuando se ponen en modo ataque y notan el olor a vainilla se produce una especie de 'cortocircuito' en su cerebro que les recuerda la mala experiencia, lo que provoca que pierdan el interés y se focalicen en otra presa», indica el investigador. Lo que quieren verificar en esta última fase es la efectividad y la duración de esa aversión condicionada.
Las posibles aplicaciones son esperanzadoras, sobre todo para pequeñas explotaciones tradicionales que sufren continuos ataques, como sucede en los Picos de Europa. «Se trata de una herramienta casi quirúrgica, para utilizar en casos muy concretos en lugares donde el problema está enquistado. Los ataques se repiten continuamente e incluso sabemos en qué momentos», señala Jorge Tobajas. Así, una vez condicionados los lobos de la zona, se pueden desarrollar collares que liberen el aroma para ponérselos a parte del rebaño, o en el caso de que los animales estén semiestabulados, colocar dispositivos que permitan crear una «zona segura». «Esto ya funcionó con los zorros y logramos que evitasen ciertas zonas donde viven conejos», apunta.
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Investigadores de Francia, Bélgica, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda, Japón y Bolivia ya se pusieron en contacto con el equipo para interesarse por el proyecto.
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